La CUP pesca en las antípodas
El partido logra triplicar sus resultados pese a no renunciar a dos grandes ejes, independencia y anticapitalismo, que no todos sus nuevos electores comparten
La imagen del joven de extrema izquierda, procedente de los movimientos sociales y de estética okupa ya no sirve. O no solo. El perfil del nuevo votante de la CUP (Candidatura de Unidad Popular), el gran fenómeno electoral de las últimas elecciones junto a Ciutadans, es ahora demasiado amplio. El partido liderado por Antonio Baños, la llave para investir al nuevo presidente de Cataluña, ha obtenido casi el triple de votos que en las anteriores elecciones: de 126.435 (3,48%) ha pasado a 336.375 (8,20%), y ha crecido de 3 a 10 diputados. Ha ganado solo en un municipio (La Vilella Alta), pero ha mejorado sus resultados en casi todos los rincones. El partido ha abierto su mensaje lo suficiente para llegar a un electorado más heterogéneo, pero en los dos ejes básicos de su discurso no se ha movido ni un milímetro: anticapitalismo e independencia. El éxito reside en mucha gente que no se identifica con alguno (o ninguno) de esos dos postulados y les ha apoyado. Entonces, ¿quiénes son ahora sus votantes?
Si se cruzan todas las últimas encuestas del CEO (el CIS catalán) sobre la CUP, como explica el profesor de sociología de la universidad de Zaragoza Pau Marí-Klose, sabemos que la mitad (el 53%) son menores de 34 años, mientras que en el resto de la población ese segmento representa solo el 26% (solo el 2% eran mayores de 65). “Esto debe haber cambiado algo en estas elecciones. Se han hecho un partido más aceptable para muchos. Han recibido votantes de ERC, por ejemplo, que se han pasado a la CUP porque no veían clara la alianza con CDC”, señala Marí-Klose. Además, sabemos que se trata de un partido de votantes mayoritariamente masculinos (el 66%, según las encuestas), muy en la línea de otros partidos contestatarios como Podemos. También se parece a la organización de Pablo Iglesias en que 79% tiene mucho o bastante interés en la política, respecto al 50% del resto de catalanes. Obviamente, son muy críticos con los partidos y muestran muy poca confianza en las instituciones.
En este apartado también han logrado conectar con un electorado desmotivado hasta la fecha. Emiliana Salinas Navarro, madrileña de 70 años que lleva media vida viviendo en Santa Coloma, solo ha votado tres veces: contra la OTAN, contra José María Aznar en 1996 y ahora. La jubilaron de taller de confección a los 45 años y vive con una pensión de 646 euros. “Yo no soy independentista, aunque tampoco tengo ningún miedo. Pero fundamentalmente les he votado por la cuestión social. Por situación propia y el entorno. Esas reivindicaciones hace años que no estaban presentes en política”, señala.
Emiliana habla normalmente en castellano. Pero la inmensa mayoría de sus votantes hasta 2013 (81%) tenía el catalán como lengua propia (en el conjunto de Cataluña es el 50%). Como Laia Capdevila, de 31 años e hija de una familia de fieles votantes de CiU de Olot, que ha encontrado en esta opción una forma de continuar con su idea sobre el catalanismo y la independencia, pero sin el desagradable peaje de votar a algún partido con sombras de corrupción. “Siempre había apoyado a ERC y dudé hasta el final. Pero ahora quería que entraran nuevos aires, algún partido desvinculado de la corrupción y que fuera un poco mosca cojonera. Quizá no quisiera que gobernasen, pero sí que estén ahí. A mucha gente le ha pasado. En mi trabajo, por ejemplo, haya muchos que les han votado y nunca lo dirías”, explica por teléfono.
