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La evolución del hombre hasta Messi

El Museo del Traje acoge una retrospectiva de la moda masculina de dos décadas

Carmen Mañana
El traje que llevó Messi para recoger el Balón de Oro en 2013.
El traje que llevó Messi para recoger el Balón de Oro en 2013.CARLOS ROSILLO

De seda y lunares. Ahí está, recibiendo sin preámbulo alguno al visitante que se interna en la exposición Man in progress (Hombre en progreso, en inglés), que acoge hasta el 3 de noviembre el Museo del Traje. Imposible apartar la vista. El diseño de Dolce&Gabbana que Lionel Messi escogió para recibir su cuarto Balón de Oro en 2013 se ha convertido en el protagonista inevitable de la muestra.

Como reconoce uno de sus comisarios, José Luis Díez, la pieza cumple dos funciones. La primera, despertar la curiosidad del público. La segunda, ejemplificar la evolución sufrida por la moda masculina durante las dos últimas décadas. Un objetivo que es, a su vez, la finalidad última de esta retrospectiva orquestada para celebrar el 20º aniversario de la edición española de la revista masculina GQ. “Después de ese traje de topos, del que todo el mundo se reía, se empezó a hablar por primera vez de las marcas que vestían a cada deportista en las entregas de galardones, como si se tratara de una alfombra roja. Ese traje tan criticado fue el que consiguió que en los diarios y medios deportivos se comenzase a hablar de moda”, argumenta Díez, responsable de este proyecto junto a Marta Blanco, presidenta de la Asociación de amigos del Museo del Traje.

El atuendo de Messi representa, además, la confirmación de una tendencia que nació en el 1994, el año del que parte la exposición y en el que se acuñó el término metrosexual. En palabras de Díez, “fue en esta época, cuando los deportistas de élite, los gladiadores del siglo XXI, los machos alfa por excelencia, comenzaron —el británico David Beckham a la cabeza— a ir de comprar, a cuidarse, a reivindicar su derecho a la moda”. Una prerrogativa a la que el hombre renunció en el siglo XIX con la llegada de la Revolución Industrial y el asentamiento de la burguesía. Entonces, preocuparse por la imagen pasó a ser una atribución exclusivamente femenina y no hacerlo, un signo de virilidad. “Hay algunos momentos excepcionales, como los años setenta con el movimiento hippy, en los que en la moda masculina surge una reflexión más arriesgada. Pero este sector ha evolucionado más en los últimos 20 años que durante los 200 anteriores”, asegura el comisario.

Las cuatro salas que componen la muestra pretenden ser un resumen de este proceso. El punto de partida lo marca una vitrina que condensa “la esencia de lo cool en los noventa”: unos pantalones Dockers, una camisa de Polo Ralph Lauren, unos zapatos Pelotas de Camper, y el perfume CK One, de Calvin Klein. El final del viaje, una selección de piezas que hablan de la conquista de la excentricidad: desde un conjunto de bermuda y chaqueta elaborado íntegramente en pitón por el diseñador español Exteberría hasta una suerte abrigo-pompón rojo de los británicos Sibling.

Entre medias, una clásica gabardina de Burberry, una falda para el hombre de Jean Paul Gaultier o una camisa de papel de Hugo Boss. “No se ha producido una transformación sino una apertura. Junto al hombre clásico, heredero del siglo XIX, que sigue vigente nos encontramos con otros más atrevidos, experimentales o deportivos”, explica Díez.

Una buena metáfora de esta nueva horquilla de la masculinidad es la zona dedicada a los zapatos. En ella comparten espacio unos oxford de Church's, la mítica firma británica fundada en 1675; unos mocasines de Tod's; un par con cordones y clavos firmados por Prada; y unos slippers completamente cubiertos de tachuelas de Christian Louboutin.

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Cuatro modelos que encarnan las distintas tendencias que han ido imperando en el calzado formal a lo largo de estas dos décadas, y que conviven perfectamente en el mercado actual. Incluso dentro de un mismo armario.

El hombre no solo ha sido, según apunta Díez, el gran olvidado por la industria textil, sino también por las exposiciones dedicadas a este sector. Quizá por eso, algunos de los diseñadores internacionales más influyentes se han involucrado en la búsqueda, selección y cesión de piezas para la muestra madrileña. Desde Domenico Dolce a Tom Browne. “La gente de Adidas se pasó un mes buscando por medio mundo un ejemplar del chándal de torero creado para ellos por Jeremy Scott”, recuerda el conservador.

También coleccionistas nacionales, como Felipe Salgado, han prestado parte de sus fondos.

Aunque se trata de prendas relevantes, el hecho de que sean contemporáneas les resta la espectacularidad y el romanticismo del vestuario histórico. Sin embargo, en Man in progress también hay sitio para los mitómanos y amantes de la iconografía.

Junto al archifamoso traje de Messi, esperan impertérritos el esmoquin de Tom Ford que Daniel Creig lució como James Bond en Quantum of Solance; un sombrero de Boy George diseñado por Philip Treacey; y los zapatos de Salvatore Ferragamo que calzó Andy Warhol en la década de los sesenta. Sí, se salen de la línea temporal que analiza la exposición, pero conservan aún pintura verde y blanca sobre el cuero marrón. Al fin y al cabo, ¿no es uno el revival una de las constantes de nuestra era?

Man in Progress. Gratis. Museo del Traje de Madrid

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