Rosas desentierra sus raíces
La compañía belga repone en el Teatro Central de Sevilla la primera coreografía con la que De Keersmaeker alcanzó el éxito internacional en 1983


La bailarina y coreógrafa belga Anne Teresa de Keersmaeker se convirtió, en 1984, en un referente para la danza contemporánea con su espectáculo Rosas danst rosas, una pieza con la que alcanzó el éxito internacional y que fue el germen de su compañía Rosas. El montaje, que pudo verse en Granada en 1984, se ha convertido en obra de referencia y ha sido representado en escenarios de todo el mundo, pero no había pasado todavía por el Teatro Central de Sevilla. Rosas danst rosas podrá verse, por fin, en el Central los días 6 y 7 de marzo.
Manuel Llanes, director del espacio sevillano, ha conseguido saldar esa deuda con el público del Central que desde hace 25 años sigue la carrera de De Keersmaeker, quien continúa al frente de Rosas. La compañía belga desentierra así las raíces de sus inicios para reponer a De Keersmaeker en estado puro.
Rosas danst rosas contiene las tensiones que caracterizan las obras de su directora y coreógrafa: un contraste entre la estructura racional del espectáculo y la emoción que produce su lenguaje corporal; entre la agresión y la ternura; entre la uniformidad de las cuatro bailarinas que interpretan la pieza y la individualidad de cada una de ellas.
La música de Rosas danst rosas, como la de todas las producciones de la compañía, es muy especial. En esta ocasión está compuesta por Thierry De Mey y Peter Vermeersch y fue creada a la vez que la coreografía. El espectáculo, dividido en cinco partes, se apoya en principios repetitivos y minimalistas. Es una mezcla de movimientos abstractos, difíciles de cualificar, y movimientos más concretos, reconocibles como gestos cotidianos.
La coreógrafa, incluso, deja que las cuatro bailarinas recobren el aliento delante de los espectadores, de forma evidente, y al final de la cuarta parte, las intérpretes muestran su cansancio sin vergüenza: jadeantes y bañadas en sudor. Un recurso con el que De Keersmaeker muestra el revés físico de la danza como un arte corporal; algo que sería impensable en una representación de ballet clásico.
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