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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las casas baratas de Horta

El barrio, construido durante la dictadura de Primo de Rivera, ha sobrevivido gracias a las movilización social

Marc Carrillo

Para los del barrio de toda la vida ese es su nombre. En la II República se denominó Giner de los Ríos. Durante la dictadura franquista fue el grupo de casas Ramón Albó y ahora Can Peguera. Hace unos días este diario publicó una información sobre las Casas Baratas de Horta, el único grupo de viviendas que queda en Barcelona de las construidas al final de la dictadura de Primo de Rivera, con ocasión de la Exposición Universal de 1929. Se trataba de alojar a la mano de obra que de toda España venía a trabajar a la ciudad de los prodigios y de reubicar a los chabolistas de Montjuïc, expulsados de la montaña con motivo del evento.

Ahora, el Ayuntamiento ha decidido salvar Can Peguera con una inversión de más de 12 millones de euros, para reformar las 657 viviendas que componen este grupo de modestas plantas bajas, de entre 43 y 69 metros cuadrados en el distrito de Nou Barris. La aprobación de un nuevo Plan General Metropolitano evita la demolición. Ojalá que sea así también después de las elecciones municipales.

La información partía de un hecho esencial en la historia del barrio: las Casas Baratas han sobrevivido gracias a la movilización vecinal, opuesta mayoritariamente a un derrocamiento que desde finales del franquismo ha planeado sobre estas viviendas, erigidas en su momento como una especie de ghetto alejado de la ciudad.

La Asociación de Vecinos de Can Peguera fue constituida, como tantas otras del decisivo movimiento vecinal de Barcelona, al amparo del resquicio legal que se intentaba extraer de la Ley de Asociaciones de 1964. Desde su creación fue un punto de referencia para la mejora de las condiciones de vida del barrio que las autoridades municipales de la dictadura, el inefable Porcioles y los que le siguieron, habían dejado al albur de su propia suerte. En realidad un infortunio, que una buena parte de los vecinos de la época, con su trabajo, esfuerzo y honradez cívica se encargaron de que fuese menos demoledor que la dejadez a la que la habían avocado los jerarcas de la época. Fueron aquellos vecinos los que en realidad dieron valor social a un barrio que ahora el Ayuntamiento decide salvar del derrocamiento.

Fueron aquellos vecinos los que en realidad dieron valor social a un barrio que ahora el Ayuntamiento decide salvar del derrocamiento

Algunos ejemplos de aquella suerte del barrio fueron los servicios públicos. Con ocasión de la gran nevada en diciembre de 1962, la calle Balmes de convirtió en una pista de esquí urbana para la gente bien de Barcelona. Pero en el Poble Espanyol, como les llamaban en Horta a los de las Casas Baratas, el peso de la nieve acumulada hasta su deshielo a finales de enero debilitó la consistencia de los techos de las casas: las goteras y el hundimiento de tejas eran habituales. La reparación sólo fue a costa del trabajo y los magros ahorros de aquellos vecinos que los tenían.

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Cuando iban a Barcelona —así se decía— la estación de metro más próxima, a finales de los cincuenta, estaba en la Sagrera. El tranvía 47, que tardó en aproximarse al barrio, estaba algo más cerca y paraba en el cruce de los paseos de Verdún y Pi Molist, justo en el lugar donde la policía comandada por los criminales hermanos Creix asesinaba una mañana de agosto de 1957 al anarquista Josep Lluís Faceries.

Cuando una mujer paría lo hacía en casa con la ayuda de una comadrona y del gran médico privado, el doctor Venanci Castellanos Ubach. Si la urgencia exigía ir al hospital —hasta 1955 no se inauguró el de la Vall d'Hebrón, la llamada Residencia con el nombre del general franquísimo— había que recurrir a un murciano digno y alegre, uno de los pocos taxistas del barrio, que llegó en 1939 huyendo de la represión en su pueblo.

Acabada la guerra e iniciada la venganza de los vencedores, al colegio del barrio lo rebautizaron como Ramiro de Maeztu, plagado de maestros de la Falange inspirados en la pedagogía del garrotazo y tente tieso y encabezados por el cura don Pedro, cuya siniestra figura dirigía cada mañana y cada tarde la subida y bajada de las banderas nacionales con el canto del Cara al sol. Y el orden público que impusieron los del paso alegre de la paz, tenía en las Casas Baratas un referente de infausta memoria: el cuartel de la Guardia Civil, en la falda de los pinos, que así se llamaba al hoy Parc del Turó de la Peira, donde los del tricornio decían aquello de “los vas probar todos”, refiriéndose a sus vergajos.

El resultado en Barcelona de las primeras elecciones democráticas de 1977 tras la dictadura, fue favorable a la izquierda gracias también a la labor constante de las asociaciones de vecinos que, como la de Can Peguera, lucharon por dignificar las condiciones de vida de los barrios al tiempo de reclamar amnistía, libertad y Estatut de autonomía. Que las Casas Baratas se salven de la piqueta ha de ser a condición de que los arreglos no se queden en un simple lifting.

(En memoria de Manolo Alarcón, el pianista de la calle Vilaseca que tocaba La Mer de Trenet).

Marc Carrillo es catedrático de Derecho Constitucional de la UPF

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