La cripta de una catedral poética llamada Joan Margarit
Los escritores en lengua catalana reconocen la trayectoria y el impacto popular del autor de ‘Casa de Misericòrdia’ con el XV premio Joan Fuster
“Escribir es el oficio más solitario del planeta; un escritor siempre va solo; que esa soledad se gire hacia ti y te reconozca es lo máximo que uno puede esperar”. Ni a la hora de reconocer un premio, pues, puede Joan Margarit separar el hombre de la poesía porque con esas palabras agradecía que sus colegas de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana (AELC) le han otorgado el XV premio Jaume Fuster en reconocimiento a su trayectoria y, sin duda, al impacto popular de sus versos, que le convierten desde hace años en el bardo catalán más vendido.
“Es un poeta total porque acorta la distancia entre vida y obra, como Juan Ramón Jiménez: la distancia entre el individuo y el poeta es mínima y eso le hace auténtico”, le retrata con precisión de cirujano el crítico y amigo Sam Abrams, encargado de trazar el perfil de un bardo que con el Fuster cuenta ya 18 galardones en su haber desde el premio de la Crítica Catalana de poesía de 1981 (Vell malentès) hasta el Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de 2008 por Casa de Misericòrdia, libro que le sirvió a la Generalitat para reconocerle también ese año con el Nacional de Cultura. O sea, a Margarit (Sanaüja, 1938), que recita un poema sobre el oficio, Lectura, de su libro No era lluny ni difícil, como acto de gratitud, el reconocimiento le llega desde los palacios y las cabañas. “Sí, aprecio mucho también esa pregunta o comentario de una persona de la calle que te formula algo que llega a la esencia, al corazón de un poema; como ese reconocimiento hay pocos”, admite.
Elogia también Abrams el “realismo lírico” que impregna la obra de Margarit, lo que emparentaría al escritor con los poetas anglosajones, en cuya lectura le introdujo el propio Abrams cuando, hace ya muchos años, le dijo: “Deja de leer a según quién y busca a tu auténtico abuelo, Thomas Hardy”. Admite el galardonado que la de lengua inglesa es una de las poesías que más le han “afectado”, pero por encima de todas, sorprendentemente, la china. “Vino por mi padre: no teníamos una gran librería en casa fuera de volúmenes de urbanismo porque mi padre era arquitecto y de golpe empezaron a aparecer libros de Tu Fu, Lao-Tse: aquello de la luna, el río y uno... y me quedé… Y así entré en el mundo de la poesía”. Apostilla su alter ego: “De la literatura china aprende Margarit la concentración textual, que hace que sus versos sean puñetazos; cada palabra está cargada de sentido”.
No hay gran catedral sin cripta fundacional; sin una cripta, ese gran edificio no es nada; en poesía, la cripta es la lengua materna
Desde ahora socio de honor de la AELC y con el premio de la entidad que ha reconocido ya a autores del calibre de Emili Teixidor, Maria Barbal, Joan-Francesc Mira, Quim Monzó, Jaume Cabré o Jesús Moncada, la confesión del autor de Des d’on tornar a estimar, su último poemario, no cita la poesía castellana. “De pequeño, la teoría y la historia de la literatura española la sabíamos de memoria pero no habíamos leído ni una sola página: podías pasarte todo el bachillerato sin verla… Además, en aquellos tiempos acababas mezclando y asociando Góngora con Franco; todo aquello era un lío”. Más impronta ha dejado en él la poesía catalana. “Lo más importante, la soledad inmensa de Verdaguer pero que me vino por mi abuela, que apenas sabía escribir, que leía siguiendo las líneas con el dedo, pero que se sabía sus poemas de memoria y que lloró cuando su muerte… Personaje y poemas durmieron mucho tiempo en mi interior y aún siguen ahí”. La otra influencia fue Joan Maragall, “para mí, aún hoy autor de algunos de los mejores poemas de las letras catalanas, como el Cant del retorn”. Un Maragall que también le depositó, según Abrams, “la alteridad, ceder el protagonismo a los otros, su poesía es camino siempre del yo al otro y viceversa; en momentos de narcisismo como los actuales él pone remedio colocando en su obra al otro”.
Catalán y castellano en Margarit tienen una importancia literalmente vital: su trayectoria literaria, con una treintena de libros hoy traducidos a siete lenguas, empezó en castellano (Cantos para la coral de un hombre solo, en 1963) y en 1980 inició su obra poética en catalán, que ha acabado siendo la predominante. También arquitecto, utiliza un símil de su profesión para explicarse en lo lingüístico. “No hay gran catedral sin cripta fundacional; sin una cripta, ese gran edificio no es nada; en poesía, la cripta es la lengua materna. Yo empecé a escribir a los 16 años pero hasta los 40 no alcancé mi propia voz”, dice, fechándolo tácitamente con su debut en catalán. “Ningún gran poeta lo ha sido si no ha escrito en su propia lengua”, mantiene quien recuerda nítidamente el momento clave en su caso: “Una carta de Martí i Pol; yo le escribía en castellano y salió el tema de si podría hacerlo en catalán y pensé: ‘¿Y si ahí está la clave de todo?'”. La cripta de la catedral de Margarit.
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