El problema es la movilidad social
Vivimos el regreso del peso de la herencia económica, cultural y familiar que determina la trayectoria vital
Hace unos días, la revista The New Statesman (newstatesman.com) afirmaba que el problema del 2015 en Gran Bretaña no será, como enfatiza el partido UKIP, la inmigración, sino la falta de perspectivas de ascenso social y de calidad de vida de la gran mayoría de los británicos. Los datos que se aportan en el texto pueden resultar familiares: sólo el 7% de los británicos estudian en colegios privados, pero entre ellos están el 33% de los parlamentarios, el 71% de los magistrados o el 44% de las personas más ricas del país en la lista que publica Sunday Times; los graduados en Oxford o Cambridge son solo el 1% de la población, pero entre ellos encontramos el 60% de los ministros, el 75% de los magistrados o el 47% de los columnistas de periódicos. Se habla también de un informe reciente de la London School of Economics en el que se pone de relieve el peso de la herencia y la estirpe para conseguir plaza en Oxford y así mantener privilegios. Todo ello ni es inevitable ni tampoco accidental. Lo que se constata es que la dirección política del país en los últimos tiempos, fuera conservadora o laborista, ha consentido el aumento de las desigualdades en bienestar y calidad de vida, y su inacción ha ido llevando a la muerte lenta de uno de los estandartes de la sociedad democrática contemporánea: la movilidad social. El semanario concluye que “ese debería ser el escándalo político real en 2015, y no el número de rumanos que viven en el piso de al lado”.
Las cosas no son muy distintas por aquí. Los trabajos de Xavier Martínez Celorrio publicados en el Informe 2012 de la Fundación Encuentro o en el Anuari de l'Educació 2013 de la Fundació Bofill, apuntan a conclusiones parecidas. Después de un periodo prometedor en las dos últimas décadas, se ha ido produciendo una pérdida de capacidad de ascenso social y deterioro de la lógica meritocrática, junto con recuperación de los tradicionales parámetros de capital cultural y familiar para explicar itinerarios y resultados educativos. El viernes leyó su tesis doctoral en la UAB, Sheila González, dedicada a las redes de amistad del alumnado extranjero en los institutos de secundaria, y en ella se constata que no es tanto la condición de inmigrantes de los alumnos lo que explicaría su mayor o menor capacidad de progreso educativo, como el factor de clase social y el capital cultural de los padres los que acaban explicando éxitos y fracasos.
La democracia no es solo régimen o forma de gobierno, es también capacidad cívica de intervenir y un modelo de sociedad
El cambio de época en el que estamos inmersos, las opciones políticas tomadas y sus grandes efectos en la estructura laboral y salarial, ha ido cerrando la posibilidad de mantener lógicas de ascenso y progreso social no tan solo por las rigideces que un sistema educativo reproductor de desigualdades genera, sino por el regreso del peso de la herencia (económica, cultural, familiar, relacional) en determinar las trayectorias vitales de la gente. Recuperamos rigidez clasista y cierre social. Perdemos movilidad y fluidez social. Desde las instituciones puedes tratar de revertir esos procesos o contribuir a que ello sea así (como hacen PP y CiU con sus políticas educativas). En Cataluña, de hecho y tal como señalan los estudios mencionados, entre el 2005 y el 2012 el peso de la tasa de herencia o de inmovilidad se ha reforzado y se ha frenado la tasa de ascenso social. El ascensor social se ha bloqueado hacia arriba y sigue bajando.
¿Qué nos dice todo ello? Pues que tenemos un problema que no es periférico. Es un tema central de la concepción democrática contemporánea, donde confluyen las historias de la libertad, de la emancipación y de la autonomía. La democracia no es solo régimen o forma de gobierno, es también capacidad cívica de intervenir y un modelo de sociedad que sitúa a la justicia social y a la igualdad más allá de la importante pero insuficiente garantía de derechos. Recordemos que las bases constitucionales en que se apoya Europa parten de la idea que los poderes públicos removerán los obstáculos que impiden que la libertad y la igualdad sean efectivas (art.9.2 CE). Estamos regresando a estructuras sociales en las que la herencia resulta determinante y consagra (definitivamente) la posición social, y ello es absolutamente contradictorio con la idea democrática de sociedad abierta. ¿Cómo construimos el común si no creamos espacios comunes de participación, de interrelación, de circulación? (Rosanvallon). Es ese común lo que nos permite establecer reglas de reciprocidad, de solidaridad que son imposibles cuando los tradicionalmente privilegiados ven con temor y miedo a los que cada vez ven más lejos la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida.
La ruptura de la reciprocidad es el motor de la desconfianza social. Sin posibilidad de que todos puedan llegar a criterios vitales de dignidad, resulta muy difícil construir sentido de pertenencia. Resulta muy difícil construir democracia.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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