Manuel Molina: “Que nadie vaya a llorar el día que yo me muera”
El flamenco pierde al guitarrista y cantaor que revolucionó el género con su nueva poesía
“Nosotras no podemos llorar porque él no quería lágrimas. Hemos pasado los últimos días cantándole y bailándole”. A Antonia La Negra, quien fue durante muchos años suegra de Manuel Molina, no le salía este martes la voz del cuerpo cuando llegó al teatro de San Juan de Aznalfarache (Sevilla) a despedir al guitarrista y cantaor que, tras revolucionar el flamenco en la década de los setenta con el dúo Lole Montoya, dejó dicho a las claras: “Que nadie vaya a llorar el día que yo me muera”.
El Tío Manuel —como lo llamaban en la intimidad—, que nació en Ceuta en 1948 pero tenía el corazón en Triana (Sevilla), falleció la madrugada del martes “en su casa, como buen gitano”, afirmó su viuda Lola Rodríguez. El artista, que casó el rock con el flamenco en el grupo Smash y después conquistó el corazón de los que decían que el cante jondo era cosa de viejos con Nuevo día (1975), el primer disco de Lole y Manuel, vio cumplidos sus deseos. Su hija, la cantante Alba Molina, y su exmujer Lole Montoya cantaron en su capilla ardiente la bulería Romero verde. Alba, vestida de blanco como quería su padre, recibió al coche fúnebre a las puertas del Teatro Romero San Juan, el último escenario al que subió Manuel Molina el pasado 25 de marzo; mientras cientos de personas, que esperaron más de dos horas su llegada, le dieron un caluroso aplauso al poeta.
Manuel Molina, que hace ocho años fue operado de un cáncer de garganta, decidió morir como vivió: libre. “Hace cinco meses le detectaron un tumor en el pulmón, pero no quiso pisar el hospital. El destino es el de cada uno y se acabó”, dijo ayer su hermano y mánager Jesús Molina, quien lamentó que la capilla ardiente no se instalara en el Ayuntamiento de Sevilla. Pero fuentes del Consistorio insistieron este martes en que fue la familia la que denegó esa posibilidad y optaron por San Juan de Aznalfarache, donde el artista residía desde hace poco tiempo con su segunda esposa y su hijo Manuel, de 20 años. La capilla ardiente estará abierta hasta la mañana del miércoles. Después, el artista será incinerado y sus cenizas se esparcirán por el río Guadalquivir, a su paso por Triana; y por la bahía de Algeciras, de donde era su padre.
“Es el patriarca de los Farruco y de los gitanos, y de los castellanos [payos] también porque es muy especial. Un mito como artista, como persona y como poeta”, afirmó la bailaora Rosario Montoya La Farruca. “Manuel ha sido la muleta de mi Juan y su maestro. Él lo está pasando muy mal por no poder estar aquí”, añadió refiriéndose a su hijo, el bailaor Farruquito, que está actuando en los Estados Unidos.
“Si Hemingway le hubiese tratado, en su famosa frase: ‘He conocido a dos genios. Uno fue Einstein. El otro, Juan Belmonte’, Manuel Molina habría sido el tercero”, aseguró el director y productor Gervasio Sánchez, quien coincidió con él en 2003 durante la grabación del documental Underground. La ciudad del Arco Iris, sobre Smash y su época.
“Para todo el mundo significa mucho, pero para mí que me he criado con él... Fuimos al colegio juntos, vivíamos en la misma calle, con El Rubio formamos el grupo Los Gitanillos del Tardón con 12 años... Hemos sido más que hermanos. Yo siempre le decía: ‘Nosotros no somos dos, somos uno’ y él se reía”, rememoró Antonio Cortés Chiquetete. A su lado, un compadre de Manuel recordaba cuándo, aún con los pantalones cortos del uniforme, Manuel iba a tocar la guitarra en los ensayos a Pastora Pavón La Niña de los Peines. “A ella le encantaba como tocaba Manuel, pero no podía subir a los escenarios porque era muy pequeño”, apuntó su amigo.
“Además de descubrir a la mejor voz de España, Lole Montoya, Manuel hizo una revolución poética del flamenco. Cambió las letras antiguas, trilladas, y les incorporó una poesía nueva para un público nuevo”, añadió Ricardo Pachón, productor de los primeros tres discos de Lole y Manuel.
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