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El Besòs lucha contra la droga

Los vecinos del barrio de Adrià pretenden expulsar a los ocupantes ilegales de pisos en los que trafican con droga.

Alfonso L. Congostrina
Una ante la silla colocada en el lugar donde mataron a Cristian.
Una ante la silla colocada en el lugar donde mataron a Cristian. Juan Barbosa

El barrio del Besòs es una pequeña isla que está encastada casi en Barcelona, pero que pertenece a Sant Adrià, según informa una señal de limites olvidada en una acera de la Gran Via. En el barrio viven unos 5.500 vecinos en edificios altos de aquellos que constuyó el desarrollismo franquista en la década de los 70 para albergar a familias emigrantes. De los balcones no cuelgan estelades. La guerra de las banderas no ha llegado aquí. En su lugar, lucen pancartas, moldes de letras y brochazos rojos. El mensaje siempre es el mismo: “Fuera drogas y camellos”.

El barrio está en pie de guerra, algunos, como un cliente del bar Porras de la calle Berenguer aseguran sin tapujos que el principal problema del Besòs es “la Mina”, el vecino barrio que lleva años luchando por salir de la marginalidad y que comparten Barcelona y Sant Adrià.

Un barrio de luchadores cortado por dos ciudades

Alfonso L. Congostrina

El barrio del Besòs está cortado por dos ciudades. Una parte corresponde a Sant Adrià y otra a Barcelona. En la zona barcelonesa hay mucha rotación de vecinos. El concejal del distrito de Sant Martí, Josep Maria Montaner, explicó en el último Consell del Barri, que hay 130 pisos ocupados, la mayoría pertenecientes a entidades financieras. En la parte de Sant Adrià hay muchos menos inmuebles ocupados, pero la asociación vecinal tiene mucha fuerza. Una fuerza que quedó demostrada el 25 de octubre de 1990 cuando se enfrentaron durante días a los policías que defendían a los obreros que construían dos edificios donde albergar a vecinos de la Mina. Paralizaron la obra. “Entonces luchamos contra la policía que cumplía órdenes de los políticos, ahora los agentes son nuestros principales aliados”, precisa José Paredes.

Mientras se criminaliza a la Mina, en las puertas del bar, una silla rodeada de velas homenajea a Cristian el rumano de 31 años que perdió la vida el lunes tras recibir dos puñaladas, supuestamente de los habitantes de un piso ocupado ilegalmente. Minutos antes de la agresión, decenas de vecinos se plantaron en la puerta del piso de los supuestos asesinos para exigirles a gritos que se fueran del barrio. Les acusan de ocupación y de traficar. Contestaron “matando”.

“Es triste pero la muerte de Cristian ha servido para que se entere todo el mundo de los que pasa aquí”, cometa otro cliente del Porras. El cuartel donde se concentra la lucha vecinal está en la calle Doctor Fleming, en la sede de la asociación de vecinos.

La fábrica de pancartas

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En el sótano de la asociación está la fábrica de donde salen las pancartas. “En los setenta aquí se reunía la oposición al franquismo”, aseguraba ayer José Paredes, portavoz de la entidad vecinal. El inmueble que acogió asambleas clandestinas es el mismo en el que Paco repasa las últimas pancartas. El presidente de la asociación, Eduardo Araujo, está preocupado, falta pintura roja: “Hay que presionar a base de pancartas”.

La ocupación de pisos podría ser similar a la de barrios barceloneses como Ciutat Meridina o Trinitat Vella, pero aquí los ocupas son distintos. “Los invasores de pisos son personas que trafican con droga en nuestros edificios, portales, parques y calles”, denuncia Paredes. Los vecinos han estudiado cada paso de los delincuentes. Estos buscan viviendas embargadas, revisan inmobiliarias o espían a ancianos que “pasan largas temporadas fuera”. Detectado el piso, entran y se instalan. Luego venden la llave a otros ocupantes por 1.000 euros, firman un contrato privado, “que no tiene ningún valor”, y cobran entre 150 y 200 euros al mes por piso. La asociación asegura que desde los pisos ocupados se trafica con droga. Denuncian que hay dos mafias vendiendo a sus anchas en el barrio. “Clanes que no pueden competir por el trapicheo en la Mina y han trasladado la franquicia a nuestro barrio, donde se creen dioses”, denuncia un vecino que prefiere mantener el anonimato.

Otro frente abierto

Cada lunes, desde hace cinco semanas, decenas de vecinos se plantan en la puerta de los cinco pisos ocupados más conflictivos y gritan para que se vayan los traficantes. “El lunes cayó uno de los nuestros, pero esta batalla la vamos a ganar, no queremos delincuencia en el barrio”, advierte Paredes. Más de 500 vecinos tienen sus móviles preparados con imágenes grabadas de los traficantes. “Ahora además, tenemos otro frente abierto: estamos frenando a los jóvenes que quieren utilizar la violencia contra los camellos, no permitiremos ninguna agresión”, asegura Paredes.

Paco acaba de subir del sótano orgulloso: se ha secado la última pancarta. Mientras, la junta confecciona un mensaje de whatsapp en el que condena toda conducta violenta contra los ocupantes.

Los Mossos patrullan por el barrio. Ninguno de los cuatro pisos donde se trafica con drogas abre sus puertas a la prensa.

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