“Quiero que el oyente llore con mi música”
Maria Schneider, directora de orquestas de jazz, una raza en extinción, actúa mañana en Madrid
Es la última representante de una raza en extinción: la de los directores de orquesta de jazz. Maria Schneider —nada que ver con la coprotagonista de El último tango en París— llega con su música hasta donde otros no llegan: “Quiero tocar el corazón del oyente; conseguir que llore”. Tras ocho años de silencio discográfico, la impetuosa y multifacética jazzwoman nacida en Windom, Minnesota, presenta The Thompson fields, editado en régimen de crowdfunding. Maria Schneider estará mañana, domingo, junto con su orquesta, en el Auditorio Conde Duque, dentro del Festival JazzMadrid 15.
Sobre el escenario, 17 hombres y una mujer. Para Maria Schneider, eso es lo de menos: “Ser mujer no plantea ningún problema; tratar de mantener una orquesta de 17 componentes en activo, sí”.
Schneider triunfa allá donde otros representantes históricos de big bands de jazz fracasaron: “Todos son músicos de primera. Si están conmigo es porque quieren. Lo que quieren es tocar una música que les motive. Lo ves en el modo en que se entregan cada noche. Están disfrutando, y se nota”. De vuelta en la carretera, Maria se confiesa “feliz a tope”. Difícil encontrar una fotografía suya en la que no esté sonriendo: “Eso es porque no me ve cuando estoy en casa componiendo”.
El suyo, asegura, “es un trabajo duro, a veces frustrante y a menudo aterrador. Claro que, a veces, el resultado compensa”. Y, como ejemplo, la música de The Thompson fields: “Creo que puede definirse como un disco autobiográfico y nostálgico. Hay mucha pasión en él. Espero que nadie lo escuche y diga: esto es interesante”.
Bailar y componer: para Maria Schneider, una cosa lleva a la otra. “Bailar mientras compones”, asegura, “hace que sientas la música en tu cuerpo. Cuando bailas, el tiempo deja de ser un concepto abstracto y te habla: ‘Esta frase tiene que ser más larga, ésta otra rompe el clima…”.
Schneider fue una de las primeras artistas en utilizar la página web RapidShare para producir sus discos: “Es como abrir una ventana a la creación. El oyente está viéndolo todo y puede dar su opinión; se siente partícipe en el proceso. Ver su reacción me sirve para saber si voy por el buen camino”. Un camino que, señala el entrevistador a la artista, pudiera terminar conduciéndola a una hipotética dictadura del consumidor: “Lo importante es no obsesionarte con si vas a gustar o no. Tu trabajo consiste en hacer lo que quieres hacer y punto. La buena noticia es que hay gustos para todo, con lo que es muy raro que no haya alguien a quien le guste lo que haces. A mí, al menos, nunca me ha pasado”.
Cuando no compone, Maria se dedica a su segunda actividad favorita: observar los pájaros que sobrevuelan la ciudad de Nueva York. “Mucha gente no lo sabe, pero Central Park es uno de los 12 lugares mejores para contemplar las aves en los Estados Unidos”, apunta. Piezas como Lembrança, incluida en The Thompson fields, evocan la pasión de su autora por cuanto tiene que ver los cielos y cuantos especímenes voladores los surcan, incluyendo el ser humano: “Mi padre estaba en el negocio del lino y utilizaba el avión como parte de su trabajo. Siempre que podía, volaba con él. De niña me encantaba la sensación de flotar”.
Para el recuerdo, su primer vuelo en ala delta sobre Río de Janeiro, “un espectáculo aterrador y hermoso al mismo tiempo. De repente, me vi suspendida en el aire y me vino a la cabeza una melodía… La llamé Hang gliding (ala delta)”.
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