Que viva el entusiasmo
El Consell se despide de todos nosotros, quizás para no volver, inaugurando hospitales con camas pedidas en préstamo
El entusiasmo por cuenta ajena viene a ser como esa exaltada disposición anímica que desdeña los errores del pasado para reproducirlos de nuevo, porque sobrevivir en el error perpetuo es una de las proclamas eternas del entusiasta de profesión, ya se trate del aficionado al fútbol, del forofo de la política, del devoto de la Ofrenda Fallera, del valencianismo bien entendido (todos los valencianistas valencianos presumen de su valencianismo auténtico), y no como el de otros, y a la inversa, así que no es posible pasear tranquilo por estas calles tan valencianas sin andar sorteando el Ausias March con el que atacan los doctos y tropezando con los bolardos naranjeros de un González Lizondo junto a las alcantarillas, mientras el Consell se despide de todos nosotros, quizás para no volver, inaugurando hospitales con camas pedidas en préstamo a Cataluña para la ocasión y creando un Observatorio de señas de identidad (¿será que han leído a Juan Goytisolo?) para ver si en Valencia se sabe de una vez qué define a lo valenciano.
Un asunto poco estimulante, ya que si los valencianos han sobrevivido tantos siglos sin saber exactamente lo que eran, bien pueden seguir así algún siglo más sin que el asunto interese a nadie digno de interés. ¿Se imagina alguien a Ausias March escribiendo Veles e vents y rumiando si eso le bastará al Observatorio para aceptarlo como seña de identidad valenciana? Y ya en esto, resulta curioso que un patum de la cultura realmente valenciana tilde a otros valencianos ajenos a sus consignas de traidores a la patria o algo así, un tanto a la manera de la Ferrusola cuando, descubierta en una de las suyas, se lamenta de que se comente lo suyo, con lo que ella y su marido han hecho por Cataluña… No es de extrañar que Ciudadanos suba como la espuma.
Pero este rollo pascuero iba más bien sobre las granizadas de entusiasmo que asuelan nuestras futuras cosechas políticas. El entusiasmo más frecuente se produce por delegación: es aquel que infarta de emoción cuando Messi cuela uno de sus goles, o cuando en las elecciones griegas se alza con el poder un partido próximo a la izquierda (con su coletilla más vengativa que justiciera de ahora se va a enterar la Unión Europea, como si no pudiera ocurrir precisamente lo contrario), o cuando parece que Podemos va a pasar por fin de las admoniciones a los hechos mediante el truco de recortar objetivos antes de alcanzar poder alguno. Hay otra clase de entusiasmos, desde luego, más en consonancia con los objetivos personales o familiares. Así, nadie acude entusiasmado a comprar un boleto de lotería, sino más bien con la resignación de que tampoco esta vez será la suya, aunque los niños se entusiasmen con más cosas de las que están a su alcance, o que los enamorados gocen de esa nube de entusiasmo que el tiempo pondrá en su sitio. De más está decir que el escepticismo no es lo contrario del entusiasmo: no hay entusiasmo verdadero que no se haya nutrido en las cavernas del escepticismo.
Una de las ventajas del entusiasmo compartido es que resulta gratis a sus frecuentadores, pese a los beneficios que depara a algunos. Se supone que Hitler estaría entusiasmado liquidando a los judíos y no, por ejemplo, a los zurdos; lo mismo que los falangistas con los rojos o los estalinistas con los trotskistas, por no mencionar a Blesa y sus compañeros de tarjeta negra, andaluces de Jaén con sus eres, y tantos otros. Resulta estimulante entusiasmarse con Varoufakis si no eres griego a la vez que irresponsable, ya que si las cosas acaban mal, el entusiasmado se refugia por un tiempo en el escepticismo hasta que salga otra bonita ocasión sin tener que disculparse por haberse equivocado, lo mismo que ningún entusiasta de Podemos que no pertenezca al núcleo tendrá que arrepentirse de nada si el partido se oxida antes del otoño, lo que sería un fastidio porque resulta tan divertido…
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