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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vuelve Cohn-Bendit

La escasa enjundia del líder del mayo parisino quedó de manifiesto en aquel Congreso de Intelectuales 'Anticomunistas' que montó Ricardo Muñoz Suay

Tampoco está tan lejos el mayo parisino de 1968 como para no percibir algunas semejanzas con lo que ocurre ahora en ciertos lugares. Una protesta en principio estudiantil que encontró en una sociedad pasmada el medio de cultivo apropiado para el asombro pronto reconvertido en algunas molestias de poco volumen para un general De Gaulle que pronto regresó como vencedor de esa contienda de repostería. Aquel ensayo de una revolución imposible contó con el apoyo de una colección de eslóganes dignos de un Woody Allen en horas bajas, más o menos surrealistas y siempre asumibles sin problemas por los poderes de siempre, como aquélla que afirmaba nada menos que debajo del asfalto estaba la playa, y que lo mismo tenía una motivación tan remota, todavía no obediente a las disciplinas del ecologismo, como innecesaria, pues ya me explicarán qué habría ocurrido si de pronto de las alcantarillas parisinas empieza a brotar a borbotones el agua salada de los mares subyacentes, por no mencionar la payasada de un emblema como “Prohibido prohibir” que arrancaba de entrada con una prohibición taxativa. Prohibido prohibir ¿qué? ¿También los abusos sexuales, la corrupción, la explotación de los inmigrantes, las señales de tráfico, los horrores de la vida carcelaria…? En fin. Nuestro gran emblema local Joan Fuster escribió sobre todo aquello que al fin y al cabo solo se contaron tres muertos en aquellas algaradas, menos –dijo- que en cualquier fin de semana de tráfico intenso. Ahí el salero interpretativo del sabio au de là, que probablemente desconocía las hazañas que Jordi Pujol era capaz de emprender. El escepticismo como pose oscila entre no saber nada y hacer como que no se sabe lo que se calla.

También Cohn-Bendit fue eurodiputado tras pasar muchas penalidades políticas, entre ellas que los comunistas no lo podían ni ver, y no como aquí, donde Cayo Lara no se deja encandilar por profetas protestones; otra cosa habría sido con Julio Anguita, en los gloriosos tiempos de la pinza con Pedro J. Ramirez contra Felipe González. Para los valencianos, la escasa enjundia del líder del mayo parisino quedó de manifiesto en aquel Congreso de Intelectuales Anticomunistas que montó Ricardo Muñoz Suay (con Joan Álvarez como encargado del buffet) donde la intervención del ya un tanto ajado líder resultó algo fantasmática, por no mencionar a un Vargas Llosa riendo a carcajadas mientras aplaudía con fervor algunas intervenciones a la vez que pateaba como un simio mecánico de feria, o a un Jorge Semprún muy embroncado desprendiéndose de la chaqueta para enfrentarse como un hombre a alguno de los pobres cubanitos invitados. Como es lógico, García Márquez, que era la gran apuesta de Muñoz Suay, se negó a presidir semejante aquelarre. Aquello, en realidad, parecía una celebración joseantoniana, antes de que el tal José Antonio se prestara a ser manipulado por el generalísimo.

Resulta curioso, pero algo de eso es lo que está ocurriendo con Podemos, salvando todas las distancias, que son muchas y muy diversas. De momento, no es un partido sino una marca, y ya se sabe lo que pasa con las marcas: olas que van y vienen.

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