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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La particular erótica de la amabilidad

El primer triunfo del montaje de Broggi de 'Una giornata particolare' es que nadie se acuerda de Sofía Loren y Mastroianni

Clara Segura y Pablo Derqui, durante uno de los ensayos de la obra.
Clara Segura y Pablo Derqui, durante uno de los ensayos de la obra. david ruano

Hitler visita a Roma, recibido con despliegue imperial por Mussolini. Imágenes en blanco y negro del Istituto Luce, el No-Do del fascio. Locución engolada, marcial, fervorosa. El estruendo de la propaganda se infiltra por la radio hasta una barriada romana. Entra el color en un día de mayo de 1938. El fragor del régimen se entremezcla con el trajín cotidiano del despertar de una familia numerosa. El patio de vecinos bulle. La buena gente se prepara para vestir camisa negra y levantar el brazo en alto con gesto enérgico. La marabunta de hormigas humanas se aleja para ejercer de comparsa. Atrás quedan el silencio y los olvidados.

Con el primer gesto de Clara Segura y Pablo Derqui —cansancio y rendición— Una giornata particolare pasa sin sobresaltos de Ettore Scola a Oriol Broggi. Se apaga la pantalla para que el público se concentre en la intimidad que nacerá en el escenario entre Antonietta y Gabriele. El mundo que los ha transformado en invisibles se ha ido por un tiempo. O casi. La portera sigue ahí como retén. Pero esa amenaza con bata y zapatilla —que Màrcia Cisteró ejerce con la violencia justa— es un puño sordo, incapaz de romper la burbuja en la que se encastillan dos seres muy frágiles, atraídos por el erotismo de la amabilidad.

Broggi sigue con fidelidad cada una de las situaciones que Scola, Maccari y Fantoni guionizaron para describir el nacimiento de una intimidad sin esperanza. El prólogo se lo cede al director de cine, el epílogo es un trazo breve y rápido, y en medio sólo se atreve a cambiar la escena del fugaz encuentro sexual —explícito, sobre una mesa— para igualar el mensaje que emite el sexo sin sexo al primer café que sella el vínculo entre la pareja. Él sólo acompaña una buena historia y unos intérpretes formidables, algo más heridos que Sofia Loren y Marcello Mastroianni en la película. Pero nadie se acuerda de ellos —primer gran triunfo del montaje— cuando Segura y Derqui se beben uno al otro con su delicada atención. Broggi ha descubierto que esto es una historia de dos sedientos de ser alguien para el otro, aunque sólo sea por unas horas, cansados de no ser nadie para nadie. Un amable desconocido que escuche sus pequeñas o grandes confesiones, que rompa su resistencia a dar unos pasos de rumba, que los abrace en un laberinto de ropa extendida como en juego de niños, que acepte sus brazos caídos sin deseo, que comparta una taza de café, que calle ante sus errores y fantasías, que note su serena curiosidad en la mirada. Y con esas pequeñas cosas que guardan enormes emociones Segura y Derqui realizan una filigrana actoral. Ella nos tiene acostumbrados a la excelencia, pero él —en una larga línea ascendente— aporta algo más: el temblor profundo de una criatura rota.

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