Las lágrimas de Esperanza Fernández
Con invitadas de lujo, la cantaora de Triana triunfó en El Alcázar
Esperanza Fernández. De lo jondo y verdadero. Voz: Esperanza Fernández. Dirección musical, arreglos y guitarra: Miguel Ángel Cortés. Percusión y palmas: Jorge Pérez El cubano y José Fernández. Coros y palmas: Los Mellis. Artistas invitadas: Ana Morales (Baile) y Rocío Márquez (Cante)
Real Alcázar, 20 de septiembre de 2014
Cuando, concluido el espectáculo, interpretó el himno de su etnia, Gelem, Gelem, a la cantaora le pudo la emoción, pero aguantó el tipo mientras las lágrimas surcaban su rostro moreno. Habían sido muchos los aplausos, un millar de personas en pie, pero uno interpreta que en esa emoción se contenían más cosas. Estaba la presencia de su familia, por supuesto, pero también la tensión contenida que se desata tras un trabajo en el que la de Triana había expuesto y se había obligado con un repertorio exigente y, en ocasiones, poco afín a sus cualidades o a la herencia que reivindicó. Esperanza es una artista inquieta que se busca y aborda proyectos que trascienden ese legado (ahí esta su reciente y arriesgada labor sobre la poesía de José Saramago). Cuenta para ello con una voz redonda, dúctil y con capacidad de adaptación, cualidades que la acompañaron por el cancionero elegido en la noche de ayer con mayor o menor fortuna.
Cada vez más hay que agradecer la presentación de lo que, en principio, son recitales de cante y que se ofrecen con cualidades de espectáculo cuidado. La conjunción de los tres elementos del flamenco (cante, toque y baile), el mimo en su disposición y, por qué obviarlo, el bello entorno del Patio de la Montería, procuraron momentos de gran belleza. Fue al principio de la función, con la petenera que compartieron Márquez y Fernández para el baile de Ana Morales. La cantaora explicaría que era un homenaje a su padre y a la bailaora Manuela Vargas, a quien él le cantaba esa misma letra. Esta vez, era otro el tiempo y otras las protagonistas, y el estilo se revisitó con frescura y una elegancia digna de la dedicatoria.
La elección de las dos artistas invitadas se convirtió en uno de los ejes del trabajo. Esperanza quiso contraponer su voz con la de Rocío Márquez y ahí también arriesgó. Las dos tienen registros agudos, pero la segunda se mueve mejor en el terreno de melódico y en los estilos dulzones, tal como se pudo comprobar en la milonga y la guajira que igualmente compartieron. Con la presencia de Ana Morales, por otra parte, el espectáculo no hizo más que ganar y, tras la petenera, volvería en la serrana que remataría en tono abandolao. Fue uno de los momentos centrales de la noche. Esperanza había abordado el cabal de Silverio interpretado como un martinete, para después acordarse de Tomás Pavón (Reniego yo...) y de Manuel Torre, caer en la serrana y la liviana y completar la tanda con el fandango del Albaicín. Antes, había ofrecido mariana y unos tangos que fueron de Granada a Extremadura. En la primera parte había dejado soleares de Triana que transitaría al terreno de la caña. También, y en ese grupo de estilos que no veíamos muy afín, se metió en los cantes de levante: murciana y cartagenera. Sin duda, luciría más en los finales de cada una de las partes. Alegrías con cambio a bulerías de Cádiz y bulerías con un inicial recuerdo a La Paquera.
Miguel Ángel Cortés, encargado de la dirección musical, es un guitarrista que no solo acompaña. Es de esos pocos que hace arreglos para cada cante mientras intercala auténticas composiciones de gran belleza. En algunos momentos, con las distintas tonalidades en escena, no fue fácil su trabajo, que él siempre resuelve con solvencia. Como lo hizo en la granaína, rica en trémolos, que interpretó en solitario. El resto del grupo acompañante estuvo en su sitio, con discretos y acertados coros, palmas y percusiones ajustadas a cada momento.
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