Patinar, amigos y percebes
El cineasta asturiano navega entre sus recuerdos y el presente más doméstico para desplegar un placentero recorrido gastrocultural
1. Sainz de Baranda 20. En un piso de ese portal mi padre me enseñó a leer y a escribir. Y, bajo el influjo de los libros de aventuras, inventé la selva africana en plena posguerra, poblando el pasillo de feroces alimañas y pigmeos que acechaban con sus flechas envenenadas en cada esquina. Vaya esta tardía advertencia para los que ahora vivan ahí.
2. O Curruncho. Percebes de Cedeira, ostras de Cambados, chipirones a la plancha, churrasco al horno… El talento de Roberto en la angosta cocina, el temperamento de Chus para manejar el cotarro y la amabilidad de Goyo tras el mostrador lo convierten en un rincón encantador. (Fomento, 10)
3. Salas de cine. Frecuento los cines en los que las cabezas de los que se sientan delante no me interrumpen la lectura de los subtítulos. Destacaría entre ellos el Renoir Retiro, —antaño Narváez—, Golem y Verdi. En los actuales Renoir Plaza España Remando al viento estuvo más de dos años en cartel.
4. Librerías. Recuerdo a un amigo que, en los tiempos de penuria, hacía ejercicios respiratorios ante los escaparates de las pastelerías. Algo así me sucede con los escaparates de las librerías. También me atrae el olor a papel, cola y tinta impresa que emana de sus estanterías.
5. Teatro María Guerrero.Desde su gallinero pateé y abucheé a Pemán, aplaudí a Pirandello y, en su escenario, debuté como actor a los 17 años en El momento de tu vida, de William Saroyan. (Calle de Tamayo y Baus, 4)
6. Entre suspiro y suspiro. El mejor y más sofisticado restaurante mexicano de la ciudad, donde todavía perdura el influjo del genial pintor Alfredo Castañeda. (Caños del Peral, 3)
7. Museo Thyssen-Bornemisza. En este lugar hay alguien que parece haberse fugado del Prado, buscando escabullirse de la apabullante vecindad de El Bosco. Se llama Joachim Patinir [Bélgica 1480-1524] y me trae a la memoria aquello que dijo Mozart: “La verdadera música está entre las notas”. En este edificio se conserva un cuadro perdido que merecería ser coinvenientemente recuperado. Se titula Paisaje con el descanso en la huida a Egipto. (Paseo del Prado, 8).
8. La Taberna de Cascajares. Suelo tomar el aperitivo. Sus tapas dan al traste con mis propósitos dietéticos. No obstante, para preservar cierto saludable equilibrio, Ángel, el patrón, cosecha en persona los mejores tomates y César, Enrique y Jesús aportan su habitual buen talante. (Pl. Marina Española 2)
9. Paseo del Pintor Rosales. Camino a buen paso por el parque del Oeste, desde la zona de la Plaza de España hasta una escultura en bronce de Benlliure. A veces, interrumpo el paseo para ver jugar a la petanca o asomarme a la luz de los cielos de Madrid desde los 2.200 años del templo de Debod.
10. Plaza de Oriente. No voy a enumerar las maravillas de la más bella plaza de Madrid. Para protegerme de las piruetas de chicos sobre ruedas, me refugio en la barra del Café de Oriente y charlo con mi amigo Jesús Muñoz de cuando aquí vivían José Bergamín y Elías Querejeta. Al salir tengo la sensación de que, de un momento a otro, me los voy a encontrar.
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