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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Romper el monopolio masculino

La brecha salarial no solo no disminuye, sino que aumenta. Las mujeres están peor pagadas pese a estar más preparadas

Milagros Pérez Oliva

Llega de nuevo el 8 de marzo, día Internacional de la Mujer, y de nuevo las estadísticas nos sitúan ante una realidad que no ofrece la más mínima posibilidad de complacencia. La brecha salarial entre hombres y mujeres no solo continúa siendo alta en toda la Unión Europea, sino que en algunos países como España, incluso se ha incrementado en los últimos años. Como ocurre con la desigualdad social, los costes de la crisis también se reparten de forma desigual entre los dos sexos.

Y no es por falta de normativa. Una directiva comunitaria obliga a la igualdad salarial desde 2006 y todos los países tienen normas que prohíben la discriminación salarial. Pero hecha la ley, hecha la trampa. Conforme avanzamos por la senda de la desregulación y el salario se descompone en partes fijas y variables, en complementos, bonos, incentivos y pagos en especie, se multiplican las ocasiones de discriminación. Por esa creciente variabilidad se cuela la más vieja de las leyes de la selva, la del dominio del fuerte sobre el débil. Las mujeres cobran en España, según el último informe de Eurostat, un 19,3% menos que los hombres por el mismo trabajo, frente al 16,6% de la zona euro. Pero si se tiene en cuenta el conjunto de la vida laboral, la brecha es aún mayor pues, en igualdad de capacitación, ellas ocupan con frecuencia puestos inferiores y permanecen en general más tiempo en la misma categoría. Dicho de otro modo, ellos se promocionan antes y escalan mucho más. Y cuando se jubilan, ellas se van a casa con una pensión un 40% inferior a la de los hombres.

Pese a vivir en la llamada sociedad del conocimiento, en la que se supone que ya no cuenta tanto la fuerza física, la testosterona o la habilidad para guerrear, el predominio masculino sigue fuertemente anclado en todos los procesos, y muy especialmente en las posiciones de decisión.

Pero la brecha salarial es crecientemente injusta en la medida en que las mujeres cobran menos a pesar de llegar al mercado laboral cada vez mejor preparadas y estar incluso, en muchas profesiones, más cualificadas que los hombres. En estos momentos, el 60% de los licenciados en la Unión Europea son mujeres. Y hay ámbitos tan importantes e intensivos en fuerza de trabajo como la sanidad, la enseñanza o la justicia — profesiones que exigen además una larga preparación— en los que no solo las mujeres son mayoría sino que pueden acreditar en conjunto mejores calificaciones académicas que los hombres. Y sin embargo, apenas se ven mujeres en puestos de dirección.

Más de treinta años después de que el feminismo lograra imponer leyes de igualdad, la situación no mejora para las mujeres en la medida que cabía esperar. Y en algunos casos, incluso se retrocede. En muchos ámbitos, están más preparadas y peor pagadas que los hombres, cuando tendrían que cobrar más. ¿Qué más tienen que hacer las mujeres para que definitivamente puedan ocupar el puesto que les corresponde y ser retribuidas de acuerdo a su valía y sus méritos?

La política oficial ha asumido el discurso de la igualdad, pero ahora vemos que ese discurso es tan falso como cínico. La vieja política ha demostrado tener una gran capacidad de engaño. Ha logrado hacer creer que asume el imperativo de la igualdad, pero no hace lo necesario para alcanzarla. Habrá que ver si quienes invocan la necesidad de una nueva política son capaces de cambiar también estas premisas. Las políticas basadas en la voluntariedad y la recomendación ya se ha visto lo que dan de sí. Si la voluntariedad no funciona, habrá que probar con la obligación.

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En estos momentos se discute en Europa sobre la forma de aumentar la presencia de mujeres en los consejos de administración y puestos directivos de las empresas. Las grandes corporaciones que cotizan en bolsa apenas tienen un 18,6% de directivas. En España, aún menos: el 15,1%. Solo los países que aplican políticas de igualdad desde hace tiempo y con probada convicción, como Finlandia o Noruega, han logrado alcanzar porcentajes del 30% y el 40% respectivamente. Y esa convicción incluye una política de cuotas obligatorias.

La presidenta de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), Elvira Rodríguez, ha dicho que la presencia de las mujeres en los consejos de administración de las empresas ha de ser por carrera y no por ser mujer. ¡Por supuesto! Que no se preocupe la señora Rodríguez por esta cuestión: en un sistema de cuotas obligatorias, la carrera por méritos está asegurada, puesto que hay mujeres de sobra con preparación suficiente para asumir el reto. De hecho, si fuera solo por carrera y cualificación, las mujeres ya serían mayoría en muchos ámbitos. Por ejemplo en los órganos de gobierno de las universidades, de los hospitales, en las altas estructuras de la administración pública, en las cúpulas de los centros de investigación y hasta en las salas de los Tribunales Superiores de Justicia. Pero ella sabe que si no es así, no es por carrera, sino porque son mujeres. De modo que, desmontada la falacia de la falta de preparación, ha llegado la hora de darle la vuelta a la tortilla y acabar de una vez con el monopolio que los hombres ejercen sobre los puestos de decisión,muchos de ellos no porque estén más preparados, sino porque son hombres.

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