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Un Madrid analógico

Un puñado de comercios dedicados a máquinas de escribir, carretes fotográficos o vinilos sobreviven en un mundo entregado a lo digital

Alan Photostudio, tienda especializada en fotografía analógica.
Alan Photostudio, tienda especializada en fotografía analógica.Jaime Villanueva

Hace tres años Bill Gates, cofundador de Microsoft, gurú y artífice indiscutible de la era digital, declaraba al diario británico Daily Mail que prefería un libro en papel a uno electrónico. Alegaba argumentos como el tacto, el olor, la sensación única de estar tocando una obra. El mundo analógico sigue teniendo, y ganando, adeptos frente a los píxeles, los ceros y unos. Probablemente por criterios más puramente románticos que prácticos. Varias tiendas de Madrid se aplican el cuento.

“Hay escritores que vienen, maduros y jóvenes, que no quieren renunciar al tac, tac, tac de las teclas, ni al clinc del carrete cuando llega al final y deben desplazarlo a la izquierda para volver a empezar, una y otra vez”.

Antonio García, a sus 47 años, sabe que su tienda minúscula en las inmediaciones de la estación de Atocha es de los pocos reductos que todavía exponen máquinas de escribir en su escaparate. Y que las venden. “Hay quienes quieren sentirse como Heminghway frente a un folio en blanco, y eso no lo da el ordenador; también personas de más edad que no están dispuestas a aprender a estas alturas cómo funciona un editor digital de textos”.

Su negocio no vive de vender la vetusta herramienta de escritor, también se dedican al mantenimiento y venta de impresoras. “Yo disfruto más cuando tengo que reparar una máquina de escribir. No basta con sustituir una pieza y ya está, como sucede con cualquier aparato moderno; hay que ajustar y afinar, tiene mucho que ver con el oficio de relojero”, asegura García.

“El cerebro no está hecho de píxeles”, afirma Alan Prodanov, búlgaro sexagenario que instaló su estudio de fotografía en Madrid hace 15 años, oficio en el que lleva más de medio siglo tras recoger el testigo de su padre y su abuelo. Montó, además, una tienda cerca de Gran Vía dedicada a cámaras analógicas, de carrete, y se centra sobre todo en la fotografía instantánea de las Polaroid.

Las baldas del local están pobladas de cámaras de esta firma, actuales y de décadas pretéritas, con diseños tan improbables como algunos con forro en piel de leopardo. Todas se venden, o bien se alquilan por semanas… O se prestan. Su hija Nina, de 25 años, no tiene dudas de que el encanto de lo analógico no tiene en absoluto los días contados. “La media de tiempo que dedicamos a cada cliente que viene está entre los 15 minutos y la hora y media. Muchos vienen a consultar, a compartir, a hablar de cámaras, de películas, de negativos, de ampliadoras, a compartir experiencias… A veces solo se llevan un carrete, pero eso es suficiente para nosotros. No es tanto vender como ser un lugar de encuentro para gente que ama la fotografía de toda la vida”. No renuncian a las nuevas tecnologías. Venden un aparatoque se puede acoplar a un iPhone de manera que las fotografías del teléfono se plasman en papel de Polaroid. “El caso es poder tocar el resultado, que sea físico”, afirma Nina convencida.

Un trabajador de Maquinas Montilla arregla una máquina de escribir.
Un trabajador de Maquinas Montilla arregla una máquina de escribir.Jaime Villanueva

“Y que pese en las manos”, añade José Rico. Fundador del sello de música electrónica Downbeat es socio, junto a Alfonso Pomeda, de 40, de la tienda de discos Is the Place, en un piso de Gran Vía. Apenas llevan un año, y cuando la montaron lo tenían claro: solo vinilos, gruesos y de calidad. “Los archivos digitales de mp3 nunca sonarán igual; eso lo saben los dj y quienes realmente valoran la música”, pontifica convencido entre las cajas de fruta que presiden el local, repletas de discos estuchados en llamativas carátulas de lo más estéticas. En la era de reproductores online como Spotify, con los que uno puede acceder a golpe de clic a la canción más ignota en fracciones de segundo, ellos apuestan decididamente por lo físico.

