Cata literaria en compañía
Los clubes de lectura, que florecen en bibliotecas y librerías, socializan el acto de leer
Un relato de apenas 15 páginas puede dar para 40 minutos de debate. Es imprescindible haberlo leído antes porque, en la primera intervención, uno de los participantes ya revela el final: “Me di cuenta de que el protagonista…”. “¡Spoiler!”, grita el resto, sentado en un círculo de sillas naranjas. Así arranca la cita mensual del club de lectura que organiza la editorial Pulpture.
Estos encuentros, en los se discute sobre un libro que todos han leído previamente, han crecido en Madrid en los últimos años gracias, sobre todo, a Internet, que permite que las reuniones de lectores florezcan. Once personas se presentan a la tertulia de agosto de Pulpture, en la librería Tuuu (Padilla, 78), con sus paredes cubiertas de arriba abajo con libros de segunda mano. No les desmotivan ni las vacaciones ni las cifras negativas: las dos librerías que cierran cada día en España, la caída de las ventas o ese escaso 29% de españoles que lee de forma habitual, según el CIS (un 63% en Madrid, la comunidad más lectora).
“Lo que nos atrae es la posibilidad de compartir gustos y charlar de aficiones comunes”, señala Jorge Plana, editor de Pulpture. La primera tertulia de Ciervo Blanco, hace dos años, solo congregó a cuatro personas; ahora es una comunidad de 1.500 lectores y actividades cada semana. “Leer es un acto muy solitario”, explica Adrián Díaz, su impulsor. “Pero estas reuniones son casi como ir a un cóctel. Muchos vienen a conocer gente”.
Los clubes socializan ese acto tan íntimo de leer. Sirven para intercambiar opiniones, descubrir nuevos títulos o empaparse de referencias. Y es imposible adivinar los derroteros por los que va a discurrir el debate. En la reunión de Pulpture, la conversación sobre el relato propuesto, Todos ustedes, zombies, de Robert A. Heinlein, se mueve con facilidad entre los viajes en el tiempo, el libre albedrío o los anacronismos en los que cae la ciencia ficción. “Pero de forma cercana y ligera, sin una pretensión intelectual seria”, apunta Jorge Plana.
Dar con un club de lectura que se adapte a los gustos de cada uno es tan fácil como teclear esas tres palabras en Google. En la librería de viajes Monpassa (Costanilla de los Desamparados, 13), cada 15 días comentan textos en inglés. “Vienen extranjeros o españoles que han vivido fuera. El nivel del idioma es muy alto”, asegura su dueña, Montse Sanz. La bloguera Inmaculada Rego, de 23 años, reúne cada mes en la Casa del Libro a un grupo de lectores de su edad para desmontar la “mentira” de que los jóvenes no leen: “No vale con que uno hable y ya está. Se tiene que generar debate. Hemos terminado hablando, por ejemplo, de lo mal aceptada que está la homosexualidad en la literatura juvenil”. Y uno de los miembros de Ciervo Blanco, Eitan Felner, ha lanzado un proyecto de catas de libros, que apela “a la parte emotiva de la lectura” e invita a leer en voz alta breves textos que selecciona cada participante a partir de un tema (la amistad, los viajes...) que él les sugiere.
A pesar de esta proliferación de ideas, las bibliotecas públicas siguen siendo punto de referencia. En las de la Comunidad hay 25 clubes de lectura y las municipales, donde el proyecto comenzó en 2004 en dos centros, ya suman 21. Rosa Herrero, responsable de la red municipal, los califica como un punto de encuentro: “El perfil es el de gente mayor, que son los principales usuarios de las bibliotecas, y mayoría mujeres. Nunca se quedan grupos vacíos y en algunos hay incluso lista de espera”.
No ocurre lo mismo en el de Pulpture, abierto a todo el que quiera apuntarse. En la reunión de agosto, una de las participantes se ha dejado caer allí por primera vez casi por casualidad. Es la única que no ha intervenido, pero al final del debate garabatea en un papel su correo electrónico: quiere que le avisen de la próxima cita.
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