El enésimo escándalo
El mundillo melómano de Valencia está que arde. La intendente del Palau de les Arts Reina Sofía, la poderosa Helga Schmidt, tiene un pie en la calle
El mundillo melómano de Valencia está que arde. La intendente del Palau de les Arts Reina Sofía, la poderosa Helga Schmidt, tiene un pie en la calle. Ya solo se negocian los términos y plazos de su partida, de todo punto irreversible después de las trapacerías económicas y administrativas que han salpicado su autoritario mandato y que, debido a su gravedad, se han propuesto a la consideración de la Fiscalía Anticorrupción por si se hubiese conculcado el Código Penal. En todo caso estamos ante el final de una etapa que, como ya viene siendo la impronta de los gobiernos del PP, concluye salpicada por el escándalo, el enésimo, pero no el último, probablemente.
Al margen de lo que puedan decir los tribunales u oficialmente se concuerde, las causas de este desenlace han sido la codicia y la soberbia. Lo primero porque, si bien al decir de los entendidos, la retribución de esta señora era inferior a la de sus colegas del mismo nivel profesional, lo cierto es que el sueldo se redondea con sustanciosos incentivos o subsidios para gastos de estancia, viajes con caché de realeza, coche de alta gama, chofer y algún viático más. Un pastón, vaya. Pero al parecer no era suficiente y de ahí que fletase un par de empresas para percibir comisiones o “mordidas” del 10 al 30 % sobre patrocinios (aportaciones financieras privadas y públicas), contrataciones artísticas y otras varias, como publicidad y servicios, asociando en el negocio a su propio hijo. Una actividad que antes desarrollaban los funcionarios como parte de su cometido. Por cierto, ¿qué demonios hacía mezclado en estos enredos el presidente del Consell Juridic Consultiu, Vicente Garrido? La sospecha le sigue como su propia sombra.
Y soberbia. La marcha de doña Helga no será llorada por el personal laboral del Palau. La acritud, autoritarismo e incluso maltrato con el que esta austriaca tenía amedrentada a la plantilla acaso explique en parte el silencio de la misma en torno a las irregularidades que la dirección cometía. Súmense a ello las cláusulas de confidencialidad que se imponían, muy en sintonía con la opacidad que han venido practicando las administraciones peperas. Han tenido que pasar muchos años y coacciones para que, según el diario El Mundo, un antiguo empleado alumbrase el llamado “Informe Diógenes” que ha sacudido la poltrona de la intendente y movilizado a la Generalitat.
Una cuestión espera todavía su respuesta: ¿de dónde ha dimanado el poder de esta dama? Porque lo ha tenido y quien lo ha desafiado ha perecido, como la consejera Lola Johnson, que perdió su cargo cuando intentó apartarla. Aseguran que era tutelada por la señora que presta su real nombre al Palau y también se dice que era avalada por una completísima agenda que la conecta personalmente con las principales figuras y formaciones del universo musical. Un argumento que pudo seguramente seducir al presidente Francisco Camps y su caterva de catetos, pero que un eminente melómano ha impugnado con el dicho amb diners, torrons, esto es, con los presupuestos que se han tenido y las fabulosas minutas que se han pagado no hay puerta que se cierre o teléfono que no responda.
En una democracia más sana las Cortes ya habrían articulado una comisión investigadora para depurar las posibles responsabilidades políticas de este episodio con trazas de saqueo. Como mucho, la oposición preguntará por qué no se ha destituido a la presunta. Y quedará sin respuesta. Como siempre.
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