No se indignen tanto
Cuesta aceptar que haya sinceridad y compromiso en relación a los refugiados cuando miles de inmigrantes malviven a nuestro lado sin un mínimo plan de acogida
Las noticias nacen, crecen, se reproducen y mueren, demasiadas veces, sin dejar rastro. Nosotros también morimos un poco con ellas. Nos conmueven, nos molestan y hasta nos escandalizan, pero al final, pasan. Por eso, las hay que es mejor tratarlas con cierta distancia. Otoño es un buen momento porque es pragmático. El verano endurece las noticias por puro contraste con la fiesta. Hoy, ¿quién se acuerda de los hombres y mujeres, de las familias enteras que están cruzando Turquía, el Mediterráneo, Grecia y los Balcanes? Sí, todos un poco. ¿Hasta cuándo? Y acordarse, ¿qué significa?
Llevamos en el recuerdo la imagen del niño ahogado en la playa. Estoy seguro de ello porque es una imagen brutal, y aquí este adjetivo tan usado y gastado es el único que describe la situación con cierta justicia. Recordamos su posición en las fotos y quizás la ropa que llevaba. Y por supuesto, recordamos la indignación colectiva, tan sentida como efímera y, en no pocas ocasiones, teatral, exagerada.
Con los primeros fríos, el recuerdo de las indignaciones del verano da un poco de apuro. No porque no crea en la sinceridad de la reacción y en la bondad de los indignados que las protagonizan sino porque hay signos evidentes que en no pocas ocasiones se trata de reacciones y bondades epidérmicas. Incluso contraproducentes. Si fueran profundas no se mostraría indignación, se mostraría compromiso, un compromiso continuado y alejado de los focos. La indignación busca proyectar una imagen de entereza, la aprobación ideológica, el acuerdo grupal. El compromiso requiere muchas horas y poco escaparate.
Este verano comprobaba con cierta estupefacción el repentino interés por los refugiados que cruzaban Europa. Durante años he visto llegar hasta España decenas de inmigrantes que llegaban de países en estado de guerra o de violencia continuada. De Sierra-Leona, por ejemplo, que ha sido el escenario de una de las guerras más cruentas que hemos visto y que han afectado a inmigrantes liberianos. De Mali, un país cuyos problemas en el norte ya han dejado de ser noticia. De los que han cruzado Marruecos y han llegado a Ceuta y Melilla, travesía que podría considerarse media guerra.
Ninguna reportera húngara les ha zancadilleado. No ha sido necesario, basta una buena relación -—signifique lo que signifique— con Marruecos para que no les queden fuerzas para intentar trepar por las vallas. Además, los medios también prefieren que las malas noticias sean lejanas, las propias no venden. Quizás sea por eso que, a pesar de que existen, a pesar de que todos los tenemos a escasos metros varias veces al día, no representan ninguna noticia. Están en el campo, durmiendo en ruinas o en las calles de las grandes ciudades, hurgando en contenedores y empujando carros llenos de chatarra. Pero son invisibles. No provocan ya indignación alguna.
Los medios también prefieren que las malas noticias sean lejanas, las propias no venden
También yo me apunto a cerrar los CIE, faltaría más. Son una barbaridad y la indignación me sale tan barata como al que más chilla. Lo de hacerse cargo de la dignidad diaria, ya saben, es menos divertido que un concierto de Manu Chao o una excursión antiglobalización. Hemos pedido una cuota de refugiados, incluso nos hemos indignado por la lentitud de las gestiones, pero cuesta mucho aceptar que haya un fondo de sinceridad y compromiso viendo centenares, miles de inmigrantes malviviendo en nuestro país sin un mínimo plan de acogida y acompañamiento. ¿Cuántos refugiados quieren? Si no son quisquillosos con el grado de violencia que les acompaña creo que llenaremos unos cuantos autobuses en pocos días.
La última propuesta, alemana, es pagar 3.000 millones de euros a Turquía para que haga las veces de Marruecos oriental. Visto el regateo de sus socios comunitarios, la canciller Merkel ha decidido eurificar la solidaridad necesaria y se ha preguntado cuánto estamos dispuestos a pagar para no tener pena. Diría que el paquete incluirá silencio administrativo sobre las acciones contra el pueblo kurdo. Aylan, el niño ahogado era kurdo. Kobane es kurda. Los kurdos de Siria tienen motivo para huir de Siria. Los de Turquía, de Turquía. Y quienes quiera que sean los kurdos del Sahel, del Sahel.
No culpo a Merkel más de lo que me culpo a mí mismo. Basta pasear por Barcelona o por el Segrià para no hacerlo. Empecemos a recoger gente, empecemos por los más cercanos, ni que sea por decoro. La vergüenza es tan grande que hay refugiados para todos.
Francesc Serés es escritor
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