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Un editor europeo llamado Vallcorba

La Fundación Sánchez Ruipérez y Casa del Lector de Madrid rinden tributo al fundador de Acantilado y Quaderns Crema

Carles Geli
Jaume Vallcorba, en 1999, cuando creó el sello editorial Acantilado.
Jaume Vallcorba, en 1999, cuando creó el sello editorial Acantilado.carles ribas

Ahí estaba el trajeado Robert Lowell, con sus gafas de carey, encajando en pleno recital el ruidoso boicot de Allen Ginsberg y sus muchachos de la Beat Generation, pertrechados incluso, dice la leyenda, con un niño de pecho al que hacía horas no daban de comer para que lo denunciara con su estridente lloro. Nueva York, principios de los años 70. “Sí, lo recuerdo, yo estaba allí”, atajaba el editor Jaume Vallcorba cuando se citaba el episodio. “Lo más chocante es que en esa época era un contracultural que a su vez era profesor universitario de literatura medieval”, contrapone siempre uno de sus escritores-emblema, Quim Monzó. Quizá esa dualidad, fruto de su omnívora pasión por la cultura, explique que editara no ya solo en catalán el difícil Morts per la Unió, de Lowell, sino que entre Quaderns Crema y Acantilado su catálogo abarcara desde la Heráldica catalana (por más que fuera del sabio Martín de Riquer) a buena parte de la obra del preNobel Imre Kertész. Una faceta de publicista europeo y universal que pocas veces se recuerda de la labor del editor catalán, fallecido el pasado 23 de agosto.

“Supo aliar, no sé cómo, una inmensa erudición, personal y universitaria, a un sentido de los negocios y a una voluntad de hacer partícipes a todos sus gustos y sus elecciones. ¿Cuántas lenguas hablaba? Al menos cinco. Fue, de hecho, por su cultura, voluntad y humanismo, el prototipo de editor europeo”, le define el francés Paul Otchakovsky-Laurens, amigo y responsable del tan minúsculo como selecto sello Editions P.O.L.

Su erudición y cosmovisión parecen ser la clave de ese catálogo el que casi 8 de cada 10 títulos en Acantilado y el 70% de los de la catalana Quaderns Crema son nombres extranjeros. Y, por ello, extrapolables a cualquier país occidental. “Es un caso muy raro de nuestro tiempo”, rememora otro de sus amigos, el italiano Roberto Calasso desde su despacho de Adelphi. “Demostró ser un gran editor en poquísimos años; nuestra complicidad fue rápida, hasta fulmínea; a mí me recordaba a un Privatgelehrte de la época de Nietzsche, alguien que aún se atrevía a hablar de ‘nosotros los filólogos’; que hubiera tenido que lidiar con la Chanson de Roland antes que con el mundo de la edición ya era una excelente premisa”.

Por descontando que Vallcorba editó la Chanson de Roland en un estudio suyo, gran experto como era en trovadores, tanto que llegó a disertar sobre ellos en el corazón mismo de la orgullosa patria de esos poetas: en febrero de 2012 impartió dos conferencias en el prestigioso College de France. “Fueron excepcionales, es muy extraño que un editor extranjero sea invitado a ello”, aún recuerda hoy Dominique Bourgois, de la no menos exquisita Christian Bourgois Éditeur.

Buscó un catálogo con el halo cultural del Carlomagno que‘cosió’ el continente

“Era un intelectual, más con un pie y medio fuera de Cataluña y España que aquí y, sobre todo, un europeísta convencido, tipo Carlomagno, con ese espíritu universal y transversal que le hacía decir que quería reproducir en su catálogo esa esencia que llevó a que un autor ruso escribiera en francés y entendiera perfectamente las cuitas de Shakespeare”, sintetiza Sandra Ollo, viuda de Vallcorba y hoy al frente de sus dos editoriales, ese halo que, como el del gran emperador medieval, asentó las bases de la Europa occidental cosiendo el dominio carolingio a partir de la cultura, la religión y el arte.

