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ROCK | The Magic Numbers

La serena madurez

Los hermanos Stodart y Gannon entregan con ‘Alias’ un impecable catálogo de géneros adultos

The Magic Numbers el pasado sábado en la sala Shoko.
The Magic Numbers el pasado sábado en la sala Shoko.

Han perdido predicamento The Magic Numbers con sus dos últimos álbumes respecto a los dos primeros, cuando eran unas máquinas perfectas en el arte de perpetrar estribillos. Sin embargo, es probable que tanto The runaway como el muy reciente Alias (que centró la comparecencia, este sábado en la Shoko, de la doble pareja de hermanos) envejezcan más lozanos y con más poso que sus antecesores. Puede que no haya grandes sencillos en sus surcos, lo que amortigua el fervor del público. Pero sí grandes canciones. Y ese constituye el mejor de los botines.

La sala de la calle Toledo solo alcanzó la media entrada, pero los hermanos Stodart y los Gannon entregaron dos horas bien cumplidas de complicidad con el auditorio y música exquisitamente elaborada. Romeo Stodart ejerce de líder risueño y bonachón, pero su voz limpia y emotiva es un activo seguro. Con la ventaja adicional de que puede ceder en cualquier momento el testigo a las dos féminas que le escoltan. Angela Gannon recordaba a Bonnie Raitt en la contrita Black rose y testimonió su devoción por Stevie Nicks cuando Take a chance derivó en una lectura de Rhiannon. Y Michele Stodart hace las veces de lideresa alternativa: ocurrente siempre en sus líneas de bajo, dueña de un envidiable desparpajo escénico y más que apreciable como vocalista, hasta el punto de que Will you wait? traía a la memoria a una luminaria del country-folk estadounidense como Suzzy Roche.

Los Numbers alborotaron al público con el recuerdo de sus años más bullangueros, los de Forever lost o la casi garajera Love me like you. Pero lo mejor de la noche fue acreditar la capacidad del cuarteto para catalogar los diferentes lenguajes del pop-rock adulto. La extensa pieza inaugural, Wake up, tenía algo de rock sinfónico ligero con sus cambios de orientación y ritmo; Roy Orbison evoca, claro, aquella elegancia insuperable de los sesenta; E.N.D. y Why did you call? son travesuras pop con trasfondo bailongo, y The pulse parece escrita después de varias escuchas del Abbey Road. Y así hasta llegar a la fantástica A shot in the dark, tan yanqui como si la hubiera concebido Tom Petty y con Romeo gustándose en su faceta más guitarrera.

Acababa el cuarteto su gira europea y no escatimó en esfuerzos, sudor ni sonrisas. La suya es ahora mismo una madurez serena, sustancial, gozosa. Tanto como la versión final de Harvest moon, de Neil Young, junto a sus amigos de Goldheart Assembly, que habían ejercido de teloneros. Romeo soplaba los versos a la audiencia para que toda la sala cantase al alimón: una bonita manera de que la hermandad rebasara los límites del escenario.

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