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Trapío negro con alma de soul

El vitalismo de Sharon Jones se impuso a sus propias canciones en un Palau repleto

Sharon Jones en plena actuación.
Sharon Jones en plena actuación.

Lo hemos visto tantas veces que hasta parece que forma parte de nosotros. Un plano aéreo sobre Harlem, con los edificios de ladrillo, pandillas de chavales en las esquinas soplándose las manos en un día de invierno que ha depositado nieve sobre las escaleras que descienden de las puertas hasta las aceras, donde tras las bombas de incendios se aparcan coches rectangulares de ángulos vivos. Son los años sesenta o setenta, nos lo dicen los coches y que los chavales no llevan capuchas. Como banda sonora suena el James Brown más fiero. Mil veces visto, más de cien soñado y parte de nuestra memoria cultural, casi más nítida y unida a Nueva York que a Solsona, pongamos por caso.

Cambio de plano: la misma banda sonora suena en el Palau de la Música cuarenta años más tarde. La canta una mujer menuda, polvorilla en el escenario, por el que se mueve sin elegancia pero con trapío, salerosa y estimulante, agitando el cuerpo como si estuviese acalambrada, resollando como un atleta recién concluido el esfuerzo y explicando con todo ello que llegó a la vida a combatir, a sobrevivir, a irradiar vitalismo y a vencer obstáculos. Los tiene. Es mujer y nunca ha sido guapa, lo cual penaliza en el mundo del espectáculo si, como es el caso, la voz no es extraordinaria sino “simplemente” buena. De hecho, muchas mujeres negras cantan como ella. Encima es bajita, bastante bajita, tanto que incluso antes de salir ya se percibía por la escasa altura a la que estaba regulado el pie del micrófono. Ella es así, y siendo así ha logrado eco gracias al revival del soul y funk clásico, estilos en los que Sharon Jones convierte la estampa sepia de Harlem en un ejercicio de estilo que engarza con el gusto contemporáneo. El soul, que parecía enterrado por el rhythm and soul de las divas satinadas que se antojan recién salidas de un calendario Pirelli, revive gracias a mujeres como ella, una Lola Flores negra.

Y lo hace gracias a músicos blancos, los Dap Kings, su banda, los son en su mayoría, como blancos son la nueva sensación soulera, St. Paul & The Broken Bones, el ya instalado Eli Paperboy Reed o la ya desaparecida Amy Winehouse. Y su público, al menos en España y, particularmente en Catalunya, es un público intergeneracional en el que conviven treintañeros vestidos como si viviesen en 1976 y señores que eran quinceañeros en 1976. Una deliciosa mezcla también con post adolescentes que han escuchado los discos de sus padres y con señoras de collares en cuellos bien, damas con licencia para despeinarse al menos una noche en su vida. Y escogieron a Sharon Jones para hacerlo. Porque ¡qué demonios!, podían pensar algunas, es como nosotras, una mujer por la que ningún hombre giraría la cabeza por la calle, no tanto por fea, sino porque muchos hombres son, en realidad, estúpidos que solo saben ver un par de cosas.

El concierto: un derroche muy controlado de energía, pues a partir de cierta edad se sabe que es finita. Comienza el grupo con un instrumental y verborrea del presentador. Luego salen las coristas, mujeres de aspecto aplastante y racial. Cantan dos canciones y más verborrea tombolera de presentador. El show sobrepasa los veinte minutos y la estrella aún no ha hecho acto de presencia, todo y que el público, que ya había disfrutado del concierto antes de que comenzase, estaba en pie. Sale Sharon, vestido ajustado brillante, tacones, cortos pero tacones, brazos descubiertos y voz agresiva de corte clásico. Griterío y rendición. La platea bulle y los anfiteatros tiemblan. Un señor que ha pagado palco se queja para sí mismo pues dos niñas se han puesto en pie ante sus narices. No ve ni castaña y ha pagado por ver el cielo. Ansía por una balada, a ver si las mozas se sientan. Llega. Se llama If you call y el hombre respira. No lo podrá hacer muchas veces, Sharon vive más en el grito que en el murmullo. Se mantendrá hora y pico en escena, con el esfuerzo medido con recursos de gato viejo tales como hacer subir público al escenario cada dos por tres, bailando entre el mismo, como hizo en el bis, tal y como si ella no fuese distinta de ellos, camuflada casi entre sus propios seguidores. Gata vieja Sharon, una superviviente que se ha superpuesto a muchos noes. Ella es siempre sí.

Su repertorio apenas abordó versiones (I Heard It Through The Grapevine), un recurso que la anclaría a un pasado brillante. Ella, y más tras su cáncer, superado porque sí, porque debió ningunear su tumor como el show bussines la ninguneó antes a ella, es hoy, es presente. Sí, hay evocación a un sonido de época, soul furioso y despeinado, pero en cierto modo hay muchos artistas que también son de época. Ella no podría ni sabría disfrazarse, a ella le gusta el soul clásico y por razones que no vienen al caso el soul clásico está de vuelta. El reloj ha dado su hora. Sharon no la deja pasar. Y ya llena un Palau de la Música. Y solo los que fueron a ver otra cosa salieron defraudados. Debieron ser pocos. Sharon Jones es lo mejor que Sharon Jones puede ofrecer.

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