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pop | Kylie Minogue
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La eterna pizpireta

La australiana resulta más creíble como la chica angelical de sus inicios que en su faceta más insinuante, lo que la convierte en una Madonna sin chispa

La australiana Kylie Minogue durante su concierto anoche en el Palacio de los Deportes.
La australiana Kylie Minogue durante su concierto anoche en el Palacio de los Deportes.SANTI BURGOS

A Kylie Minogue se le podrán discutir muchas cosas, pero no el inagotable espíritu jovial. Tras 46 primaveras, una docena de álbumes, un cuarto de siglo en la carretera y una convalecencia peliaguda, la australiana emergió anoche radiante sobre un sofá con forma de morritos, bailó y cantó durante dos horas cumplidas, repartió bendiciones entusiastas (“qué bien que haya cámaras, cuando sea viejita me acordaré de vosotros”) y hasta concedió un selfie a un simpático barbudo que vivió su minuto de gloria sobre el escenario. Otra cosa, por supuesto, es que lo sucedido en el Palacio de los Deportes mantuviera algún interés musical. Sobre todo, porque cuesta hablar de un concierto cuando los instrumentistas son diminutos entes agazapados en los extremos de las tablas.

Hay otros factores con los que entretenerse, desde el agotador despliegue de trajes de nuestra protagonista a las piernas casi infinitas de sus bailarinas, pasando por la compleja disyuntiva entre el rubiales y el negrazo que la cortejan junto a la bañera en I should be so lucky: a ninguno de los dos se los encontrará usted, desengáñese, en la piscina de su urba’ Y así, entre bailes insaciables y sonrisas perennes (porque las pantallas gigantes no permiten bajar la guardia), Kylie se las apaña para seducir a 10.000 almas con un espectáculo que parece de Madonna, pero en versión low cost.

Hay madonnismo a raudales en Wow’ y puede que la mejor canción de la noche, la muy electrónica Slow’ parezca un descarte de Ray of light reelaborado por Depeche Mode. Pero Minogue conserva, a diferencia de la ambición rubia, esa pátina de candidez que la acompaña desde el primer día, cuando la creíamos novia angelical de aquel rubito blandurrio llamado Jason Donovan. Luego supimos de sus escarceos con el malogrado Michael Hutchence (INXS), un hombretón más generoso en testosterona, pero a la lectura que ayer hizo de Need you tonight’le faltaba ardor, voluptuosidad y calambre por todas partes. Aunque en ese momento luciese viserita policial.

El resbalón también resulta clamoroso en la fase disco-funk’ con un Step back in time que no pasa del pastiche descolorido e insípido de aquella música negra que partía la pana a finales de los setenta. Lo de Your disco needs you no tiene nombre: sería descalificada en Eurovisión de puro hortera. Solo al final, Love at first sight se erige como un himno euforizante, incluso desde su irrelevancia.

Debemos convenir, pues, en que la incombustible Kylie solo resulta singular cuando ejerce como esa eterna pizpireta que luce faldita o una pluma roja coronándole la cabeza. Hace falta valor para reivindicar a estas alturas a Stock, Aitken y Waterman, sobre todo porque ya hemos agotado todos los chistes y memes’con Rick Astley, pero nuestra dama de las antípodas tuvo las santas narices de llenarnos el escenario de corazoncitos y paños rosas durante 15 minutos. Un anacrónico disparate, sí. Porque para disparates contemporáneos ya tenemos Beautiful, una balada tan estomagante que solo se puede perpetrar con traje de novia.

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