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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Paseo por la Marina de lujo

Estas cosas funcionan en otras ciudades. No veo cuál es el problema, excepto que lo sea el lujo. Me parece provinciano

Voy a hacer un artículo incómodo. Vamos al Port Vell. Vamos a ver la famosa Marina de lujo. Ha sido la diana de todas las diatribas, el ejemplo de la ciudad que “ya no queremos más”. Cuando empezó a hablarse de este proyecto, yo escribí críticamente aquí mismo: de un puerto, dije, lo único inalienable, aquello que no se puede hurtar, es el paisaje. Porque recordaba el efecto que nos hizo la reforma del Port Vell en tiempos olímpicos: de golpe nos sentimos propietarios del agua, que nadie nos había concedido. Era un agua estrictamente vallada. Pero teníamos la mirada y nos era suficiente. Vamos a ver el Port Vell.

La dársena simétrica y más grande, la que nace a los pies de la Rambla de Mar, también está vallada. Es privada. Tiene la misma transparencia de visión que la Marina, tiene sus barcos privados, tiene sus reglas y sus barreras, que —indago—responden a una normativa europea, insoslayable. La Marina, del otro lado de la “calle” que lleva al difunto Imax, está en calma. Hace poco estuvo aquí, con su barco, la viuda de Steve Jobs: no me parece una mala visita. Mientras miro, pasa un artilugio de remos, o sea que el agua sigue siendo accesible para los deportistas. El muelle es impecable, porque se ha invertido mucho dinero en arreglarlo, tecnificarlo y dotarlo. El paisaje es mucho más transparente ahora que antes de esta concesión. Y hay un guardia en la puerta.

Sigo mi periplo y llego al Port Olímpic, que estuvo de moda cuando su estreno y que ha ido rebajando la oferta hasta hacerse estrictamente popular. El puerto ha seguido esta estela. Es el más desordenado, el que más huele a mar, el más dicharachero. Se reparte entre la estampa romántica de los mástiles y la cosa hortera de la acumulación y las camisetas sin mangas. Los pantalanes están prohibidos —"sólo amarristas"—pero los muelles son abiertos. Por una razón: todo un lateral de la piscina, larguísimo, está dedicado a las aventuras turísticas, a precios considerables, y el resto a la venta de barcos. Hay una treintena con el cartelito. Es un supermercado.

Barcelona es una ciudad de mar. Podría muy bien decidir que un “cluster” náutico sobra, que es una pijada, pero también se podría entender que es una buena idea devolver a la Barceloneta su relación con el mar, más allá del baño y la paella. Entonces me dicen: la mafia rusa, el blanqueo de capitales. Quien tiene la concesión de la Marina es un fondo de inversión, comandado por un grupo de ingleses, me imagino que excéntricos. La Oficina Antifrau los investigó, preguntó al Banco de España y archivó la causa, porque la operación ha sido impecable. Han puesto la Marina en el mapa internacional —como amarraje de yates mientras los dueños, millonarios, deciden la próxima singladura—, han creado unos itinerarios de formación para chicos del barrio (pocos), han dado trabajo a otros tantos, y más que nada, les gusta Barcelona. Estas cosas funcionan en otras ciudades, no demasiadas. No veo cuál es el problema, excepto que lo sea el lujo. Me parece provinciano. Fondos similares están comprando edificios enteros de dos en dos y nadie dice nada.

Que la gente de la Barceloneta tenga razón en su cabreo no quiere decir que la tengan en lo que reclaman. La traza de un alcalde se ve en la habilidad para centrar las respuestas, al margen de los simbolismos fáciles. Saber identificar los problemas. A mi me gustan muchas cosas del programa de Ada Colau, me gustan incluso muchas de sus actitudes. Pero otras no tanto. Me consta que los promotores del Mobile se sintieron agredidos por la displicencia de Ada Colau, esa que ahora aprovecha París para ver si tuerce la balanza: el contrato no está firmado, sólo hemos firmado la petición. Para entendernos: está muy bien mediar en el conflicto de Telefónica, pero entonces no te pongas la camiseta. O el gesto o la foto, las dos cosas no puede ser. Y ese mismo día se anunció el cierre de Vinçon y no hubo más que silencio de Ada Colau, a pesar que Vinçon es patrimonio, es un tesoro de Barcelona. Tengo la sensación que Ada Colau funciona como si una parte de la ciudad fuera culpable, moralmente, de lo que sufre la otra mitad.

Alcaldesa: un inversor ha comprado el edificio de la librería Casa Anita y les ha dado plazo corto para irse, aunque tienen contrato en vigencia. ¿Intervendrá usted? ¿O esta aventura de Oblit Baseira está demasiado cerca de la Via Augusta?

Patricia Gabancho es escritora.

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