Guitarras con solera a la fresca abulense
Músicos en la Naturaleza sopla en Gredos su décima vela con Fito y Fitipaldis y Mark Knopfler como protagonistas
“¡Ese cuerpo serrano!”, le espeta con polisemia acaso involuntaria una chavala a un muchacho de buen ver que a las 19.30 del sábado accedía al recinto de Músicos en la Naturaleza descamisado y con mochila a la espalda. Seguro que el moreno acabaría reconsiderando su indumentaria no mucho después: el fresquete es consustancial en esta pradera al pie del pico Almanzor que desde hace ya diez veranos alberga una noche de rock con predicamento. Puede que el nada garcilasiano nombre del festival jamás figure en ningún tratado de mercadotecnia, pero las buenas ideas acaban funcionando incluso sin un bautismo brillante. Y esta ha servido para colocar el minúsculo pueblito de Hoyos del Espino y, en general, la sierra de Gredos, en el mapa internacional de la música en vivo. Cerca de 15.000 aficionados se echaron a la carretera y sobrellevaron el monumental atasco para soplar hasta las tantas de la madrugada esta décima vela ante un elenco resultón: Mark Knopfler (que ya había pisado estos verdes parajes en 2010), Fito Cabrales (que podría ser su sobrino bilbaíno) y Fitipaldis y la savia nueva de los burgaleses La Maravillosa Orquesta del Alcohol (o La MODA). Otros, por cierto, que tampoco invirtieron en asesores de marca.
Decir que este ameno sarao junto a senderos, repechos y piscinas fluviales se ha convertido en el Woodstock ibérico suena seguramente exagerado, puesto que faltaría al menos esa cierta épica meteorológica y un cartel más nutrido. Pero el denso aroma flotante de las hierbas sustanciosas nunca escaseó en el ambiente, igual que las llamaradas del globo aerostático, los vasos ecológicos y reutilizables a un euro o la vigilancia de una luna en descarada fase creciente. Y tampoco faltó la congregación de curiosos justo a las afueras del recinto, en lo que los lugareños han bautizado con desparpajo “Cerro Gorrón”. Desde ese lugar “no se ve apenas y se escucha bastante regular”, certifica Luis, vecino de Navarredonda. Pero menos es nada, con las entradas agotadísimas, para saciar la curiosidad en este décimo aniversario.
Al final prevaleció la jarana, esa bendición de los dioses, frente a la jovialidad. Y eso que el alborozo no es el primer concepto que viene a la cabeza escuchando a Fito y Fitipaldis, grupo reiterativo hasta el desmayo que se retrata en Corazón oxidado con cura clarividencia: “Todas las canciones son la misma…”. Lo único novedoso en Cabrales es que ahora exclama a cada rato “¡Arándanos!” con acento mexicano, a modo de interjección. Pero en él lo sustancial es que demuestra empíricamente la relatividad del tiempo. El ser humano lleva toda la vida preguntándose por la eternidad, pero quizá tengamos la respuesta a tiro de piedra: siguiendo una gira completa de los Fitipaldis.
Knopfler acaba de estrenar su octavo disco en solitario, Tracker, pero esta vez no anduvo rácano y proporcionó una generosa ración de Dire Straits (Romeo and Juliet, Sultans of Swing, Your Latest Trick, So Far Away, una enciclopédica Telegraph road), además de sendos instrumentales con las viejas bandas sonoras de Cal y Local Hero. Cierto, hay toneladas de vinilos de Straits en La Metralleta, pero bien saben los cielos que el escocés reventaría los teatros si le diera por orquestar una gira con el repertorio íntegro de, pongamos por caso, Making Movies (1980). La MODA comenzó a renglón seguido desde el segundo escenario (00.54 horas), para mitigar la desbandada general, y se convirtió en lo más vigoroso y estimulante de la tanda. Son siete folkies viscerales y enrabietados en camisetas de tirantes, pero ya no suenan a Celtas Cortos, Mumford & Sons o Waterboys, sino a ellos mismos. Doloridos, eufóricos y siempre enchufados, dejándose la piel a jirones en el empeño.
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