El bailarín del contrabajo
El artista israelí maneja con soltura pasmosa su nueva formación, con el pianista Hershkovits a niveles también admirables

“Tranquilos, que os espero”, anunció Avishai Cohen, mientras su pianista ya le hincaba el diente a la segunda pieza de la noche, al comprobar el colosal trasiego de espectadores que pugnaban por alcanzar su butaca en el Auditorio Nacional. Así, saltándose con espontaneidad el protocolo riguroso del recinto, se ganó el contrabajista israelí la simpatía de la sala de cámara al completo y convirtió los 90 minutos posteriores en un ejercicio portentoso de fascinación colectiva. Obtuvo la predisposición del oyente, sin duda, pero a ese pasmo expectante del que fuimos testigos este sábado no se llega solo mediante la bonhomía y el encanto personal. Cohen (44 años) tuvo que aportar la sapiencia acumulada a lo largo de dos décadas y la inusitada inyección de vitalidad que aportan los nuevos integrantes de su trío, el percusionista Daniel Dor y, sobre todo, el mágico piano de Nitai Hershkovits. Un nombre que, aun enrevesado, conviene memorizar de inmediato.
Hay en el ideario de Avishai lo mejor del jazz contemporáneo, una escritura minuciosa y exigente pero nada inextricable. Y hay, en convivencia asombrosamente sutil, una vocación romántica flagrante, como si algunas de las melodías de partida hubieran sido alumbradas un par de siglos atrás. Así sucede en buena parte del repertorio de From darkness, el reciente trabajo que el trío utilizó como hilo conductor y en el que la pasión inicial deriva en melodrama y, finalmente, en estallido libre.
Para todo ello resulta fundamental el concurso del infatigable Hershkovits, un joven saltarín de 27 años en un cuerpo postadolescente pero con unas manos impregnadas de sabiduría venerable. Y acostumbradas a trabajar con pulso independiente, como si izquierda y derecha no se conocieran de nada. A este paso, a Brad Mehldau le acabará saliendo un serio competidor.
Cohen espolvorea en la mezcla algunas pinceladas del folclor de Oriente Medio (Ballad for an unborn), con resultados conmovedores. El de Jerusalén ha desarrollado una relación casi amorosa con su contrabajo, al que abraza y contempla con gesto de bailarín arrebatado, como si tan voluminoso compañero de fatigas fuera un acompañante liviano. Para escucharle cantar tuvimos que esperar a los bises, pero su emocionante Alfonsina y el mar, con voz fina pero muy sentida, mereció sobradamente la pena. Igual que la fiesta final de ese Bésame mucho con el compás quebrado. Una experiencia enorme.
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