El último vermú en el Chamizo

El barrio de Malasaña se ha quedado sin El Chamizo. Templo de yayos, cervezas antes de conciertos y primeras copas de la noche. Ha estado abierto 46 años, pero sus dueños lo han traspasado porque, a pesar de su abundante clientela, se han jubilado.

El nuevo negocio que ocupará el local será Okashi Sanda, definido en su web como un “japonés 2.0”. El cierre deja a Madrid sin uno de sus bares más populares; un lugar en el que las tapas convertían el estómago en un pseudocolchón viscoelástico capaz de aguantar casi todo el alcohol de las noches de fiesta. Los feligreses de este establecimiento incluso iniciaron una petición en la plataforma Change.org para evitar que muriera, aunque no ha servido de nada.

El fin de El Chamizo se suma al reciente cierre del Café Comercial que en estos días se podría equiparar a la tumba de un músico de rock: notas de despedida sobre un corazón de papel rosa, dibujos y mensajes cargados de resignación.

Los bares de siempre son como esos animales en peligro de extinción de los que en vida no se acuerda mucha gente y que cuando desaparecen, o están a punto de hacerlo, todo el mundo los reivindica. Adiós a los yayos, a las servilletas de celulosa pegadas en la suela de los zapatos y a las charlas con codo en la barra. Ya podemos empezar a decir eso de ‘antes cuando se podía’.