Oasis entre el asfalto
Con temperatura de 34 grados, las piscinas de los hoteles son un lugar donde refugiarse
Un conocido bailarín de flamenco repantingado en su hamaca se ajusta la goma de su slip de licra con una mano mientras mantiene una animada conversación por el móvil, que sostiene con la otra. A su alrededor, decenas de personas, la mayoría extranjeras, también esparcen sus cuerpos al sol sin percatarse de su presencia. “Por favor, solo te pido que no des el nombre de ningún famoso que veas por aquí”, advierte la comercial del hotel, Yolanda Fernández, cuando ve apuntar algo en la libreta. “Valoran mucho la privacidad de la terraza del Emperador. No queremos que esto se llene de fans”, añade con una sonrisa incómoda.
En este hotel sito en plena Gran Vía y con medio siglo ya sobre sus cimientos, el celo por la intimidad de sus clientes va desde la recepción hasta la azotea, diez pisos más arriba, posiblemente el lugar de Madrid con mayor altitud donde se puede disfrutar de una piscina con todas las letras: 10 metros de ancho por 15 de largo, y hasta tres de profundidad. “Creo que somos ahora el único hotel con una tan grande”, afirma orgullosa.
Hay quien viene a bañarse y se queda a dormir”, dicen en el Osuna
La piscina de la terraza del Emperador, en lo alto del majestuoso edificio Lope de Vega, es la másgrande y la más antigua del centro: se abrió al público en 1947, y ha acogido los chapuzones de mucha farándula patria a lo largo de estos años. Era lugar de reuión frecuente de divas como Sara Montiel, que visitaban, la piscina con frecuencia hace décadas. “Eran otros tiempos", admite Fernández, “la Gran Vía, y en concreto este hotel con su piscina, eran el centro de la modernidad, de la movida. Todo lo que pasaba en Madrid, pasaba por aquí. Ahora es otra cosa", sentencia, sin dejar muy claro qué. Hoy, para darse un baño en la azotea del Emperador no hace falta ser diva, ni moderno, ni siquiera huésped: basta con desembolsar 33 euros para combatir el abrasador estío capitalino con unos largos y, al atardecer, contemplar la espectacular caída del sol sobre la sierra madrileña.
A solo un par de minutos de allí, encastrado en la trasera de Gran Vía, el hotel Indigo Madrid cuenta con la piscina más joven de la capital. “Abrimos en abril, y desde entonces no hemos bajado del 80% de ocupación”, se jacta Francisco Arroyo, de 38 años, que recibe al periodista de rigurosa camisa abrochada hasta el cuello a pesar de que el termómetro ya rebasa alegremente los 35 grados. Es responsable de marketing del hotel, aunque el cargo se queda pequeño. “Yo me ocupo de que en esta terraza siempre pasen cosas”, comenta apoyado en el murete acristalado de la azotea, y añade: “Sería una locura desperdiciar un sitio como este y limitarlo a cama, desayuno, y comidas. Nuestros huéspedes vienen porque saben que aquí pueden hacer mucho más que eso”.
A sus pies, un par de metros más abajo, se ubica una piscina rectangular abocada a la calle. No es especialmente grande, pero sí lo suficiente como para sentirse uno de los madrileños más afortunados en un día de agosto como este. Las vistas acentúan esa sensación: Aravaca, la sierra, las fachadas y azoteas de Plaza de España, la zona financiera… “Los empleados, aquí, no se limitan a servir. Todos deben saber el nombre de cada edificio, para informar a nuestros huéspedes de lo que están viendo”, aclara Arroyo mientras una camarera acerca una bandeja de sushi.
Lo cierto es que en esta terraza de superficie limitada pero bien aprovechada, con velas de lona para proteger del sol y difusores de agua para evitar hipertermias, pasan cosas; sobre todo por la noche. En unos pocos meses se ha convertido en epicentro de saraos de música electrónica, en los que viene a pinchar lo más granado de los platos nacionales e internacionales, como el rompepistas italiano Stefano Noferini, por ejemplo. “Traemos djs con cachés de 10.000 euros, y aquí se han liado gordas”, dice Arroyo con sonrisa pícara . ¿Y nunca han tenido problemas con el ruido? “Hay una vecina por ahí que nos ha dado un toque, pero somos respetuosos. A partir de las 12 de la noche bajamos el volumen, y dos horas más tarde paramos la música”.
¿A cuánto sale un chapuzón?
