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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Norteño de alma casi africana

José González, espigado e hirsuto como un Cat Stevens latino, tiene porte de cantautor clásico en el Greenwich Village

Emocionaba reencontrarse este miércoles con el cartel de “No hay entradas” en La Riviera, la cola estirándose hasta el final de la cuesta e incluso algún reventa pululando por si cuela, y que el responsable último de tanta expectación fuera un sueco de origen argentino, alma de trovador y nombre tan común que colapsa los buscadores informáticos. Un creador tan singular y ajeno a las concesiones que recibe a esas 1.800 almas con Afterglow,un tema en compás de siete por ocho, de esos que cuesta seguir con el pie, y con prácticamente toda la estructura sustentada en un solo acorde. Qué bueno que a veces acontezca alguno de estos fenómenos extraños, y qué pena no disponer de un recinto más confortable para haberlo disfrutado como una exquisitez así merecería.

José González, espigado e hirsuto como un Cat Stevens latino, tiene porte de cantautor clásico en el Greenwich Village, pero sus referencias apuntan manifiestamente hacia el Mar del Norte: al eterno Nick Drake y, por derivación, al también añorado John Martyn. A ninguno de los dos se les ha escuchado en demasía por aquí, pero González atrapó al gran público con el anuncio en que sonaba Heartbeats, un tema ajeno tan brillante que merecería ser propio. Sonó, igual que Crosses, en el consabido tramo central solista; un interludio breve y atinado para cotejar su extraordinaria solvencia guitarrística, esas cuerdas mordidas con fruición golosa.

Hay algo de magia envolvente en esa reiteración de frases y estructuras a la que se entrega González, una dulcificada evocación del trance que remite a la música ritual africana. Sucede así en Let It Carry You, uno de los estrenos de su flamante y esperadísimo Vestiges & Claws, y más aún en el caso de Killing For Love, que provoca en el público unas palmas similares a las de un concierto de Tinariwen. En realidad, este norteño rioplatense de alma casi africana acaba produciendo una fascinación absorta; tanto como para que se vieran espectadores que, a falta de butacas, le atendían acuclillados o abrazados a sus acompañantes. Será el espíritu generoso de Drake, el mismo que latía en esas congas que parecían prestadas de Cello Song.

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