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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Hay espacio para la nueva Convergència?

Durante años, la convivencia en CDC entre moderados, autonomistas e independentistas fue pacífica

Francesc de Carreras

Todos sabemos la razón por la cual Convergència (CDC) cambia de nombre: quieren que no se la asocie con Jordi Pujol, se trata de borrar en lo posible su recuerdo. En efecto, desde que Jordi Pujol, sin aportar prueba alguna, confesó la famosa y supuesta herencia, comenzaron los movimientos para refundar el partido, empezando por cambiar el nombre. En los meses trascurridos, exactamente dieciséis, se han ido destapando otros casos de corrupción, la mayoría de ellos ligados a la familia Pujol o a personas de su estrecho círculo de amistades. Así pues, las razones para ocultar el pasado han aumentado exponencialmente: la imagen de CDC es hoy la imagen de la corrupción. De momento, tras la experiencia del Junts pel Sí, Esquerra ha decidido apartarse e ir por libre.

Naturalmente, desde las propias filas del partido de Mas, esto no es confesable. Las razones que se alegan son de otro tipo: CDC era un partido para gestionar la autonomía, Democracia i Llibertat — si este es finalmente el nombre definitivo— debe liderar la independencia. ¿Es ello creíble? Suena a excusa, a una mala excusa, más todavía cuando esta independencia es una mera hipótesis que pocos creen. Parece más realista pensar que la razón está en que CDC va asociada a corrupción y de lo que se trata es de evitar la catástrofe electoral que vaticinan los sondeos cambiando el nombre y también la sustancia: crear un nuevo partido independentista.

¿Hay espacio para un partido de estas características? La CDC de Pujol, y también la del primer Mas, agrupaba como votantes a varios sectores diferenciados como sucede en todos los partidos que pretenden agrupar amplias mayorías de votantes para llegar al gobierno. Una base común a todos estos sectores es que se trataba de gente conservadora en el plano económico y más abierta que la derecha clásica en el plano social. Las diferencias estaban en el grado y alcance del nacionalismo. Veamos.

Un primer sector — inexistente en la dirección del partido, muy minoritario entre los militantes, pero numeroso dentro de los votantes— estaba formado por personas moderadas que no eran nacionalistas, incluso ni siquiera catalanistas, pero que votaban convergente sólo por considerarlo un partido centrista. No debe olvidarse que la primera mayoría absoluta de Pujol fue en 1984, ya desaparecida Unión de Centro Democráctico (UCD) y absorbiendo una gran parte de su voto.

El proceso de autodestrucción se inició cuando estos se adueñaron del partido

Por otro lado, estaba el sector catalanista y autonomista, encabezado por Miquel Roca Junyent, caracterizado sobre todo por ser partidario de dar poderes importantes a la Generalitat y una protección especial a la lengua y la cultura catalanas, pero siempre dentro del ámbito que la Constitución y el Estatuto de 1979 permitían. Muchos votantes podían incluirse dentro de este sector. Su influencia en la dirección del partido, importante al principio, empezó a declinar a mediados del los años noventa.

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Por último, un tercer sector, encabezado por Jordi Pujol, siempre ha sido de un nacionalismo fundamentalista y desde el principio ha tenido claro que la finalidad última era la independencia, siendo la autonomía un simple peldaño para alcanzarla. Para este sector, en los años de autonomía lo importante no era la gestión política de las competencias de la Generalitat sino la “construcción nacional” de Cataluña, es decir, imbuir en los catalanes el sentimiento nacionalista esperando que llegara el momento de la independencia. Este sector ha dominado desde el principio la dirección, ha tenido mucha fuerza en las bases y, progresivamente, la ha ido adquiriendo también entre los votantes, aunque muchos de ellos, en los últimos quince años (con la excepción de las autonómicas de 2010 en que lo prioritario era acabar con el tripartito) han ido emigrando hacia ERC.

Durante los primeros años, en el tiempo de las mayorías absolutas, la convivencia entre moderados, autonomistas e independentistas fue pacífica. El proceso de autodestrucción de CDC comenzó cuando este último sector pasó a dirigir por completo el partido, marginó a los autonomistas y provocó la huida en masa de los votantes moderados. Desde 2012, con la independencia en el horizonte inmediato, se ha provocado una nueva baja de votantes en el sector autonomista y una nueva fuga hacia ERC de aquellos que aún permanecían como fieles convergentes soberanistas. Por tanto, boquetes por todos lados.

¿Hay espacio para esta nueva CDC? Lo hay, pero muy exiguo, nunca será lo que fue. Ni mucho menos.

Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.

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