Un ancho mar sin fondo
Joan Miquel Oliver cierra el Festival Strenes en Girona ofreciendo su mundo en estado puro: cercano y remoto, acogedor y misterioso
Sin aspavientos, con los elementos mínimos necesarios para defender las canciones, ataviado como practicante de arte marcial igual que cuando forma parte del colectivo Eternity junto a Quimi Portet y Jaume Sisa, así como dando esquinazo al glamour. Joan Miquel Oliver (Sóller, Mallorca, 1974), de nuevo en escena, esta vez ocupando su lugar central porque ya ha asumido públicamente que la estrella es él, y que su voz es un instrumento, el mejor de los posibles para revivir frente a los espectadores un cancionero maravilloso que debutó merced al festival Strenes, que en la noche del sábado hizo que sus espectadores asistiesen por vez primera un espectáculo que esta temporada se verá en todas partes.
¿Y qué verán quienes asistan a los conciertos de Oliver? Pues a un trío —Jaume Manresa, ex de Antònia Font, a los teclados y Charly Oliver, colaborador, entre muchos, de Quimi Portet, en la batería— cuyo mascaron de proa es la guitarra de Oliver, comienzo y sostén de multitud de piezas dada su capacidad para extraer fraseos melódicos que ya predisponen para la escucha del resto de la canción.
JOAN MIQUEL OLIVER
Festival Strenes
Teatre Municipal Girona
25 de abril 2015
Nunca se acabará de ponderar lo buen guitarrista que es Oliver, que hace justo lo que sus canciones necesitan, sin aparente exhibición de habilidades ni pirotecnia innecesaria cuya finalidad sea el lucimiento. Esa economía de medios y ese poner el acento donde éste es requerido también tomó forma en los arreglos ya que, sin bajo, sus líneas eran disparadas por Manresa cuando era necesario; sólo eran fondos de teclado, ritmo de batería y melodía los que sostuvieron todo el repertorio.
El concierto estuvo formado por más de una veintena de canciones de sus tres discos, estando el último casi totalmente representado. Y quien no haya entrado en el mundo Oliver que no pruebe hacerlo con este álbum, un resumen de sus virtudes al aunar melancolía, laxitud, melodías delicadísimas casi de cuento infantil o de adulto expulsado del mundo de los mayores, sentido del humor, fotografías verbales tramando las letras y una puesta en escena directa, sin aspavientos. El mundo Oliver en estado puro, cercano y a la vez remoto, acogedor pero al mismo tiempo misterioso, como si no quisiera desvelar su alma, un mar cristalino en día soleado que, sin embargo, no deja de ver su fondo por poco profundo que esté...
Como regalo sorpresa, salió a escena Quimi Portet, con una camisa hawaiana delirante, para cantar Sunny day con Oliver, otra canción llena de equívocos que Portet acentúa al cantarla con marcada intención paródica. Era casi el final, el final de un concierto que pasó volando, casi como las melodías de Joan Miquel Oliver por sus propias canciones.
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