_
_
_
_

Gamberros aptos para público universitario

Die Antwoork y Skrillex triunfaron en una noche de ritmos que aman la grosería

La actuación de Die Antwoord en el Sónar.
La actuación de Die Antwoord en el Sónar.Massimiliano Minocri

La noche fue una juerga, con apuntes gamberros y suburbiales y a la vez mostrando que la electrónica comercial que llega vía Skrillex deja al techno como un recuerdo, inmediato y aún vigente aunque recuerdo al fin y a la postre. Pero la noche tuvo mucha palabra rimada, y la abrió A$ap Rocky con un concierto irregular que no hizo justicia a sus estupendos discos, a pesar de que el espectáculo que ofreció fue una producción apta para grandes mercados, tales como el norteamericano, el suyo de origen. Pero de todas las maneras, la palma de los recitados se la llevaron Die Antwoork, el dúo sudafricano que actuaba por tercera vez en el festival que les está ayudando a crecer en Europa. Ellos se llevaron la palma en un escenario que más tarde reventaría, literalmente, Skrillex con su formulación expansiva y descacharrada de la electrónica bailable.

Lo de Die Antwoork es un crecimiento continuo en el festival. En la noche del viernes había un verdadero gentío apostado frente al escenario principal, gentío en buena medida extranjero que se conocía las canciones e incluso las coreografías de esta pareja que dejaría a nuestro tradicional maquinero a la altura de un ujier en horario laboral. Todo en Die Antwoork es provocación, desde los muñecos de apariencia ingenua que se asían a un enorme pene, propio, con el que dibujaban estelas en el cielo merced a generosos chorros de esperma, hasta el feísmo de las proyecciones, protagonizadas por seres deformes que parecían enorgullecerse de su aspecto residual y patibulario. El mismo disc-jockey del dúo, DJ Hi-Tek, remataba un cuerpo al que solo le faltaba ser verde para parecer el del Increíble Hulk con una careta que representaba un rostro deformado onda Aphex Twin en "Windowlicker", pero que en lugar de un gesto de intimidación mostraba uno de profunda estulticia.

Y qué decir de la pareja central de Die Antwoork con sus tatuajes, maquillaje, cortes de pelo y vestuario, con los que acentuaban un aspecto suburbial y agresivo rematado por la voz de pitufo de Yolandi Visser, ella. Por su parte, la gestualidad desafiante de él, Ninja había de apodarse, lo presenta como el peor de los encuentros posibles en un callejón oscuro. Todo ello al servicio de un hip-hop propio de rave, acelerado, despeinado, chatarrero y vulgar que convence por ese aire de broma que permite consumirlo al público más conspicuo, asistido por una lectura irónica, y les convierte en héroes redentores para el personal más zapatillero, que puede tomarse en serio la propuesta, festoneada por las posaderas de unas bailarinas bastante explícitas con rostros tapados por caretas de aire sadomaso. El suyo fue un concierto triunfal, mucho más que el de A$sap Rocky, muy perjudicado por un sonido empastado y grave, partido por una dinámica interrumpida constantemente y cerrado con un abrupto final. Quedaron las ganas de verle en otras circunstancias.

En el mismo escenario por donde pasaron A$ap Rocky y Die Antwoork triunfó más tarde Skrillex, el nuevo Midas de la electrónica de combate. Tiene algo de garrafón ese constante vaivén rítmico pautado por bocinazos, sonidos sucios, raspaduras metálicas y bombos retumbantes de velocidad variable, un sonido idóneo para ser ahogado en litros de cerveza. Skrillex, además, lo escenifica con un dinamismo corporal que convierte su figura en un saltimbanqui que cada dos por tres realiza alocuciones enardecidas a la masa, con que la quiso congraciarse y demostrar que no es un yanqui despistado, proyectando, mientras sonaba el "Barcelona" de Mercury y Caballé, la bandera catalana en sus grandes pantallas, hasta el momento repletas de imágenes de vídeo juegos, geometrías, fuego y demás parafernalia visualmente obvia. Y es que Skrillex llega de la tierra del espectáculo, y tiene muy desarrollado el instinto para orquestarlo, sabedor de que hoy en día la música entra por los ojos de las grandes multitudes. Su sesión comenzó con menos público que el concierto de Die Antwoork, pero una vez concluido el pase de Jamie XX en SonarPub, el enorme hangar del SonarClub alcanzó el punto de ebullición.

A todo esto ya se comenzaron a ver las escenas de abandono propias de una juerga mal dosificada, y algunos caballeros yacían en el suelo exangües, con la mirada en el Sistema de Aldebarán. Pero que nadie se lleve a engaño, eran los menos, porque los más estaban en ese instante de exaltación de la amistad que hace florecer conversaciones, estimula miradas de conquista y acerca a los pueblos, hermanados por la diversión y esa simpatía que entra cuando se superan las tres cervezas y todo el mundo parece estupendo. Y, detalle muy a considerar, nadie que pisaba a alguien excusaba pedir disculpas, un gesto que hace pensar que allí quien más quien menos ha estudiado semíticas o ingeniería de computación.

La noche vio triunfar también otras propuestas, como por ejemplo de la Hot Chip, quienes acabaron su concierto con una maravillosa versión de "Dancing In The Dark" de Springsteen, a la que bajaron del camión para subirla en un coche rosa con detalles de purpurina y lazos. Eso es hacer versiones, dar la vuelta al original reinterpretándolo y añadiendo nuevos colores, otra intención. Roisín Murphy, delicioso su carisma escénico, también se hizo con la multitud que siguió su concierto, cosa que igualmente lograron Hudson Mohawke con su trituradora de sonidos, pautada por frases musicales sencillas acentuadas por bocinazos, se ve que se llevan como euforizante infalible, y un ritmo implacable anclado por una batería. Por cierto, ya hay etiqueta para definir el retorcimiento épico de lo que hacen Hudson Mohawke, pero mejor será esperar al Sonar que viene para aprenderla, no sea que el esfuerzo no valga la pena y esta etiqueta se disuelva en el mar de "palabros" que infesta la música electrónica.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_