Símbolos para todos
La Blanca atrae a los no creyentes a actos religiosos de la festividad vitoriana
Vitoria combina juerga, tradición y religión haciendo que algunas se entremezclen generando curiosas escenas durante sus fiestas patronales. El arranque festivo, marcado por gestos de veneración hacia la Virgen Blanca, muestran cómo en el día a día de La Blanca lo religioso se atrae incluso a quienes no se confiesan creyentes.
“Es religión, sí, pero también es tradición, es recordar las bases de la ciudad, sus símbolos”, defiende Oihane, una neska que ronda la veintena y que, tras una breve cabezada de dos horas, ha acudido este martes al rosario de la aurora enfundada en el traje estudiadamente planchado tras un año en el cajón. El que probablemente sea el acto más sacrificado de las fiestas —por su horario— y uno de los que menos personas de fuera de la ciudad atraen, volvió a contar con en torno a 20.000 personas según la cofradía, una cifra salpicada por quienes en su día a día se escabullen de actos religiosos pero que no tienen reparos, más bien lo contrario, en sumarse a los de las fiestas de Vitoria. “Si me apuras, de los miles de personas que acuden al rosario, los creyentes practicantes son minoría”, resalta el clavero de la Cofradía de la Virgen Blanca, José Luis Fernández de Pinedo.
Con el sueño como traje, cientos de vitorianos se lanzaron a las calles a las siete de la mañana para honrar a la virgen, un recorrido que finalizó a las ocho de la mañana en la plaza de la Virgen Blanca, donde cada año se oficia una misa al aire libre. En los años 80, hubo manifestaciones e incluso un rosario paralelo que jóvenes alternativos bautizaron como La Blanqui. El antropólogo Jesús Prieto Mendaza resalta en un análisis sobre las fiestas que este intento de iniciar una tradición reivindicativa en la ciudad no prosperó al cabo de los años.
De esa oposición de antaño poco queda, aunque persisten las escenas contrapuestas entre la religión y la juerga, entre las señoras mayores bien vestidas que recorren las calles murmurando y el de jóvenes que arrastran los pies hacia casa. “Es parte de su encanto”, señala positiva Mari Carmen, que ve con mejores ojos que otros a un joven que se afana en repetir lo que escucha del rosario a través de los orificios de un cono de señalización. En medio del recorrido, hay quien se atreve a cruzar la calle a contracorriente del rosario, cerveza en mano, pero son los menos.
Hace más de una década cambió el recorrido para no cruzar el pleno corazón de la fiesta, la calle Cuchillería, y desde entonces hay un “pacto de no agresión no escrito”, subraya el clavero de la cofradía. “Convivimos perfectamente”, insiste, para después reconocer que en ciertos puntos, como la entrada del Gaztetxe, “nos miramos un poco como las vacas al tren” entre participantes en el rosario de la aurora y juerguistas.
Con el sol aún guiñando entre los tejados del este de la ciudad, la procesión avanza a ratos ágil por la almendra medieval. La abuela de Javier se apoya en los brazos de este para caminar. Cada año por estas fechas recorren durante una hora el casco viejo siguiendo la estela de la virgen. “No me defino como una persona religiosa, pero sí de costumbres familiares, y el rosario de la aurora es intocable para nosotros”, defiende él. Cada año, la liturgia es la misma: recoger a la abuela a las 6.30 de la mañana, a las siete puntuales en el centro de la ciudad para, después del rosario, tomar un buen desayuno con una estirada sobremesa que llega casi hasta el mediodía. “Hay mucha gente joven que se fue con los amigos, habrán maldormido, se han pegado una ducha y han ido al rosario”, resalta orgulloso Fernández de Pinedo.
El portavoz de la cofradía considera importante el papel de los blusas y neskas en el rosario, portando la imagen de la virgen y participando en el acto. “Por el momento no tenemos un problema de relevo generacional”, indica por esta razón, “aunque la mayoría son personas mayores, cada vez vemos más gente joven”.
El máximo exponente del valor de los símbolos de la ciudad por encima de la religión es el goteo constante que cada 5 de agosto las cuadrillas, cargadas de personas que no profesan ninguna religión, realizan para depositar flores y bailar ante la hornacina de la Virgen Blanca que encabeza la plaza con su nombre.
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