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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Entramos en otro ciclo político?

No podemos quedarnos satisfechos con que el 20D pueda acabar con la larga hegemonía bipartidista

Joan Subirats

Falta una semana. La campaña es extraña. Transcurre por caminos poco habituales. Con personajes de toda la vida y con una serie de nuevos protagonistas que, en muchos casos, tratan de encontrar su ubicación y la mejor manera de expresarse. Algunos candidatos, al verles en debates y pronunciando discursos en mítines y reuniones, generan cierto desasosiego. Un mucho de déjà vu y una cierta dosis de ternura para aquellos que siguen empeñados en convencernos cuando hace ya tiempo que los habíamos considerado como enteramente amortizados. La opción de situar caras nuevas en los primeros puestos plantea ciertos riesgos, ya que en algunos casos no acabas de relacionar aspecto, discurso y talante con la tradición del partido o coalición que quiere representar. La cosa funciona bien cuando se logra relacionar adecuadamente novedad en la persona, novedad en el modo de expresarse y novedad en el contenido, y cuando, además, todo ello, es consistente con la trayectoria personal del candidato y con la peripecia colectiva que busca simbolizar. En este sentido, en el caso de Catalunya, Xavier Domènech “casa” bien mensaje y persona, y en cambio Gabriel Rufián tiene más dificultades. Pero, los dos expresan con claridad un cambio de ciclo político, lo que en cambio es muy difícil de defender si nos atenemos a los casos de Jorge Fernández Díaz, Carme Chacón, Josep Antoni Duran Lleida, Francesc Homs e incluso Juan Carlos Girauta con sus fallidos intentos de ser elegido en las filas del PP.

La campaña es también extraña al situarse en un final de elecciones no resueltas y frente a otras por celebrar. Las elecciones del 27S están como en el congelador, pero sus resultados son esgrimidos en sentidos muy distintos. Será difícil volver a la casilla del 27S tras la gran sacudida que nos deparará el 20D. En toda España se habla abiertamente de reforma de la Constitución, de federalismo, de derecho a decidir, y por primera vez en sitios como Cádiz, Tenerife, Zaragoza (o en el pequeño pueblo de Zamora donde empezó la campaña Pablo Iglesias), la gente ha oído hablar no solo de la unidad insoslayable e indisoluble de la España de siempre, sino también se ha oído a gentes que defienden que Cataluña ha de poder decidir en un referéndum. Si añadimos a esto el más que probable descenso de la suma de los dos grandes partidos del 84% de votos que sumaron en el 2008, o del 73% del 2011, a un porcentaje de un 50% de los votos tras las elecciones del 20D, no podemos negar que algo muy de fondo se está moviendo.

Pero todo ello, no debe ocultarnos que lo que ha caracterizado el cambio de ciclo desde 2011 ha sido la exigencia de profundizar la democracia, de cortar la servidumbre de la política institucional en relación a los intereses de los más poderosos, de recuperar la capacidad de luchar contra las crecientes desigualdades. No se trata pues solo de cambiar de caras y talantes, por relevante que ello sea desde el punto de vista de renovación saludable de la democracia representativa. Lo que debería estar en juego es la capacidad de ir más allá de la mera delegación de nuestra capacidad de decidir en manos de los que afirman representarnos. Hace ya muchos años Hanna Arendt afirmaba que “el gobierno representativo se ha convertido de hecho en un gobierno oligárquico”. Es cierto que democracia y representación no son elementos fáciles de mezclar por mucho que los hayamos acabado confundiendo. Con ello no queremos decir que no sea una relación necesaria, pero hemos de avanzar en formatos que no sigan convirtiendo a los representantes una vez elegidos en absolutamente autónomos. Lo que está en juego es ser capaces de ir construyendo una democracia que podamos ejercer diariamente, y no solo cuando nos incitan a llenar las urnas.

No podemos quedarnos satisfechos con que el 20D se pueda acabar con la larga hegemonía bipartidista por importante que ello sea, que lo es. Eso sería reducir el cambio de ciclo a una reconfiguración del escenario. Si abordamos la oportunidad del proceso constituyente desde una aspiración democrática de fondo, hemos de aspirar a reducir la autonomía de la política institucional y reforzar la capacidad de lo político, de las articulaciones sociales y ciudadanas que transportan otras formas de representación y apropiación democráticas. Ese si sería un cambio de ciclo necesario para afrontar un futuro problemático.

Joan Subirats es es catedrático de Ciencia Política de la UAB

 

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