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CARRERAS CON DOBLE CARA

Ingenieros de caminos a la emigración

Hasta hace bien poco tenían trabajo nada más acabar la carrera, pero ahora se debaten entre buscar otras especializaciones o irse al extranjero

Los ingenieros José Manuel Doldán y Carlos Sobrino
Los ingenieros José Manuel Doldán y Carlos Sobrinogabriel tizón

El prestigioso arquitecto Félix Candela, que tras la Guerra Civil tuvo que abrirse camino profesional en el exilio mexicano empezando como peón de albañil, charlaba un día con una encopetada dama de México DF empeñada en llamarle “ingeniero”. Harta de que la intentara corregir, la mujer le espetó: "Ingeniero Candela, no sea modesto y hágame el favor de no hacerse de menos". Al escuchar la anécdota, Carlos Sobrino y José Manuel Doldán, sonríen con cierta nostalgia. Ya no son aquellos tiempos en que la carrera de ingeniería —de Caminos, Canales y Puertos, en este caso— era el sueño de todos los padres. Sobrino, coruñés de 29 años, lleva en el paro desde que se licenció, y Doldán, de 37 y nacido en Gijón, tiene trabajo, pero asume que deberá emigrar para conservarlo.

 La verdad es que el sueño, como la burbuja de las infraestructuras, duró hasta hace bien poco. “Acabé en verano de 2010. Antes, al presentar el proyecto ya tenías trabajo, pero yo, cuando me puse a buscarlo, no lo encontré. Estudié un idioma. Después hice un máster de Urbanismo durante un año en la Escuela de Arquitectura y otro de técnico de Administración Local”, describe Carlos . “Yo acabé en 2005”, opone José Manuel. “Y sí, finalizabas la carrera e inmediatamente tenías la opción de trabajar. En mi caso, a los cuatro días de leer mi proyecto ya entré en una empresa gallega, y hasta hoy”. El acceso al mercado laboral era tan fácil que Sobrino desistió de hacer prácticas: “Cuando tenía la oportunidad de hacerlas, me decía: ‘No pasa nada, total vamos a acabar y a trabajar”.

José Manuel empezó de jefe de sección en la autovía del Salnés. Parece mucho cargo para un novato, pero no lo es. “Lo normal era salir de la Escuela y ser ya jefe de obra”, dice. Ahora, Carlos no tiene ni oportunidades de hacer entrevistas de trabajo. “Como mucho te suelen llamar para comercial. O te dicen: ‘Tu currículum está muy bien, ojalá tengas suerte, lamentablemente no buscamos a nadie de tu perfil’. Y estoy enfocado a un campo, el urbanismo, tangente al de los compañeros arquitectos, que tampoco están muy bien". La tangencia se incrementará con la nueva Ley de servicios profesionales, que equipararía a todas las ingenierías. “En teoría, un agrónomo podría hacer un puente, y no va a ser así, evidentemente", dice Carlos. Aunque tendrá sus ventajas: “Tendríamos competencias en edificación, que ahora mismo las tenemos, pero solo en determinados usos, como hacer naves industriales. Nos hemos dedicado mucho a la obra civil pura y dura, y abandonamos cosas como el urbanismo, la planificación del territorio, temas de energía, transporte... En la administración local, en temas de urbanismo, solo hay aparejadores y arquitectos. A veces el Colegio tiene que pleitear para que podamos participar en concursos”.

Lo cierto es que ambos consideran que la obra civil con la que sueñan los ingenieros encima de sus mesas, el diseño de puentes atirantados o el cálculo de grandes presas, no está en el horizonte español. Dado que casi nadie hace carreteras privadas, depende del dinero público. La administración autonómica, que alcanzó su récord de licitación de 1.200 millones de euros en 2008, al año siguiente se desplomó a menos de la mitad, y desde entonces no ha levantado cabeza. No llegó a 165.000 en 2013 y apenas 65.000 millones hasta este 30 de junio, según datos de la patronal Seopan.

