La otra cara de Las Sabinas
Los vecinos del poblado, situado al pie del Guadarrama, en Móstoles, no quieren ser realojados
Local para la asociación de vecinos, capilla, (inaugurada por el obispo de la Diócesis de Getafe en 1994), mezquita, tendido eléctrico, teléfono, huertas, niños jugando por las calles... Los habitantes del asentamiento de Las Sabinas, en Móstoles, reniegan de los que califican a sus casas como infraviviendas o chabolas. “Nuestras casas no son ilegales, se encuentran en una situación irregular y hay que buscar una solución”, comenta Jacinto Soriano, presidente de la asociación de vecinos desde 2004.
Es la opinión que más se oye en el histórico asentamiento de Las Sabinas, ubicado al borde del cauce del Guadarrama y dentro del parque regional del curso medio del río, a la altura del kilómetro 25 de la autovía de Extremadura (A-5). Allí viven 252 familias, alrededor de 800 personas, según datos municipales. La mayor parte no quiere oír hablar del acuerdo al que llegó el Ayuntamiento con la Comunidad de Madrid en noviembre de 2013 para proceder al derribo del asentamiento y al realojo de los habitantes, que cumplan una serie de requisitos. “Muchos se quedarán fuera, habrá una criba”, opina Soriano.
Francisco Sánchez y su mujer Eugenia Avilés, él, cerrajero y ella, profesora ya jubilados, abren la puerta de su vivienda construida en ladrillo. Pequeña, muy pulcra y cuidada, salón, dos dormitorios, baño, cocina, un pequeño huerto, este año sin cultivar, dominado por una higuera y, al fondo, un gran taller. “Aquí hacía yo mis pequeños trabajos, siempre pensé que si venían malos tiempos, podría defenderme”, relata Francisco. La pareja conoció el paraje en 1971 al poco de casarse. “Por medio de un amigo”. Al principio solo iban los fines de semana, hasta que se quedaron. Una historia que se repite en un poblado cuyo origen se remonta a los años setenta del siglo pasado.
La calle principal del asentamiento, Esteban García, recuerda al fundador de Las Sabinas, un trabajador del ferrocarril que instaló una pequeña cabaña de paja en la que ofrecía aguardiente. Empezaron a surgir huertos y las chozas para los aperos de labranza se convirtiendo en humildes viviendas. Otros tiempos y otros paisajes. “Aunque ahora parezca mentira, de este río se sacaba arena para obras y aquí nos bañábamos”, rememora Soriano, que empezó a frecuentar la zona con 14 años y ya ha cumplido 66.
Los residentes no han pagado IBI, pero tienen cédulas de habitabilidad
Ernestina García, hija del fundador, sale del brazo de su nieta de una de las viviendas. Muestra fotografías de entonces, una de ellas en bañador y tocada por una gran pamela. “Hay que ver como pasa el tiempo”, suspira. Su nieta, Alejandra, de 26 años, no ha conocido la playa, ya desaparecida. Lleva en brazos a su hijo, bisnieto del fundador de Las Sabinas. Ernestina lo tiene claro: “Mi madre murió aquí y yo voy a morir aquí”. No puede volver a Madrid, allí ya no tiene casa. “Nací en la Puerta del Ángel, empezaron a vender los pisos, pero yo no podía comprar y me trasladé”.
En los primeros tiempos eran una gran familia. Soriano recuerda como los vecinos, armados con carburos o con linternas los más afortunados salían al río “a coger ranas y alguno conseguía algún pez”. El agua era cristalina y bebían agua de un manantial cercano. El paso del tiempo también ha traído algo bueno, las casas han mejorado, tienen calefacción y agua corriente.
En el año 1976 se formó la primera comunidad de vecinos, con el planeamiento del tendido eléctrico. “Las mejores se las debemos al alcalde de entonces de Móstoles, Bartolomé, que también nos permitió construir, pero solo de palabra”, describe Soriano. Le gustaba acercarse a la orilla del río a echar la partida. “Su mujer le preguntaba la razón por la que no teníamos luz y al final facilitó su instalación”. Los vecinos de Las Sabinas no han pagado nunca el IBI, pero muestran las cédulas de habitabilidad que obtuvieron al instalar la luz. “El tendido nos costó un millón de pesetas y luego lo cedimos a Iberdrola, porque si se producía alguna avería nosotros no podíamos hacernos cargo”, rememora Soriano.