Subarriendan parte del piso con Andrés Noarbe, que tocó en Aviador Dro y regenta en el espacio colindante la tienda Rotor, con más de 30 años a sus espaldas. También apuesta por los vinilos, de los que asegura, “se vive un auge indiscutible”, pero añade a su oferta un producto inesperado: el casete. “Algunas discográficas, aún bastante underground, empiezan a meterlos en sus catálogos. Muchos clientes me los compran, sabiendo que vienen con un enlace para bajarse el disco de internet. Aun así se llevan la cinta, aunque ni siquiera tengan en casa un reproductor de casete y quede recluido de por vida en una estantería, solo por la sensación de tenerlo”, asegura Noarbe, y añade: “El sonido analógico nunca será igual”.

Direcciones físicas

Para escritores nostálgicos: Máquinas de Escribir Montilla (Calle Narciso Serra 12)

Vinilos y casetes en Gran Vía: Space is the Place y Rotor. (Gran Vía, 40, 6º). Electrónica, funk y mucha Motown añeja, de la que se toca

Libros para vivirlos: Tres Rosas Amarillas. (Calle Espíritu Santo, 12). Desplegables, troquelados, praxinoscopios… Libros que se disfrutan sin leerlos

Guitarras que se tocan, no se emulan: Headbangers (La Palma 73)

Fotografías con máxima definición: Zoom Edition (Calle Pez, 1)

Renace la fiebre Polaroid: Alan Photostudio (Barquillo, 10)

Lo mismo opina Rafael Domínguez, que a sus 37 años regenta la tienda Headbanger en la calle La Palma, dedicada casi exclusivamente a guitarras eléctricas de buenas añadas. “Es algo muy americano que queríamos trasladar aquí: instrumentos cuya calidad se cifra en gran parte por el año en que fueron fabricados. Lo vimos en un viaje a Nueva York, que era lo más habitual en las tiendas de música, y trajimos esa forma de entender el instrumento. No vendemos modelos recién lanzados, y por supuesto nada que huela a digital”, asevera.

En una época en la que cualquiera puede emular cualquier sonido de guitarra con solo pulsar la tecla de un sintetizador digital, ellos apuestan por lo analógico: “Vendemos también amplificadores y pedales de efectos, siempre de válvulas o de transistores, o hechos a mano; lo analógico siempre sacará un sonido particular e irreemplazable”, afirma Domínguez.

Irreemplazables son las fotografías en formato gigante (100 centímetros cuadrados) que venden en Zoom Edition Fotogallery, en la Calle del Pez. “La gente puede bajarse fotos de internet e imprimírselas ellos mismos, pero cuando los clientes las ven en formato físico, con este tamaño y esta presentación, es cuando alucinan de verdad”, asegura Víctor de Vega, que levantó el local hace apenas un año con su hermano David. Ofrecen fotografías de autores españoles en formatos “pensando en la pared donde se va a colocar”, como ellos mismos afirman. “A veces es el propio fotógrafo el que alucina cuando ve su propia obra a este tamaño, porque está acostumbrado a ver sus instantáneas en la pantalla de su ordenador”, añade.

Algo parecido le pasa a David Pereira, de 51 años y casi una década como librero, cuando la gente entra en su tienda Tres Rosas Amarillas de Malasaña. Vende libros, pero no tanto de leer como de admirar: desplegables, troquelados, teatros a escala de cartón y papel, y hasta praxinoscopios. “Es otra forma diferente de entender la narrativa”, asegura mientras abre un libraco de La Guerra de las Galaxias y emergen sendas versiones de cartón de Luke Skywalker y Darth Vader enfrentadas con espadas láser iluminadas con pila de botón. “Es cuando la gente lo ve y lo toca cuando aprecia su valor. Eso no lo da lo digital”, sentencia.

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