“Parece que este año y el que viene van a ser incluso peores, porque la poca obra que se había licitado se acaba. En las nuevas licitaciones del Plan de Infraestructuras 2015-2018 dicen que va a haber inversión, pero ahora el gasto anual va a ser mínimo, se adjudicarán obras, pero no habrá dinero para hacerlas”, analiza José Manuel. “Ya tenemos muchas obras construidas, pero hay que cuidarlas, alargar su vida útil, porque si no... Yo creo que no están muy mentalizados ni el Gobierno ni la sociedad en cuanto a que conservar las vías de comunicación es invertir en seguridad. Siempre se quieren construir infraestructuras nuevas, pero nunca conservar las que ya existen”, complementa su compañero.

¿Los despilfarros ahora puestos bajo los focos han vacunado a la sociedad contra las grandes obras? Carlos cree que se han abierto debates como “si el AVE es necesario” y que ya no es como antes, “que para ganar elecciones había que anunciar grandes construcciones”. Al contrario, José Manuel, considera que se sigue “pidiendo de todo”. “Cuando se ve en prensa que los aeropuertos están vacíos, que en Madrid autopistas radiales en concesión están yendo a la quiebra porque no se utilizan, nos damos cuenta de que se han hecho barbaridades, pero seguimos pidiendo una estación del AVE en cada pueblo. Si el vecino de la ría de arriba tiene una autovía que les llega hasta el final, el de la ría de abajo también la quiere. Y si una provincia tiene un puerto exterior, la otra quiere otro”.

En todo caso, ambos exculpan a los ingenieros. “Nosotros evaluamos la viabilidad de los proyectos que se nos encargan y deciden otras personas qué alternativa llevar a cabo”, justifica José Manuel. “Si el Plan de Infraestructuras dice que todos los puertos de interés general del Estado deben estar conectados por autovía o autopista con la red de primer orden, tienes que hacerlo. Una decisión como que la Autovía Transcantábrica deje al final de ser cantábrica y en lugar de finalizar en Ferrol lo haga en Vilalba, no la tomaron los ingenieros”, ejemplifica Carlos. De todas formas, hay infraestructuras necesarias que no se han hecho, ni se harán, y Doldán pone un ejemplo: “El norte de España no va a quedar conectado por AVE. Y ciudades Bilbao, o A Coruña, o Vigo deberían tenerlo”.

A la espera de que se reconsideren decisiones como esas, la vía de salida profesional, nunca mejor dicho, es la emigración. Y eso que todavía —secuelas del Plan Bolonia— no les han homologado internacionalmente el título de ingeniero (para el que han estudiado 420 créditos) con el de máster (240 de grado más 60 del máster). “Hay un montón de gente fuera. En principio, todos dicen que están de maravilla. Genial, porque viajas, pero cuando vas cumpliendo años, a todo el mundo le gusta cierta estabilidad”, cuenta Carlos, “El otro día me encontré un compañero: ‘¿Sigues en Turquía?’ ‘No, estoy en Doha [Catar]‘ Yo quiero volver. Ya me dice mi madre: ‘No te echas novia’. ¡Pero cómo me voy a echar novia!”. “Yo tengo la experiencia en mi empresa”, apunta Juan Manuel. “Se están consiguiendo adjudicaciones fuera y hay compañeros en Centroamérica, Sudamérica, el Golfo Pérsico o África. Es duro, es muy duro… Las dificultades del idioma y un método de trabajo muy distinto. Volver es difícil. Cuando ven que funcionas en el extranjero, el currículum sirve para que te manden otra vez”.

—¿Se ven fuera?

— Yo, por mi formación, no — dice Carlos— Me gusta desarrollarme profesionalmente, pero lo que busco es ser feliz, y yo creo que fuera no lo sería. Quiero trabajar aquí, por eso me especialicé en urbanismo”.

—Yo me veo fuera ya —se resigna José Manuel— Tengo por ahí propuestas, y aquí no hay nada, por lo tanto yo estoy en plena fase de mentalización para hacer las maletas dentro de unas semanas. No tengo ganas, pero es lo que toca”.

La profesión en cifras

El paro oficial registrado en el Colegio Oficial de Ingenieros de Caminos es del 14%. Pero ahora ya no se colegian todos los licenciados, por lo que la cifra es engañosa, ya que la mayoría de los parados no están colegiados.

En Galicia hay 1.435 colegiados. Y se puede apuntar una tendencia: en las promociones de 1968 a 2002 el paro no superó el 10%, empezó a rozar el 20% de los licenciados hasta 2010 y llega al 55% entre los que finalizaron la carrera en 2012.

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