También asfaltaron la calle, por donde suben y bajan vehículos de forma continua. Otro de sus grandes logros, fue conseguir la cabina telefónica, que ahora con los móviles ha perdido utilidad, pero que se mantiene inamovible en medio de la calle principal. Desde hace algunos años, el mantenimiento de las fachadas de las viviendas y de las calles se les ha complicado. “Te llaman la atención si ven que arreglamos algo, la calle sobre todo está muy mal”, advierten. En este aspecto, algunos vecinos, los más mayores, recuerdan como la policía pasaba e “incluso se sentaban a echar un cigarro o a tomar un vaso de agua”.
Uno de sus grandes logros fue conseguir una cabina telefónica
Por eso el exterior de las viviendas es engañoso. Una fachada sin ninguna pretensión e incluso algo cochambrosa puede dar paso a un cuidado interior, que asombra. La casa de la familia de Issam Il Aychi, marroquí de 20 años, que llegó a Las Salinas con ocho años, es una muestra. Un gran salón alfombrado, varias habitaciones, baño, cocina y un huerto rebosante de tomates, configuran su hogar. “Y aquí mi apartamento, que acabaré algún día”, sonríe mientras muestra una pequeña vivienda pegada al huerto. Tampoco se quieren ir. ¿Dónde van a estar mejor?, se preguntan.
Para el agua corriente, la mayoría de los vecinos han excavado pozos de sondeo. Soriano explica como él y otros siete vecinos solicitaron hace años permiso a la Confederación Hidrográfica del Tajo. “Nos lo dieron, tenemos un depósito a ras de tierra y una bomba”, explica. Llevan el a agua a analizar todos los años. “El Ayuntamiento ha enviado a inspectores de Sanidad, cuando pensaban que teníamos a las ratas de compañeras”, comenta.
En cuanto a las aguas negras, hay vecinos que tienen fosas sépticas que se limpian periódicamente. “Pero otros las echan directamente al arroyo”, reconoce Soriano. Un problema que, según Soriano, tendría fácil solución si el Ayuntamiento construyera una línea de saneamiento, porque hay una depuradora más arriba.
El asentamiento tiene los días contados
Al poblado de Las Sabinas no le queda mucho tiempo. La Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Móstoles (PP) llegaron a un acuerdo en noviembre de 2013 para el desmantelamiento del núcleo chabolista Río Guadarrama-Las Sabinas. El objetivo es concluir el realojamiento a finales de 2017. La inversión prevista es de ocho millones, que será cofinanciada al 50% entre las dos administraciones públicas.
El Instituto de Realojamiento e Integración Social (IRIS) ha destinado un grupo de cuatro trabajadores y educadores sociales para acometer el proceso de intervención social en el barrio y conocer las historias sociales de cada familia. En los meses transcurridos de 2014 se ha realizado un censo y se ha iniciado la petición de documentación, un paso imprescindible para verificar si se cumplen los requisitos del futuro realojo. Finalizados los trámites se derribarán las viviendas.
El portavoz del PSOE, David Lucas, también considera necesario que el núcleo se erradique, porque “no se entiende que en pleno siglo XXI existan zonas en Madrid en las que los ciudadanos vivan en condiciones tan lamentables”. Pero, al mismo tiempo, advierte que se debe garantizar que ninguna de las personas y familias que habitan en Las Sabinas se quede al margen de las soluciones que se propongan.
El realojo se producirá preferentemente en el municipio de Móstoles o en localidades colindantes, según indica el convenio firmado. Una vez desaparecidas todas las casas, la intención es recuperar el entorno, situado en el Parque Regional del Curso Medio del Río Guadarrama e impedir que se asienten nuevas familias.
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