Bruce, Hollywood y rascacielos
Desde Ava Gardner y Sinatra hasta Josep Kennedy y Hemingway, la presencia estadounidense ha dejado su impronta en Madrid
De las influencias estadounidenses sobre Madrid, las de Hollywood y Nueva York han sido las más relevantes. Y ello porque sus dos influjos constituyeron, a partir de los años veinte, importantes acicates para la modernización de la vida madrileña, por proceder tan vigoroso empuje de un joven país como Estados Unidos, todavía no maleado en exceso por la Historia.
La Gran Vía tuvo en su origen la impronta de las avenidas neoyorquinas, rascacielos incluidos —edificio de Telefónica—, por su condición de escaparate comercial y pantalla cinematográfica. Los grandes carteles de las principales salas, hoy desaparecidas, brindaron durante décadas la evasión que emerge del celuloide.
Así, en sus mágicas cintas, estrellas de Hollywood signadas por cierta españolidad, como Ava Gardner, ocuparon buena parte el imaginario madrileño. La irrupción de la actriz, embutida en un vistoso rènard argentée —sin otro atuendo— en un hotel de San Lorenzo de El Escorial donde su novio, Frank Sinatra, allí hospedado, tocaba melancólicamente el piano aquejado de celos de ella; la súbita subida de ambos a los aposentos; y la partida del cantante italo-americano, a la mañana siguiente, con un ojo morado, fue la secuencia de un celebrado episodio de la memoria frívola capitalina, relatado en su día por el productor español más influyente en Hollywood, Enrique Herreros.
Aquel y otros hechos vinculados al cine entretuvieron la aburrida vida del Madrid franquista de los años cincuenta.
Fue entonces, precisamente, cuando la firma de los acuerdos militares y diplomáticos entre Franco y Eisenhower, en septiembre de 1953, trastocó la vida madrileña, por implicar la salida de España del aislamiento en el que la habían sepultado las concomitancias del régimen con Hitler y Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil. Para verificarlas, poco antes de terminar la contienda en España, Josep Kennedy —hermano mayor de quien llegaría años después a la presidencia de Estados Unidos, John F. Kennedy, hijos ambos del embajador norteamericano en Londres—, visitaría Madrid para informar a su padre desde el terreno sobre aquel panorama.
En 1959, el presidente Eisenhower llegó Madrid en loor de multitudes; su apodo, Ike, formado con las luces encendidas y alineadas del edificio de la Torre de Madrid, signaría la relevancia oficial de su visita. Otra cosa sería la gira a Madrid, en 1970, de Richard Nixon, ya involucrado hasta el tuétano en la guerra de Vietnam: fue recibido con una gran panfletada en su contra, lanzada por jóvenes de una célula estudiantil del PCE de la Facultad de Políticas, desde el ático del edificio de Galerías Preciados, en la plaza del Callao, que hoy ocupa la FNAC.
Tuvo Estados Unidos un centro cultural muy dinámico en los años setenta en las calles de San Bernardo-Magallanes, justo al lado de una hamburguesería donde se servía genuina comida estadounidense. Pionero de aquella gastronomía sería el Rancho Tejano, en la carretera de Barajas, con platillos altamente mexicanizados, si bien no faltaba en su menú el delicioso american pie, pastel del manzana que el cantante Don McLean universalizaría en aquellos trepidantes años. Tardaría aún cierto tiempo la consolidación del rock progresista estadounidense en Madrid, gracias al buen oficio de Bruce Springsteen y a su reiterada entrega a un público madrileño, que le profesa evidente devoción, tras sus actuaciones desde el cuidado césped del estadio Bernabéu. Por cierto, los campos de golf madrileños, desde El Escorial hasta el Club de Campo, han atraído a muchos aficionados estadounidenses, como Bing Crosby, mundialmente célebre por su canción Navidades blancas. Crosby falleció en Madrid en octubre de 1977 mientras jugaba golf en La Moraleja.
Entre el milieu turístico madrileño se comenta que el turista que más disfruta de su visita a Madrid suele ser el estadounidense.
Y ello pese al aserto del pionero de los visitantes, el escritor Ernest Hemingway, quien subrayó que, a primera visita, “la ciudad nunca gusta a casi nadie”, hasta que el recién llegado descubre los encantos capitalinos que Madrid atesora, de los que el escritor sería luego apologeta. Aquí residió muchas temporadas en los años 20 y 30 del siglo XX, Guerra Civil incluida.
La antigua huerta de Cánovas, un promontorio situado entre la Castellana y Serrano, donde se edificaría la Embajada de Estados Unidos en Madrid, perteneció al político de la restauración Antonio Cánovas del Castillo. Un conocido embajador estadounidense, Henry Cabot Lodge, descendía de un gran adversario de España durante la guerra de Cuba en 1898. Con codiciosas miras, precisamente, sobre la isla caribeña, un plenipotenciario estadounidense, Daniel Sickles, mantuvo un very wild affair con la reina Isabel II. Al saberlo su esposa, decidió iniciar un amantazgo con Phillip Barton Key, retado a duelo y muerto luego a manos del diplomático.
Madrid es hoy sede de un club de damas que se titula Hijas de la Revolución, en referencia a la gesta emancipadora de 1776. La calle de Isaac Peral acogió durante años un hospital anglo-estadounidense y Cuatro Caminos, una iglesia frecuentada por estadounidenses, que en los años cincuenta residieron en la zona alta de la Castellana, llamada entonces coloquialmente Korea.
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