La felicidad en concierto
La pianista argentina Martha Argerich subyuga al Palau de la Música
Cada actuación de la pianista argentina Martha Argerich en Barcelona engrandece su leyenda. Ha regresado al Palau, para colaborar con la Orquestra Da Camera, fundada por Ibercamera en 2013 e integrada por músicos de los cuartetos Casals, Quiroga y Gerhard, y jóvenes instrumentistas de nuestro país que colaboran habitualmente con orquestas europeas de primer nivel. Como no es fácil atraer al público sin nombres de relumbrón de por medio, su presencia como solista, junto a la sensacional trompetista catalana Mireia Farrés, del Concierto para piano, trompeta y orquesta de cuerdas, op. 35, de Dimitri Shostakóvich, casi llenó el Palau, a pesar de que coincidía con el partido del Barça y el Bayern de Múnich, competencia temible se mire por donde se mire.
Martha Argerich
Martha Argerich, piano. Mireia Farrés, trompeta. Orquestra Da Camera. Alexander Janiczek, concertino-director.
Obras de Bach, Shostakóvich y Beethoven.
Ibercamera. Palau, 6 de mayo
Argerich estuvo en vena, con esa energía felina sobre el teclado que no disminuye con el paso del tiempo y acecha en cada pasaje para extraer toneladas de música sin vanidad. Compartió sabiduría y buen humor en una partitura que transmite optimismo, vitalidad y alegría. La clave está en los contrastes, en la fuerza rítmica sostenida sin desmayos, aderezada por ese caústico sentido del humor que permitió a Shostakóvich sobrevivir en la gris y siempre aburrida dictadura soviética.
La naturalidad y sinceridad como intérprete de Argerich iluminó la versiones. Daba gusto verla compartir cada detalle, cada giro rítmico, cada remanso lírico con Mireia Farrés, solista de la OBC, como compañera de aventuras; toca la trompeta con una combinación de virtuosismo técnico, belleza sonora y sentido musical que no busca el lucimiento sino la grandeza de la música que interpreta.
La version fue apasionante. La orquesta parecía tener alas siguiendo a Argerich y ella los guiaba con intuición y generosidad. Fue un Shostakóvich que nos hizo más felices. Ante la explosión de júbilo, bisaron el vertiginoso y divertidísimo Allegro con brio que cierra el concierto.
La Orquestra Da Camera, que sonó bien, con fuerza, abrió la velada con el Concierto para violín en la menor, BWV 1041, de Bach, con el violinista austriaco Alexander Janiczek como solista de sonido pulcro, pero un tanto anodino, quien, en tareas de concertino-director, cerró el programa con una versión de la Cuarta sinfonía de Beethoven llevada al galope; el exceso de de velocidad restó gracia y sutilezas a una partitura que sonó con dureza y violentos contrastes dinámicos.
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