El último sarao del verano
La cuarta edición del festival urbano Dcode aspira a reunir a más de 18.000 jóvenes El cartel incluye nombres como Beck, Jake Bugg, Chvrches o Vetusta Morla
La inmensa mayoría de los autóctonos se refieren a él con todas las letras: "decode". Los guiris suelen decantarse por la pronunciación anglófona: "dícoud". Al margen de discrepancias fonéticas, a estas alturas ya parece claro que el festival DCode llegó a la ciudad para quedarse. La explanada de Cantarranas, en la Ciudad Universitaria, acoge mañana la cuarta edición de un evento que a lo largo de doce horas reunirá a más de 15.000 aficionados a la música en torno a sus tres escenarios. Serán 19 conciertos, 11 de ellos internacionales. 32.000 metros cuadrados habilitados para el disfrute y la expansión de decibelios, 2.000 más que en entregas anteriores. Y la casi completa certeza de que Madrid dispone, por fin, de un festival urbano y contemporáneo de pop, rock y electrónica.
No parece una pretensión impensable para una capital europea con más de cuatro millones de moradores, pero la relación entre esta ciudad y la música en vivo siempre ha sido entre compleja y traumática. El DCode ha conseguido al menos conciliar los intereses de la Universidad Complutense, el Ayuntamiento y la Comunidad, que brindan una tibia "colaboración institucional" ante la certeza de que unos conciertos en unas pistas de rugby de un campus académico no molestan a ningún vecino. "Deberíamos esperar más de nuestras instituciones", resume César Andión, jefe de prensa y márketing de Live Nation, el gigante multinacional organizador en colaboración con las empresas locales Planet Events y Soluciones Creativas. "El DCode coloca a Madrid en las agendas y las guías internacionales, constituye un atractivo adicional para vender esta ciudad maravillosa, pero no hay color entre el respaldo a la cultura de aquí y el que brindan a sus festivales los Gobiernos autonómicos de Cataluña, Galicia o el País Vasco", argumenta.
Como en su día le sucediera al Festimad (hoy circunscrito a salas de pequeño aforo), este DCode también ha tenido que emprender su singladura con el viento en contra, además de capeando los efectos devastadores de la crisis y del incremento del IVA cultural en aquel fatídico 1 de septiembre de 2012. En su exiguo historial, la gran fiesta madrileña de la música al aire libre ha debido reinventarse sucesivamente. Comenzó celebrándose durante dos días en junio (2011), se trasladó a septiembre (2012) y desde 2013 se conforma con una sola fecha en este último suspiro del verano. Mejor un cartel atractivo y reconcentrado que dos jornadas de contenidos dispares, razonan desde la organización. Y en tiempos de bolsillos desplumados, mejor ofertar una sola entrada en torno a los 55 euros que un abono más caro.
La expansión de fechas es un sueño recurrente de futuro, confiando en que volverán días más propicios para el rocanrol. La apuesta por septiembre frente a junio parece, en cambio, mucho más afianzada. "En julio y agosto esta ciudad está medio muerta, aunque no nos guste reconocerlo", asume Andión, "queremos convertir el DCode en la última gran fiesta del verano, en la oportunidad de exprimir todavía unas gotas de sol antes de volver a la rutina, la caída de las hojas y los abrigos". Con una previsión de entre los 18 y los 29 grados, la tarde noche se prevé más llevadera que aquellos 24 y 25 de junio de 2011: no se recuerda en Madrid concentración igual de chavales con el torso al aire, muchachas de camisetas empapadas y servicios auxiliares afanados en prevenir lipotimias a manguerazo limpio.
Patentada definitivamente la fórmula (últimos cartuchos estivales, entorno verde a diez minutos de Moncloa, público envidiablemente joven), falta ahora por comprobar la eficacia de este cuarto cartel en la historia del DCode. Las previsiones hablan de una afluencia entre 15.000 y 18.000 espectadores, una cifra muy respetable pero alejada de las 22.000 entradas que salieron a la venta. El año pasado sí se consiguió agotar los billetes, aunque a costa de vivir algunos momentos de aglomeración. En Live Nation se muestran rotundos: la "experiencia festivalera" será esta vez "más completa y potente". Habrá mayor holgura para los desplazamientos entre escenarios y más césped en el que solazarse a la hora de poner músculos y huesos en reposo.
Con los números en la mano, parece obvio que Franz Ferdinand y Vampire Weekend concitaron mayores adhesiones el año pasado que el del rubio californiano Beck, el nombre que en este 2014 figura con mayores alardes tipográficos en el cartel. Beck lleva seis años sin pisar Madrid y acredita desde el mítico Odelay (1996) el estatus de artista de culto, pero su visita coincide con uno de los discos más taciturnos de su trayectoria, Morning phase. "Ofrecerá una fiesta absolutamente bailable", objeta César Andión, buen conocedor del espectáculo lisérgico y fibroso del angelino sobre el escenario. "Beck Hansen figura entre los diez músicos más importantes de los noventa. Demostrará con creces que era una magnífica opción para el festival".
Beck presenta uno de los discos más taciturnos de su trayectoria
Otro de los atractivos innegables del menú pasa por el estreno español del jovencísimo Jake Bugg, un insolente niñato de Nottingham que, a sus 20 años, ya ha publicado dos discos de rock acelerado y a la vieja usanza. O la sugerente incógnita de Royal Blood, un dúo de Brighton en la estela de White Stripes que ha empezado a escalar las listas británicas. O el etnotecno euforizante de Bombay Bicycle Club, una formación con la que resulta difícil eludir el baile. O el fiero magnetismo de Anna Calvi, la hierática muchacha a la que Brian Eno apadrinó como "lo más grande desde Patti Smith". De la delegación española habrá que sondear a los más pipiolos (Belako, Perro, Sexy Zebras, Kitai) y salir de dudas con Russian Red, después de que el estreno primaveral de su último álbum bordeara el desastre. Vetusta Morla parecen una baza algo más que segura.
Todas las incógnitas (artísticas, organizativas y sensoriales) comenzarán a despejarse mañana a partir de las 16.10 horas, con música ininterrumpida hasta las 04.30 de la madrugada. Los campos de rugby se transformarán así en un microcosmos melómano del que son artífices unos 90 músicos y más de 300 trabajadores, entre organización, producción, restauración o seguridad. Escribir las palabras "festival", "rock" y "Madrid" en el mismo párrafo no sucede casi ningún día. El sábado 13, en los estertores del verano, constituirá una feliz excepción a la regla.
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