Hotel Indigo Madrid (Silva, 6). De lunes a domingo, 50 euros. 11.00 a 20.00,
Hotel Santo Domingo (San Bernardo, 1). Terraza abierta al público de 18.00 a 24.00, gratuito. Piscina transitable, pero no sumergible.
Hotel Oscar Room Mate (Plaza de Vázquez de Mella, 12). De lunes a domingo, 40 euros. De 12.30 a 18.30
Hotel Urban (Carrera de San Jerónimo, 34). Terraza abierta de 11.00 a 4.00 Piscina: a partir de las 21.00 , mojarte los pies es gratis
Hotel Osuna (Luis de la Mata, 18). Piscina: 11.00 a 20.00. Precio: pagar el menú de 22 euros y con eso ya hay derecho a uso y disfrute todo el día.
Hotel Emperador (Gran Vía, 53). De lunes a viernes, 33 euros. fines de semana y festivos, 44. De 11.00 a 21.00.
Como prueban las tres personas que se bañan este mediodía en la piscina y la decena que se torra al sol en las hamacas, el perfil es “de 25 a 45 años, gente joven y pudiente, muchos extranjeros”. La azotea no está en absoluto abarrotada. “En principio la piscina es de uso para los huéspedes, pero puede venir gente de fuera si paga 50 euros. Es una medida disuasoria antes que recaudatoria, no queremos que esto se llene”, dice Arroyo.
A pocos pasos de allí, en la azotea del hotel Santo Domingo la única manera de disfrutar de su piscina sin ser huésped es… Sin tocar el agua. Clara Vivar, del departamento de marketing, lo explica: “Hace poco hemos instalado la plataforma, que hace de solárium por el día y de suelo acristalado al atardecer”.
Básicamente, se trata de una base de vidrio sobre cuatro pilares telescópicos que se mantiene elevada a varios metros sobre la piscina hasta que cae el sol, que baja hasta juntarse con los bordes. Solo a partir de ese momento, quien no esté alojado en el hotel podrá andar sobe sus aguas… Literalmente. “Está abierto a todo el que quiera venir a ver atardecer y tomarse algo tranquilamente”, informa Vivar. Pero sin bañarse.
La azotea del hotel Urban, a pocos metros del Congreso de los Diputados, tiene un planteamiento más salomónico. “A los que vienen de fuera les dejamos sentarse en el borde y mojarse los pies a partir de las 9 de la noche con una copa en la mano”, concede Felipe Turell, recién nombrado director del complejo a sus 33 años. ¿Y nadie se les ha metido nunca?”Alguna vez, pero en general la gente se porta bien. Esta es una piscina reservada a los huéspedes, o a quienes participen en eventos privados”, responde. Y abierta todo el año: “Muchos clientes escandinavos se bañan en diciembre y tan a gusto”, añade.
La piscina de la azotea del hotel Óscar, en el corazón de Chueca, sí es accesible a todo el que quiera a partir de 20 euros, “siempre hasta 35 personas”, aclara el encargado, Igor Lameiras, que habla de su terraza con orgullo paterno. “Este hotel ha logrado ser algo más, es una referencia en el centro, la gente lo usa como meeting point para quedar en Chueca”. ¿Eso les aporta clientela? “No siempre; en las fiestas del Orgullo Gay quedó tanta gente en la puerta que subían pocos, porque la bloqueaban. Eran miles”, recuerda.
Los 50 euros que cobran en Indigo son “disuasorios”, según la dirección
Cambio de escenario, cambio de concepto. El hotel Osuna, en el extrarradio, es un complejo de bungalows que permite disfrutar de su piscina en verano por solo 13 euros. La clientela es heterogénea: no son foráneos adinerados, y muchos vienen del propio Madrid. “Este año, con la crisis, hemos puesto el precio de la habitación doble a 33 euros; hay quienes vienen a bañarse y aprovechan para quedarse a dormir, porque les sale más barato usar nuestro aire acondicionado”, ironiza Pedro Cid, comercial del complejo.
Un hotel y una piscina con cuatro décadas a sus espaldas que vivó tiempos más glamurosos. “Aquí antes venía mucho Lola Flores. Hoy también aparece algún famoso, como Luz Casal o los de Hombre G, que viven cerca, pero antes era el sitio de referencia para los saraos en Madrid”, dice mirando con nostalgia a la zona donde hace años bullía la discoteca del hotel, hoy cerrada a cal y canto. “La crisis, y que hoy las cosas se mueven en otro sitio, no en Alameda de Osuna”, opina Cid. Pero su piscina sigue en pie, accesible e igual de refrescante que siempre.
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