Aborto: un equívoco que se deshace
La retirada del proyecto Gallardón puede tener consecuencias políticas y graves
Como ya he escrito otras veces la cuestión del aborto se aborda mayoritariamente como una cuestión moral. En cuanto tal el posicionamiento sobre la materia es no coincidente con las divisorias políticas, y, en especial, es transversal a las mismas en los que a los dos grandes partidos afecta, por eso en ellos opera como una cuestión divisiva, como se vio en su día al debatirse la “Ley Aído” en vigor y se ha confirmado en el caso del naufragio del “proyecto Gallardón”. En estas condiciones no debe extrañar que se trate de una materia cuya capacidad de decantar intenciones de voto sea muy baja, por eso cuando a principio de año se planteó la ofensiva del PSOE en la materia y entre los parlamentarios conservadores se extendió el temor a que esa iniciativa propiciara la recuperación socialista, escribí que esa era en un caso un temor, y en el otro una esperanza vana. El resultado de las europeas me dio la razón.
Si las cosas son así ¿porqué el fracaso del “proyecto Gallardón” está levantando las ampollas políticas que está produciendo? Si no me equivoco una parte de la explicación se debe a cuestiones de estructura social, de clase para ser exactos, otra parte, sin embargo, tiene que ver con la configuración del PP. Veamos.
Como expresión que es de una determinada corriente feminista (la “perspectiva de género”) la “ley Aído” es consecuencia de la influencia de aquella en el seno del Partido Socialista, lo que resulta funcional cuando, y en la medida en que, la formación socialdemócrata sigue el modelo blairista y busca establecer en el centro de su proyecto las políticas propias del conflicto de valores en detrimento (a veces en sustitución) de las propias del primado del trabajo que constituyen su razón de existir. Si se tiene la curiosidad (por definición malvada) de buscar donde están los apoyos sociales de las posiciones feministas sobre el aborto las cosas aparecen claras: el discurso de la “perspectiva de género” es asunto de mujeres de clase media, porque es un asunto de personas de clase media. Solo escapan a esa descripción las mujeres que se inscriben en el grupo “obreros no cualificados”, si se tiene en cuenta que algo más de los tres cuartos de las mujeres que abortan son trabajadoras por cuenta ajena o en paro, cuyo compañero esta en igual situación, y que cuatro de cada diez son inmigrantes, cuando las mujeres inmigrantes apenas llegan al diez por ciento de la población femenina, las cosas aparecen claras: las mujeres de clase media alta ponen el discurso, las otras las intervenciones. Como los miembros de la “clase política” proceden desproporcionadamente de la clase media o alta, y lo mismo sucede con los líderes de opinión, nada de extraño resulta que su percepción de la importancia política de la cuestión aparezca sesgada a favor de la importancia política y electoral de la materia misma. Percepción que los hechos no confirman, aunque los debates sí lo hagan. Vistas así las cosas el señor Rajoy ha venido a cometer un error político especular del cometido en el primer trimestre por la señora Valenciano, si ésta agitó el tema del aborto para recuperar votos y espacio político, el señor Rajoy cede a la presión de sus barones, que temen, con razón, un mal resultado en las autonómicas y municipales del próximo año. Si la señora Valenciano erró, como acreditan los resultados del pasado mayo, no parece osado anotar que algo semejante le espera al señor Rajoy en las del próximo.
Lo dicho no significa que la retirada del proyecto Gallardón no pueda tener consecuencias políticas, al contrario, puede tenerlas y graves, si bien estas poco tienen que ver con las manifestaciones del pasado domingo. Al menos desde la conversión de AP en el PP, y claramente desde las legislativas de 1993 que abren el período del bipartidismo, el PP ha sido el receptor de apoyo de una parte considerable de los católicos militantes, apoyo este que ha crecido a lo largo de la pasada década como reacción a la importancia creciente que el conflicto de valores reviste en los posicionamientos de la izquierda parlamentaria, y , en especial, del PSOE. Durante no menos de tres lustros ha funcionado un potente equívoco: que el PP es un partido si no confesional , si una formación política alineada con los planteamientos morales del catolicismo y, por ello, estrechamente asociada a la jerarquía católica (que en su mayoría aceptaba ese presupuesto). Que el PP se opusiera a la “ley Aído” (de facto diseñada para arrinconar y aislar al PP), que la recurriera, y que llevara su derogación en el programa electoral parecía avalar el equívoco en cuestión. La retirada del “proyecto Gallardón “por razón de la oposición interna, en contradicción con los antecedentes viene a probar que el juicio del PP como “partido católico” era erróneo.
En realidad el PP no es partido nacido para defender los intereses morales y materiales de la Iglesia Católica, no es un partido “de defensa de la religión”, y en su honor hay que decir que nunca ha pretendido serlo. El PP es un partido nacido del conflicto de clase, ese que Podemos dice ha periclitado, es un partido conservador y “burgués”, por ello opuesto al partido socialdemócrata, es un partido “del orden establecido” en el que, a diferencia de lo que sucede en los casos del PSOE o de IU, hay una apreciación positiva de la desigualdad. Ciertamente el PP es más próximo al clero que los demás, pero lo es por la misma razón por la que es proclive al anglicanismo el Partido Conservador inglés: porque forma parte del orden establecido que se pretende mantener por considerarlo deseable. Ahora bien, si el PP se enfrenta a un conflicto de intereses entre los propios de la moral católica y los sociales que defiende, o mas simple aún, si la defensa de la moral católica es percibida como negativa, bien sea para los intereses electorales, bien sea para sostener la cohesión interna, la defensa de la moral debe ceder. Y entonces se entiende bien la retirada del “proyecto Gallardón” (un mal menor a juicio de la jerarquía). El equivoco que ha vinculado durante mucho tiempo al militantismo católico con el PP se acaba de romper. El tiempo dirá si el militantismo católico da o no el paso que la jerarquía accedió a no dar en 1978: la creación de un partido democristiano. No está de mas recordar que casi el once por ciento de los votantes fieles del PP se reconocen como democristianos (el 10,9 en julio para ser exactos), lo que implica que si se creare un partido democristiano, necesariamente modesto, cuanto menos en principio, la condición del PP como partido de vocación mayoritaria se evaporaría.
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