Mucha lección, aula despoblada
El concierto de Martin Carr en el Loco Club, despachado ante medio centenar de personas, fue de una irreprochable exquisitez
Martin Carr siempre fue un verso suelto en el patio revuelto del rock británico de los 90. Sus Boo Radleys hicieron un buen puñado de canciones brillantes y algunos álbumes deslumbrantes. No otro calificativo merece todo lo que facturaron entre 1992 y 1996. Pero su maldición fue la de los grandes heterodoxos, aquellos cuyo caudal creativo no encaja entre los estrechos lindes de las etiquetas genéricas, llámense estas shoegaze o brit pop. Y de aquellos barros, los lodos de su opacidad ya en los 2000 con su proyecto Brave Captain y su trayecto en solitario, ahora gozosamente resucitado por el sello alemán Tapete.
En todo caso, contemplar el actual estado de forma de su mente pensante sobre un escenario equivale también a entender por qué algunos compositores dotados nunca gozarán del plácet popular: viéndole en una esquina del estrado (siempre tuvo aversión por el primer plano, qué se le va a hacer) y escuchándole defender su estupenda producción nueva y recuperar algunas piezas añejas, aún se hace incomprensible qué necesidad le empujaba en los años 90 a recurrir a un vocalista bajito y calvo, de un registro vocal prácticamente calcado (Sice Rowbottom). El ostracismo no siempre es achacable a factores externos.
Martin Carr: voz y guitarra; Johnny Polyurethane: bajo; John Rea: teclados; Andy Fung: batería. Loco Club. Valencia, martes 28 de abril de 2015.
Dicho esto, su concierto del Loco Club, despachado ante medio centenar de personas, fue de una irreprochable exquisitez. Había abierto antes la noche JEID, el proyecto unipersonal de Jacobo Eid, quien fuera líder de los locales Supernova, quien se guisó una desconcertante sesión de pop casero trufado de textos cáusticos, entre la ligera inclinación sixtie de algunos estribillos empuñados con guitarra acústica y un tecno pop de desguace que, pudiendo mirarse en Joe Crepúsculo, recordaba más a Riki López. Una broma, claro, que en ningún momento dio la impresión de pretender ser algo más.
Lo de Martin Carr fue una lección de estribillos impolutos, cortocircuitados a veces por la fiereza de su guitarra, con el espléndido The Breaks (2014) como foco central de la noche. Y servidos con un excelente sonido. Dianas pop inapelables, de las que revelan el primoroso gusto de la escuela del Merseyside (la inevitable sombra beatle) sin renunciar a la contemporaneidad, como The Santa Fe Skyway, St Peter in Chains, Mandy Get Your Mello On, Senseless Apprentice (que enlaza un riff a lo Born To Be Wild con un estribillo cegador: toda una seña de identidad) o I Don’t Think I’ll Make It.
Recuperó también algo de su etapa en Brave Captain (Big Black Pig Pile) y ciertas delicias de The Boo Radleys (algunas solo con guitarra acústica), como Lazarus o Wish I Was Skinny, aunque las que mejor paradas salieran fueran las del álbum Wake Up! (1995), por aquello de que comparten con su producción actual su gusto por las hechuras básicas de pop diáfano y sin demasiados aditamentos, caso de Wilder, Find The Answer Within o Reaching Out From Here. Mucha enseñanza para tan poco alumno presente, como de costumbre.
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