Amén de infinitas lecturas ya en su etapa de profesor universitario en Burdeos o sus viajes contraculturales de los 70, Vallcorba alimentó su espíritu también en los pasillos de la Feria del Libro de Fráncfort, donde debutó en 1980, un año después de haber creado Quaderns Crema, y en cuyo están no se le encontraba nunca: estaba dando vueltas entre los de lengua alemana (Hanser, Suhrkamp, Diogenes), los franceses (Gallimard, P.O.L., Bourgois…) y la Adelphi de Calasso. Casi nunca en el área de norteamericanos y anglosajones, huyendo siempre de la moda. “Recuerdo sus visitas a nuestro estand, donde miraba muy atento lo que publicábamos, con codicia y gran elegancia”, asegura Dominique Bourgois. “Me sorprendió que nunca rechazara un encuentro conmigo a pesar de la diferencia de tamaño de nuestros sellos a su favor”, admite Otchakovsky-Laurens, que copiaría de su catálogo, “su diversidad, su universalidad, reflejo de su curiosidad incansable”. “Sus refinadas selecciones le hicieron formar parte de un club muy restringido de grandes contrabandistas de la cultura y del placer de la lectura en Europa”, sentencia la editora francesa.

¿Pero de dónde conseguía Vallcorba el material para ser uno de los grandes contrabandistas culturales europeos? El editor catalán casi nunca hacía con los títulos o los autores intercambio de cromos con sus colegas internacionales. Tampoco nunca trabajó con los famosos scouts (rastreadores de las tendencias, autores y manuscritos, a sueldo de las editoriales). ¿Entonces? “Lo que siempre ha tenido esta casa y tenía Vallcorba eran amigos, con los que mantenía largas conversaciones y de las que salían cosas; muy a menudo teníamos a gente culturalmente muy diversa cenando en casa. De los libros salen libros”, acota Ollo. Así, gente tan dispar en su catálogo como Robert Coover o Slawomir Mrozek llegaron de la recomendación del propio Monzó. Al preguntarle a su autor ucraniano Yuri Andrujovich para quién hacía cola una inmensa cantidad de gente y decirle aquél que era para Andrzej Stasiuk, el primero le presentó al polaco, se hicieron amigos y compartieron sello (y hasta libro, Mi Europa) en Acantilado. Algo parecido hizo Adam Zagajewski con su colega polaco Andrzej Szczeklik, médico autor del exquisito ensayo Catarsis. Iba tejiendo una gran tela de araña literaria.

“Era de los grandes ‘contrabandistas’ de la cultura”, le define la editora francesa Dominique Bourgois

La otra gran fuente de Vallacorba eran las lecturas. “Casi todas las tardes se encerraba cuatro o cinco horas a leer, incluso domingos”. Originales y libros foráneos, sí, pero también muchísima prensa extranjera, especialmente centroeuropea, suiza y alemana: Vallcorba hablaba, en realidad, siete lenguas, entre ellas, con gran dominio, el alemán. “Hasta de la faja de un libro donde otro autor elogiaba ese volumen hacía engarces”, desvela Ollo.

Los autores centroeuropeos y del Este --“decía que tenían un talento distinto, que explicaban cosas nuevas con una voz muy distinta a los del oeste”—y las Memorias de ultratumba, de Chateaubriand –“le estimulaba intelectualmente la mala fortuna, el maltrato y el punto reaccionario de la obra”, apunta Ollo, eran sus debilidades en un catálogo formado por unos libros que, bromeaba, “de noche, se mueven por los estantes de casa y dialogan entre ellos, por la mañana los hallo en lugares distintos”.

Ausiàs March, Chesterton, Simenon, el Sueño de Polífilo, impreso por su ídolo el humanista tipógrafo veneciano del XV Aldo Manuzio, editor de su coetáneo Erasmo de Rotterdam… Todo cabía en la casa editorial de Vallcorba. “Esa gran cultura le hacía fácil aspirar a algo que hoy pocos pueden conseguir: ser un verdadero editor europeo”, sostiene Calasso, que recuerda que le encantaba, mientras leía, oír música. “Amaba a Bach y le gustaba Rachmáninov”. Eso Barroco y clasicismo del XIX, exquisitos consagrados y exquisitos malditos. Puro Vallcorba.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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