Han logrado conectar con un amplio espectro de votantes: desmotivados, rentas altas, desengañados de CiU o exelectores de ERC
Para aproximarse al fenómeno también habría que tener en cuenta el nivel de ingresos de sus votantes, que de forma mayoritaria no es bajo. El 25% cuenta con más de 3.000 euros al mes en el hogar (a través de distintos miembros), cuando en el resto de la población esa cifra no supera el 15%. Y entre los grupos más desfavorecidos de sus votantes, solo el 7% tiene ingresos menores a 1.000 euros, mientras en el resto es el 13,4%. Eso explica también sus buenos resultados en algunos barrios (Sarrià-Sant Gervasi o especialmente Gràcia) y municpios acomodados (Sant Cugat). Pese a su carácter reivindicativo y anticapitalista, no puede decirse que la CUP sea estrictamente un partido obrero. “Una hipótesis es que Cataluña Sí que es Pot ha sacado unas resultados desastrosos, y una parte de los votantes de IC que no veían clara esa alianza se han ido a la CUP. Esos son los de zonas de clase media y nivel alto de estudios. Ahí ha habido un flujo todavía difícil de cuantificar”, señala Pablo Simón. Además, hay una parte de votantes nacionalistas de ERC e incluso CiU que ha castigado a Junts pel sí por la corrupción.
En la organización hubo un gran debate sobre el nivel de claridad que debía tener el discurso, teniendo en cuenta que sus dos grandes ejes podían disuadir a muchos votantes que se había aproximado a ellos y que no tenían esa contundencia en su ideología. Xevi Generó, miembro del Secretariat Nacional, cree que al final se premió su sinceridad. “Sabiendo que tenemos votos que no son anticapitalistas ni independentistas, no quisimos ser ambiguos. Preferimos ser coherentes con el mensaje y que el votante, por más o menos afinidad ideológica que tuviera, no sufriera desengaños. Al final, hemos ganado espacio hegemónico mediáticamente y muchos otros partidos han utilizado nuestro propio lenguaje”. Un lenguaje moderno y directo –como el lema Vota’t [Vótate] o Governem-nos! [Gobernémonos]- y que ha tenido uno de sus puntos álgidos en el muy irónico y estéticamente trabajado vídeo de campaña que ha aportado un aire cool a la imagen tradicional de partido asambleario.
Así, en parte, han conseguido penetrar en muchas casas que antes no los tomaban tan en serio. Àlex Rufí, por ejemplo, guionista de 35 años que vive en la zona alta de Barcelona, no es independentista ni anticapitalista. Tiene un nivel de ingresos medio, ha estudiado en colegios privados y ha ido variando su voto en los últimos años en función de lo que le parecía más preocupante socialmente. “Mi familia es más bien convergente. Yo no creo que la independencia sea la solución de todo, pero hay algo de rebeldía en ello. Quería votar algo que no fuera corrupto y al que me pudiera creer. Además, no quería que Mas tuviera tanto poder si salía la opción independentista. Considero que aunque no esté demostrado ni mucho menos que sea un corrupto, ha estado en contacto con ese mundo del 3% y el cas Palau”, sostiene. Lo mismo piensa María Teresa Garriga, vecina de 59 años del barrio de Tres Torres, una de las zonas con un mayor nivel de ingresos de Barcelona. La coherencia –alabada hasta por María Dolores de Cospedal- y sinceridad de la CUP la sedujeron, explica.
Quería apostar por alguien que no fuera corrupto”, explica un votante
La estrategia en el partido estaba clara desde el principio: apostar por núcleos de población amplios y adaptar las propuestas a las necesidades de cada área. “La autonomía local que tiene la CUP ha permitido que en cada espacio pudiera tener facilidad para buscar complicidades. Ya sea por la izquierda anticapitalista, como por las nuevas formas de hacer política. En Badalona, por ejemplo, ha sido muy distinto que en Barcelona. Somos una organización poco rígida. Y eso ha permitido crecer en todos los espacios”, señala Xevi Generó.
Incluso en algunos hogares más conservadores. El voto a la CUP posee un componente de rebeldía, en cierta medida hasta forjado contra una cierta herencia familiar, como señala Marí-Klose. “Algunos son hijos de votantes de CiU, pero tienden a elegir opciones más de izquierdas. No se alejan de los marcos cognitivos e ideológicos de los padres, pero la opción claramente de izquierdas dentro de ese espacio soberanista es la CUP”, señala. Un ampliación del campo electoral que ha permitido al partido romper con los tópicos sobre sus votantes y convertirse en protagonista de estas elecciones.
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