Fieles al canon
El cuarteto de Toronto, con sus dos cantantes y vestimentas blancas, ofrece un repertorio correcto pero sin aristas ni elementos que los diferencien de otros
En el concurrido universo del country alternativo, cualquier detalle puede servir para distinguirse de los vecinos. Elliott Brood provienen de Toronto, lo que no constituye una gran singularidad, y disponen de dos cantantes que se reparten la tarea con salomónica eficacia. Así las cosas, su característica más peculiar se reduce a un guiño de vestuario: todos visten de blanco, uno de ellos con pajarita, otro con visera y tirantes y un tercero, orgulloso dueño de unas luengas barbas de chivo. Mala cosa cuando los elementos más memorables del cuarteto provienen del armario y no del repertorio, pero los canadienses no tendrán queja: más de 150 personas casi llenaron la Boite para impregnarse de los aromas vaqueros de su cuarto disco, Work and love.
El punto de partida se antoja intachable. Los chicos parecen alumnos lejanos de Neil Young que por el camino se han ido encontrando con los magisterios de Whiskeytown o Uncle Tupelo. Constituyen un plan agradable para sacar melenas y barbas al fresco un lunes por la noche: la sala era una divertida exaltación del hombre hirsuto. Pero se muestran siempre tan fieles al canon que la capacidad de sorpresa tiende a cero. Existen algunas piezas de original desarrollo en dos tiempos, como The bridge, mientras que el repiqueteo del banjo adorna Northern air de un empuje bailarín, pastoril e indiscutiblemente feliz. En el resto, el sollozo del pedal steel es tan perseverante que no sirve como rica pincelada campestre, sino como machacona obsesión.
En cuanto a los jefes de filas, ni Mark Sasso (el de la pajarita) ni Casey Laforet (el hombre descalzo) apuestan por voces aseadas o académicas. La del primero parece inmersa en un curioso debate entre la afonía y la tesitura de tenor, mientras que al segundo le falta personalidad. Y a veces confunden el desaliño con la mala afinación. Que no es lo mismo.
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