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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sincronizar los relojes

El desengaño sobre la fluida inminencia de una victoria apostólica que predicaron los líderes de Junts pel Sí la noche electoral, está ya aquí para desmentir sus proclamas triunfalistas

Jordi Gracia

Me gustaría que se detuviese el calabobos de desengaño que empieza a empapar las cabezas para no creer que la realidad cambia de fin de semana en fin de semana. El desaliento parece cundir a través de tuits cruzados con ingenio y genio, o mal genio, con desplantes y hasta desnudos integrales como el de un exconsejero al pronunciar la fatídica cifra del 47% y la fatídica e invisible, impronunciable e innombrable evidencia de que son menos de los que necesitan.

No me hace ninguna gracia. El golpe puede ser de muerte, de muerte moral, para quienes han activado sus energías disfrutando de la expectativa inmediata de un nuevo país virgen de exudaciones porcentuales, privado de negocios privados con medios públicos, libre de liberadores ya libertadores. Como el golpe puede ser fortísimo, me atengo a las leyes de la física y rezo descalzo para que nada de ese discurso cale en quienes se pusieron las camisetas, se hicieron los bocatas y jalearon cánticos de cambio mientras obviaban la realidad social de un país tartufo, empobrecido y desconectado de España como país de autócratas barbarizados por el clima, la conquista o las reconquista.

No quiero imaginar que cunda el desaliento porque puede empantanarnos en un maremágnum de descrédito e inmisericorde desprecio, sumidos todos en la noqueante sensación de haber vivido en un tiempo ensimismado y sin promesa practicable, meditada, programada y metódica. El deshonor de sentirse engañado causaría un daño estructural en la cultura democrática que desteñiría sobre indepes y no indepes, y hasta sobre aquellos a quienes les da por completo igual, que son muchos, y confirmarían así perturbadoramente el sinsentido de ocuparse de cosas públicas y planes de futuro con políticos por en medio. Todo son malas noticias.

Las razones de salud pública aconsejan controlar la distensión y medir la presión con mucho cuidado para no inocular exageradas dosis de desengaño en un importante segmento de la población que no fue a las concentraciones en favor de la independencia solo porque no tenía nada que hacer esos tres 11 de septiembre, ni han votado a sus candidaturas solo porque se sentían desolados ante la mezquina y autista política de Rajoy, ni han jaleado felices los eslóganes sin saber lo que jaleaban. Es verdad que no son todos los que se han adherido al proyecto ilusionante por antonomasia (como si hubiese algo bueno en tener proyectos ilusionantes, cuando son la primera causa mundial de desengaños incurables). Ha habido muchos que lo han hecho arrastrados o simplemente dóciles a la llamada gregaria de la tribu, que es tan legítima como cualquier otra, pero también igual de temible.

Para quienes aun confían en un pacto entre las tres fuerzas independentistas que hay en el Parlament (lo que queda de Convergència, la desangelada ERC y la CUP resistente), parecería lógico ofrecer algo antes del 20 de diciembre para no tener que ir a tal día de marzo que desplome a partidos que renquean a bordo de nombres caducados y anacrónicos hace medio siglo (¡Democràcia i llibertat!), que suspenda a lo bestia la euforia en ERC y aumente la gratificación electoral que la CUP se ha ganado a pulso entre indepes. Quizá la política de los Mas, Homs, Rull y Turull creyó que un par de manos de póker, unas cuantas lámparas, un par de tampones y alguna zambomba para celebrar las navidades podían torcer el cuello al mito y la utopía y enrolarlos en la nueva nave un poco más descamisada.

Mi impresión es que leyeron mal la retranca polivalente de Baños y los mensajes de las camisetas de Anna Gabriel, y olvidaron que David Fernàndez y Quim Arrufat no están ya a los mandos de una CUP que surfea sobre la ola del premio ciudadano a la coherencia, tanto si acaban pactando, que yo creo que lo harán, como si no lo hacen: el éxito ya está con ellos. Pero el desengaño sobre la fluida inminencia de una victoria apostólica que predicaron los líderes de Junts pel Sí la noche electoral, está ya también aquí para desmentir sus proclamas triunfalistas y llamar a todos a sincronizar el reloj de aquella victoria electoral con el de una sociedad que, por lo que se ve a simple vista, mantiene intacta la misma monstruosa crisis de los tres últimos 11 de septiembre.

Jordi Gracia es profesor y ensayista.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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