Gocémonos en el museo
Salen del armario en el MNAC obras nunca vistas; pintura y escultura dialogan con la foto, el cine, el cartel y el diseño
En la danza de días importantes que vivimos, un toque de trompeta para este 24 de septiembre y la nueva presentación del arte moderno en el MNAC ampliada y reordenada. Más de un titular ha hablado de “revolución”, palabra fogosa que se aplica mejor a otros asuntos de la cosa pública y que, acaso precisamente por eso mismo, por la revolución democrática de la que se reclaman tanto Omnium como Guanyem (y mucha más gente en estos días importantes), se usa por contagio para el museo de Montjuïc. Es un gran cambio, desde luego. De bellos resultados, mucho. Pero si es una revolución, es la de el seny i la rauxa: salgamos del armario, enseñemos lo que hasta ahora estaba escondido por un extraño pudor, gocémonos, seamos sensatos y gocemos.
He tenido que dejar pasar unos días para comprender el cambio en el MNAC, que en un primer momento me pareció, simplemente, y es mucho, una puesta al día que ya estaba tardando demasiado. Una modernización, vaya. La colección se ordena ahora por temas, algo que Londres empezó hace casi dos décadas y luego han seguido los mejores museos. Que los nuestros no lo practiquen demasiado solo quiere decir eso, que no nos preocupa demasiado qué dice el arte sobre nosotros.
Salí el otro día del MNAC celebrando pues que por fin esa enorme colección, que abarca el siglo XIX y el primer tercio del XX, se había puesto al día. Comenté a mi entusiasmado acompañante que tal vez lo más interesante del nuevo recorrido es que por fin nuestro complejo y sutil arte moderno ha encontrado su lugar junto al románico y el gótico. Y que el relato que ahora se nos propone solventa con soltura ciertos vacíos y se beneficia de la existencia de los museos Picasso y Dalí y de las fundaciones de Miró y Tàpies, firmas poco presentes en el MNAC. Así, en el colofón final, sobresalen las obras de Sucre, Cuixart y Ponç, artistas a los que Tàpies suele oscurecer.
El conjunto da así la vuelta al hecho irreductible de que ninguno de nuestros artistas internacionales ha tenido nunca cabida en el Museu Nacional d'Art de Catalunya. Abierto en 1929, un museo histórico no compraba entonces arte moderno. Durante el franquismo, qué decir. Y son tan caros. De Picasso no posee nada (lo que hay es una dación temporal), ni de Miró (el gran mural cerámico que ahora dialoga con las esculturas de Viladomat ha llegado hace muy poco), de Dalí tiene dos cuadros de 1929 y de Tàpies, nada (lo poco que hay ahora proviene del Macba). Pero, desde luego, a nadie hacen sombra aquí. Al contrario, dejan que brillen los buenos y los menos buenos, la única manera tal vez de comprender el arte de un lugar, que no es cuestión de cánones y jerarquías sino una relación de sensibilidades y propuestas.
La colección se ordena ahora por temas, algo que Londres empezó hace casi dos décadas y luego han seguido los mejores museos
Van pasando los días y lo que me pareció un relato brillante va adquiriendo densidad. Por fin un museo para pasarse horas y horas. Para volver a ver una sala o dos. Las pintoras lucen en el gran río de obras: el autorretrato de Lluïsa Vidal, la pintora modernista postergada hasta hace bien poco; la niña oscura de Ángeles Santos; las figuras y colores de Olga Sacharoff; el retrato alegórico de una para mi desconocida Edith Starkie Rackham, y esa reaparecida llamada Méla Mutermilch, que inauguró hace un siglo en la calle Portaferrissa la sala de exposiciones de Josep Dalmau, al que retrató, y que luego en Girona fue aglutinadora de tantos (Manolo Hugué, Xavier Montsalvatge, Celso Lagar) y finalmente apartada, hasta ahora.
Pepe Serra y Juanjo Lahuerta, que han reordenado todo esto, saben que sin el arte de las mujeres no hay propiamente modernidad. Y ahí las tenemos (lo que no podrá decirse de la próxima exposición temática que anuncia el MNAC que relaciona el barroco con las vanguardias: con una sola artista, naif y espiritista, o sea bruja, vaya por dios).
Y lucen las artes aplicadas y la fotografía, el diseño, la publicidad y el cine, junto a la pintura y la escultura. Si exponer por temas permite rescatar obras más allá del canon oficial, el diálogo visual desde la aparición de la fotografía acerca el arte al espectador de una manera casi táctil, lo envuelve. Artistas olvidados y obras arrinconadas emergen, como las geometrías pintadas de Pere Daura, o el retrato de la escritora Colette y ese otro que firma Edward Munch, o esa película de Llobet-Gràcia. Por no hablar de los dibujos de guerra del reportero Pellicer en el XIX, del arte que se hizo durante la Guerra Civil, marginado hasta ahora. O esas fotografías eróticas, porno, hoy tan incorrectas, que dan ganas de aplaudir por la irreverencia de exponerlas. Qué atrevimiento. El cuerpo de la mujer, el cuerpo del hombre: dibujos. La alegría de los murales de Xavier Nogué y la versatilidad inventiva de Torres-Garcia, que en el mismo año es expresionista, noucentista y vanguardista.
Todo está por ver. Vayan con tiempo y vuelvan, es nuestro Prado y nuestro Louvre. Su equipo quiere acometer pronto una nueva presentación del románico y del gótico, y entonces el goce será tan intenso que…
Mercè Ibarz, escritora y profesora de la UPF
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