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Talentos en sintonía

Éxito en Barcelona, dentro del ciclo Ibercàmera, del último fenómeno ruso del piano, Daniil Trifonov, junto con el director alemán Clemens Schuldt

El pianista Daniil Trifonov, en pleno concierto.
El pianista Daniil Trifonov, en pleno concierto.

El prestigio de un ciclo de conciertos no depende solo de la fama de los intérpretes y orquestas que contrata. Las grandes estrellas son la guinda del pastel, pero sin margen para la sorpresa, sin apuestas novedosas, crece el riesgo de caer la rutina, aunque sea de lujo. Ibercamera combate bien ese peligro y, junto a sus artistas fetiche -Uchida, Pires, Gatti, Pollini, Gergiev- da la alternativa a los valores emergentes que llaman la atención en la escena internacional. A veces, por partida doble; quienes fueron el jueves al Auditori para asistir a la primera actuación con orquesta en Barcelona del último fenómeno ruso del piano, Daniil Trifonov, descubrieron en la misma velada a otro joven talento, el director de orquesta alemán Clemens Schuldt, al frente de la gran Philharmonia Orchestra.

DANIIL TRIFONOV

Philharmonia Orchestra. Daniil Trifonov, piano. Obras de Chopin y Beethoven. Director: Clemens Schuldt. Temporada Ibercamera. Auditori, Barcelona, 29 de enero

Pianista y también compositor, Daniil Trifonov (Nizhni Novgorod, 1991) causa sensación por donde pasa. Ha ganado los grandes concursos, los auditorios de lo disputan, Deutsche Grammophon grabó su primer disco en el Carnegie Hall de Nueva York. Pero lo mejor de todo es que, frente al virtuosismo de exhibición que practican las nuevas estrellas del teclado, Trifonov es un poeta del piano. Una rara avis en un mercado que valora más el ruido mediático que la esencia musical.

Asombró en su presentación en el Palau el pasado noviembre con un recital memorable, y ha vuelto a conquistar al público con una interpretación prodigiosa del Concierto núm. 2 de Chopin. Sin rastro de azúcar, explorando colores, matices dinámicos y acentos tan personales que nos hizo descubrir detalles nuevos -tiene un fraseo que es pura fantasía- en una partitura que creíamos conocer de memoria. Asombroso. Y lo hizo en plena sintonía con otro veinteañero de deslumbrante talento, Clemens Schuldt, que sacó petróleo allí donde la tradición nos dice que hay poca tela que cortar; la orquestación no fue el punto fuerte de Chopin, y menos comparado con su genio pianístico, pero Schuldt hizo saltar chispas en pasajes donde otros directores dormitan.

Si llamó la atención el poderío sonoro y el juego en las dinámicas de la obertura Coriolano que abrió la velada, Schuldt y esa máquina orquestal de lujo que es la Philharmonia londinense se entregaron a fondo en la Sinfonía núm 3, Heroica: Beethoven sonaba con la fuerza de un titán, una explosión de energía rítmica, lirismo y hondura musical. Lo dicho, un talento al que conviene seguir los pasos. La velada, en memoria de Lorin Maazel, se cerró con una de sus propinas favoritas, el Vals triste, de Sibelius. Una gozada.

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