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El libro vuelve al árbol

Terrassa recupera troncos caídos durante el vendaval del pasado mes de diciembre para transformarlos en ‘bibliotecas’ en la calle, al aire libre

Unos jóvenes consultan libros de intercambio en uno de los puntos del Arllibre instalados en Terrassa.
Unos jóvenes consultan libros de intercambio en uno de los puntos del Arllibre instalados en Terrassa. CRISTÓBAL CASTRO

Unos curiosos troncos colocados en vertical en medio de la acera sorprendían el pasado miércoles a muchos transeúntes de Terrassa. Sobre todo porque si uno se acercaba podía ver varias hendiduras en ellos… ¡y libros en su interior! Es la curiosa y original solución que han encontrado en Terrassa para dar una segunda vida a una veintena de árboles de los miles caídos durante el vendaval que azotó la ciudad el pasado diciembre. El proyecto, bautizado con el nombre de Arllibre, consiste en el libre intercambio de libros en una decena de puntos de la ciudad. Los árboles, de donde un día surgieron los libros, vuelven a acoger esa pieza que resiste el imparable avance tecnológico.

 La iniciativa nace de Àgora Terrassa, un espacio de debate ciudadano formado por entidades de la ciudad y el Ayuntamiento. Pep Martí, miembro de su comisión dinamizadora e impulsor de Arllibre, recuerda que en un momento en que charlaban sobre cómo mejorar los hábitos sociales de la ciudadanía, justo vieron en Facebook un proyecto en Berlín donde usaban los árboles como bibliotecas improvisadas en la calle. “Ello coincidió justo con el vendaval. Todo parecía invitar a hacer un espacio público más colaborativo y era una oportunidad para cambiar los hábitos de unos y otros”, explica Martí.

La idea de fondo de Arllibre es similar al conocido Bookcrossing, es decir, que cualquier persona puede dejar uno o varios libros y llevarse otro a cambio. Los puntos de intercambio se instalaron el pasado miércoles y se han nutrido, en un primer momento, con aportaciones de miembros del Àgora y conocidos. En total se han habilitado ocho puntos: cuatro están en el exterior (delante de la biblioteca central y la del distrito 6, en el Vapor Gran y en el Parc Sant Jordi) y cinco en el interior del resto de bibliotecas y en el bar Amics de les Arts.

Con la iniciativa no solo se quiere fomentar, óbviamente, el sano hábito de la lectura. “La lectura nos permite imaginar. Y seguramente todos tenemos en casa algún libro al que ya no hacemos caso y que ahora lo podemos compartir y no con nuestras amistades, sino con una red de desconocidos”, anima Martí. Por una parte, también se incentiva el reciclaje. Y es que el 9 de diciembre el vendaval provocó la caída masiva de árboles en Terrassa (y otros municipios cercanos): 1.250 en el núcleo urbano y más de 100.000 en todo el término municipal. “Muchos de estos árboles iban a acabar siendo madera o pellets y ahora les otorgamos un nuevo papel”, añade.

También se quiere alimentar otros valores como la solidaridad y el cooperativismo. “Tenemos que darnos la oportunidad como ciudad de relacionarnos de forma diferente e ir interiorizando otros tipo de hábitos”, apunta Martí. Concretamente, se refiere al riesgo de que los libros acaben siendo robados y torpedee la iniciativa. “Sabemos que hay riesgos, pero los asumimos. Tenemos que ponernos a prueba como ciudad”, tercia el padre de Arllibre. La conversión de los árboles en estanterías corrió a cargo de trabajadores del Ayuntamiento, pero la idea es que su mantenimiento recaiga en alguna asociación de la ciudad que trabaje con personas en riesgo de exclusión.

Arllibre arrancó el miércoles, poco tiempo para medir qué impacto y respuesta tendrá. Pero si algo ha despertado es el interés y la curiosidad entre los transeúntes. El conjunto de tres troncos-librería instalados frente a la biblioteca central de Terrassa despierta la curiosidad de Carme, de 43 años, que detiene el paso. Su hija Illa, de 10, va directa a ojear los libros. “Me gusta la idea, está bien”, dice la mujer después de descubrir de qué se trata. “Es muy chulo. A mí me gusta leer”, añade tímida su hija, que ansiosa va cambiando de libro. “¡No hay libro para niños!”, se queja.

Lluïsa Quevedo, de 50 años, también decide pararse ante el extraño y nuevo elemento de la vía pública. “Estéticamente es bonito, igual que el valor que transmite”, valora. “Todos tenemos muchos libros que no leeremos más. Y con esta iniciativa se ayuda a que la gente lea y que el precio de los libros, que no es bajo, no sea un obstáculo para ello”, añade la mujer, que asegura que participará en la iniciativa. Y, poéticamente, remacha: “el árbol vuelve al árbol”.

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