La izquierda sociológica
Que la evidente buena noticia de la aparición de Podemos no se convierta en la fuente de una frustración política más
Todo es algo más claro desde las elecciones andaluzas, precisamente porque todo se ha enredado más. También Andalucía se ha comportado como una sociedad rica, de forma básicamente conservadora y prudentísima. Teme sobre todo perder, pese a sospechar que puede ganar, y ese es quizá el mensaje que ofrece una comunidad con un paro elevadísimo (dentro de un bienestar que empieza a dejar de serlo).
En cambio, tanto Podemos como la movilización soberanista en Cataluña aspiran a inyectar en la población convicciones y ambiciones de cambio con lenguaje e impulso radical, tanto si es efectivamente radical como si lo es en apariencia. En el soberanismo la radicalidad nace de una propuesta taxativa y muy mal formulada para clases medias, botifleres, funcionariales y miedosas. Quizá de haber hallado un discurso dulce de ruptura, el soberanismo hubiera ganado adeptos en las capas sociales que temen perder porque temen los cambios, temen las agitaciones y recelan de la prepotencia de cualquier tipo, incluida la prepotencia soberanista. El soberanismo pudo equivocar la estrategia cuando vio la calle llena y sacó conclusiones precipitadas. Pero quizá la confusión más grave no fue fantasear que detrás de la patita había un lobo gigantesco y dormido. Puede que fuese más grave otro error: la conjetura ilusa de que una sociedad rica (pero en grave crisis) esté dispuesta a saltos de ruptura o sueños de futuro en plenitud. En ese estrato, las sociedades del bienestar se retraen y dan marcha atrás, como los señores con sus amantes prometen y prometen y no cumplen, y al final hasta comparten la amante con la legítima.
Con Podemos puede estar sucediendo algo parecido. Es verdad que Andalucía tiene algo de microcosmos singular, como lo tiene Cataluña, y ninguna de las dos remiten al retrato robot del resto de España. Pero sin contar con ambas es difícilmente gobernable el Estado. Sin embargo, el fenómeno más vistoso y simétrico ha sido el derrame de algo más de 140.000 votos desde el PSOE hacia Podemos y los algo más de 140.000 —en ambos casos, redondeo las cifras— que migraron de IU también hacia Podemos. Y aún más: por encima de 180.000 abstencionistas decidieron salir de casa para votar a Podemos, mientras el PP vivió su propia sangría justísima de más de 220.000 votantes hacia Ciudadanos como encarnación refrescante y promisoria del repudio de la mentira desvergonzada que ha practicado el PP con sus casos de corrupción (con graves efectos secundarios sobre la credibilidad del Estado mismo).
La izquierda en Europa y también en España hace muchos años que se hizo conservadora y prudente, perdió sus ínfulas de reforma
Pero el dato más jugoso procede del lado de Podemos confrontado con lo que parece la naturaleza social y económica de la sociedad española, incluida la andaluza, y más allá de los análisis de politólogos. No son en absoluto malos sus resultados electorales y, desde luego, no es tampoco pequeña su capacidad de atraer a una izquierda descontenta hacia las siglas clásicas. Pero de nuevo el pronóstico de sus expectativas puede haber dependido de un diagnóstico demasiado entusiasta por fantasioso, simplemente equivocado o incluso prepotente, como ese latiguillo que una y otra vez asoma sobre sus pretensiones de vencer o nada (como si un resultado distinto a la victoria desactivase su razón de ser). El error puede nacer de una ilusión óptica sobre el alcance de la crisis en España y la infinita capacidad de adaptación de las clases medias a un Estado del Bienestar, pese al culpable abandono de múltiples segmentos sociales a su desahucio moral y material.
La izquierda en toda Europa, y también en España, hace muchos años que se hizo conservadora y prudente, perdió sus ínfulas de reforma de fondo y hasta ha regateado la viabilidad de medidas de choque contra situaciones inhumanas e inaceptables. Ese ha sido el capital político que ha sabido atraer tanto Guanyem en Barcelona y Ada Colau como Podemos en España. Pero ese es un segmento pequeño y caliente que ha reunido 15 diputados en Andalucía y quizá pueda doblar proporcionalmente el resultado en unas generales. Pero con eso no basta: ni hay tanta abstención a su favor y ni hay tanta izquierda oculta como para que el resultado ofrezca un auténtico vuelco sociológico.
También a mí me gustaría dejar de pertenecer a la izquierda impotente. O dicho al revés, me gustaría que las izquierdas ordenasen sus prioridades para que la evidente buena noticia de la aparición de Podemos no se convierta en la fuente de una frustración política más. Las candidaturas de Ángel Gabilondo y Luis García Montero a la Comunidad de Madrid me parece que van en esa dirección, y a ninguno de los dos lo imagino con un ataque de sectarismo al día siguiente del recuento electoral. Las complicidades de la izquierda pasan por negociar, y esa es la única vía aparente en una sociedad que deplora el deterioro del Estado del Bienestar pero no ve recambio probable en el horizonte, como no sea la negociación política entre iguales o, cuando menos, semejantes, tanto si son cracks televisivos como si no lo son.
Jordi Gracia es profesor y ensayista
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