Un hombre feliz
El saxofonista y flautista Jorge Pardo arrasa entre las multitudes
Era algo digno de verse: Jorge Pardo, la camisa azul a lunares negros, medio sentado de aquella manera tan suya sobre el taburete de barra americana, la flauta apoyada sobre la rodilla, unas palmas aquí, un “¡ole!” allá… como si estuviera en el salón de su casa, sólo que no era el salón de su casa, sino el Auditorio Nacional de Príncipe de Vergara, su sala de cámara, por donde han pasado unos cuantos ilustres de la cosa clásica: un respeto. Pues como si tal cosa. Para Pardo, tan importante fue el concierto del viernes con toda su pompa y su circunstancia, como el que acaba de dar en el garito de la esquina para los cuatro gatos que aún respiran mientras el ciudadano de pro sueña con los angelitos; acaso ese sea, y no otro, el secreto de su éxito.
La cosa, que la mera presencia del saxofonista y flautista arrastra multitudes, y si no, véase a los que, minutos antes del evento, andaban picoteando por los alrededores como alma en pena mendigando una entrada, por caridad. De más está decir que se quedaron con las ganas.
El espectáculo, o como quiera llamársele, llevaba el nombre de su protagonista, y el del disco que anda presentando por media España: Huellas. Con esto que se trataba de la puesta en escena del álbum homónimo, hasta donde algo así es posible, que no hay auditorio bastante para acoger al medio centenar largo de intérpretes que acompañan al madrileño en el disco. Tampoco es que se les echara mucho de menos. A quien más, a quien menos, nos bastó con los allí presentes: Josemi Carmona, a la guitarra; Javier Colina, un titán, al contrabajo; Enrique Rodríguez, Enriquito, a la trompeta, y Marc Miralta y Bandolero, a la marimba y la batería, respectivamente. Casi nada.
¿El concierto?: bien, gracias. De aperitivo, una ración de Falla, El amor brujo a flauta sola. Para quien suscribe, lo mejor de la noche a no dudarlo. Y lo que siguió: las alegrías a La Perla de Cádiz cantadas en su día por Camarón, en arreglo para conjunto de flamenco-jazz (no contenidas en Huellas); un Zapatito en versión parsimoniosa y altamente emotiva, seguida por la infaltable Puerta del Sol expresso, otra de las muchas joyas que esconde el repertorio jorgepardiano. De postre, la guinda: De Sanlúcar a Mojácar… total, nada que no hayamos escuchado antes. Sí, pero no. Jorge Pardo puede resultar predecible en la medida en que todos los grandes músicos de jazz, pero no sólo ellos, lo son. Como ellos, tiene su forma de decir las cosas, que es suya y sólo suya, y esa manera de llegarnos al corazón así se echa la flauta o el tenor a la boca para ponerle el broche a una bulería, pongo por caso. Además, tiene un último disco, Historias de Radha y Krishna, que no se parece a nada de lo que ha hecho hasta ahora. ¿Quién dijo predecible?
Lo mejor de Jorge, para servidor, es que no aspira a ser otro que quien es. Y, como tal, se comporta. Hay en él un desparpajo, un dejarse ir, que tiene mucho que ver con ese duende que cuida de los elegidos por las musas del flamenco. Uno veía a Jorge Pardo ayer viernes en el Auditorio, y estaba viendo a un hombre feliz. Uno entre un millón.
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