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SOUL Vintage Trouble
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La escenificación del sudor

El ardoroso cuarteto de Ty Taylor remeda con gracia el carácter volcánico de Otis Redding, pero la propuesta tiene aún amplio margen de mejora

El cantante Ty Taylor de la agrupación estadounidense Vintage Trouble en el festival Super Bock.
El cantante Ty Taylor de la agrupación estadounidense Vintage Trouble en el festival Super Bock.EFE

Los chicos de Vintage Trouble saben del valor de la ceremonia. Nada más emerger este jueves por el escenario de una abarrotadísima Sala El Sol, los cuatro integrantes de la banda angelina forman un círculo, se dan la mano reverencialmente y juntan sus puños derechos en el punto central. Todos lucen traje, bajista y guitarrista cubren sus cráneos con sombrero borsalino y el cantante, el menudo y muy temperamental Ty Taylor, no deshace el lazo del cuello ni aunque la confluencia de calor ambiental y humano aconsejarían lo contrario. Puede que en esta vocación por el ritual y el espectáculo radique parte del súbito e inesperado éxito del cuarteto, dispuesto siempre a la escenificación del sudor, al compromiso radical con cada uno de los ciudadanos que se han rascado el bolsillo para hacerse con una entrada. Las de El Sol se agotaron con semanas de antelación, pero el entusiasmo que se respiraba en el ambiente permite inferir que estos nostálgicos del soul y el rhythm & blues podrían haber llenado un par de noches más el mítico sótano de la calle Jardines.

En lo musical, Taylor jamás se plantea inventar nada, sino retrotraer al oyente a ese imaginario inalcanzable de, supongamos, el Apollo neoyorquino a principios de los sesenta. El referente de James Brown es evidente y las alusiones resultan todavía más manifiestas en el caso de Otis Redding. Asumido como válido ese remedo, el sucedáneo de lo física y metafísicamente irrepetible, nuestro trajeado y visceral protagonista no comienza con buen pie: su chorro de voz tira de garganta pero se queda escaso de cuerpo, y ni siquiera prevalece holgadamente sobre el conjunto instrumental. James y Otis se habrían llevado las manos a la cabeza; Ike & Tina o el bueno de Sam Cooke, también.

Pueden influir los nervios, la temperatura asfixiante, esa relativa insolencia de unos músicos que, a sabiendas de su solvencia manifiesta, prescinden de prueba de sonido y prefieren invertir su tiempo en decorar las tablas con pieles de vaca. El grupo es joven pero se siente en racha: comparecencias enfervorizadas en Glastonbury, un EP recién salido del horno (The Swing House Acoustic Sessions), un flamante nuevo contrato discográfico con Blue Note. Pero la primera media hora impide comprender el revuelo, el porqué de tanto entusiasmo. Incluso inquieta que Pelvis pusher arranque con unos grititos y un bajo machacón tan parecidos a Land of 1,000 dances como para que algún abogado con agallas presentara demanda por plagio.

La teórica nueva sensación de entre las voces negras aspira al hechizo de Redding pero, por explicarlo gráficamente, se queda en Terence Trent d’Arby (si es que alguien aún le recuerda). Sin embargo, todo cambia a partir de Another man’s world, balada de hechuras magníficas e interpretación incandescente que produce ese mismo alivio de un oído que se destapona después de que le hubiera entrado agua en la piscina. Taylor comienza a gustarse y a gustarnos con el micrófono entre los dedos, exacerba la intensidad asertiva de sus prédicas (“¿cuántos de vosotros, acalorados y sudorosos, os sentís ahora mismo sexis?”), acentúa sus movimientos de peonza (a veces con el pie del micrófono a vueltas, aun con las cabezas más cercanas en peligro) y desata la locura cuando se baja a cantar entre el público o paseando por el balcón de la sala. Lo suyo, a esas alturas de la velada, ya no es solo fachada: debajo del traje hay un tipo dejándose las cuerdas vocales, el pellejo, el prestigio. Ganándose a la feligresía uno por uno.

Y así acontecen circunstancias muy disfrutables, como la guitarra pantanosa de Nalle Colt en Run like river o, aún mejor, la larga digresión a la manera de Jimmy Page (exagerando, pero solo un poquito) de este mismo caballero durante Run outta you. Ty logra agachar a todo el público antes de ponerlo a brincar como fieras desbocadas y el primero de los bises, Still and always will, otorga buenos argumentos para la euforia. Puede que Vintage Trouble no sea todavía esa banda estupenda que se barruntaba en algunas crónicas foráneas; incluso es posible que otros grupos similares, como los magníficos JC Brooks & The Uptown Sound, mejoren a día de hoy su propuesta, aunque no les apunten tantos focos ni les sonría de igual manera la fortuna. Pero es fácil pronosticar que a Ty y los suyos los volveremos a ver pronto y en un espacio más holgado. Su escenificación del sudor, por lo que a tierras ibéricas se refiere, no ha hecho más que empezar.

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