Riley Walker fascinó en el BAM con el clasicismo de su folk
El artista norteamericano brilló en la noche del sábado junto a Vetiver
Después de la lluvia llega el buen tiempo, tras la fiesta la tranquilidad y tras la locura el sosiego. La fiesta y la locura, la tormenta, la sirvieron Crystal Fighters en la fábrica Damm en un concierto que obligaba a apretujarse entre la multitud si se deseaba ver algo de la tribu que alocadamente elevaba vaharadas de post-hippismo desde el escenario. Pero, por ese encanto del BAM, más cercano por personalidad e intención a los escenarios relativamente pequeños, el concierto de Ryley Walker en la plaza del Àngels opuso otro mundo sonoro y ambiental mucho más hondo, lleno de pliegues y a la postre conmovedor. Este artista norteamericano impuso su personalidad incluso por encima del zumbido de las conversaciones, que si de hecho ya están presentes en los conciertos de pago, se hacen omnipresentes en los gratuitos, tal y como ocurre en el BAM. Walker fue a la postre el plato más sugestivo de la noche, eso sin olvidar el remate de Vetiver, poco después en ese mismo espacio. Fue una noche folk.
Y si el de Crystal Fighters es un pop bailable desmañado, el que haría La Charanga del Tío Honorio de haber nacido en Londres y haberse ahumado en cultura hippy entre restos de raves y recuerdos de afortunadas melodías publicitarias con gancho, lo de Walker es hijo directo del folk británico de los sesenta y setenta, al extender en sus canciones la fragilidad de Nick Drake y la forma de poner la voz y las melodías de John Martyn. En suma, clasicismo. En su pase desarrolló las canciones con tiempo, haciendo versiones muy largas con pasajes instrumentales emparentados con el jazz, siendo Primrose Green, primer sencillo de su último disco, el ejemplo perfecto: larga introducción instrumental, arranque de la canción en su parte vocal y, de nuevo, desarrollo instrumental en el que no tenía tanta importancia el solo instrumental como el aire que tomaba la canción en manos del quinteto que con el contrabajo acústico daba fondo a un ritmo sobre el que volaban como gaviotas sobre las olas los estupendos punteos de las guitarras. No era quizás el mejor escenario, la pronunciación reiterada con acento urdú de cerveza resulta pelín cacofónica entre música folk, aunque, como fue el caso, ésta fuese en ocasiones gritada por Ryley, dueño de una voz muy poderosa. Pero al final, dado que acercarse al escenario era muy fácil, el público pudo sobreponerse al contexto.
Más tarde, también en Àngels y tras una correcta sin más actuación de la cantautora Lady Lamb, Vetiver, la banda de Andy Cabic, hizo un concierto más alegre, menos hondo y más pop, de melodías más aprehensibles y tono amable. Siempre con raíz en el folk, los escenarios del BAM se despliegan entorno a guiones estilísticos, fue la otra cara del concierto de Walker en el sentido que se prestaba mejor a su interpretación ante un gentío. Tocado por un tono melódico entre ingenuo, delicado, esperanzado y naïf -no se entienda naïf como tontorrón- evocó por momentos a las mejores canciones de Josh Rouse. Fue el cierre perfecto a una noche en la que también había brillado, antes de Crystal Fighters, Senior i El Cor Brutal, que interpretó un repertorio más enérgico de lo habitual habida cuenta de la muchedumbre que tenía delante y ante la que soltó su preciosa Bomba de plaer, un canto a la vida y a los sentidos. Un mensaje para vivir la Mercè.
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